Crítica:

La ciudad como testigo

Restan ecos estivales de la primavera fotográfica, como lo corrobora la serie que ha dedicado a Madrid el joven y novel fotógrafo Borja de Madariaga, que se ha atrevido con lo que generalmente más se ha rehuido: la pura faz de su caserío. Todavía en el siglo XIX, cuando estaba casi todo por hacer en nuestro país en todos los órdenes, pero, sobre todo, en el urbano, algún observador extranjero, como el británico Clifford, se atrevía a positivar imágenes de una ciudad en ciernes de su modernización, pero el abrupto y desmadejado crecimiento de Madrid hizo que los fotógrafos prestaran más atenció...

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Restan ecos estivales de la primavera fotográfica, como lo corrobora la serie que ha dedicado a Madrid el joven y novel fotógrafo Borja de Madariaga, que se ha atrevido con lo que generalmente más se ha rehuido: la pura faz de su caserío. Todavía en el siglo XIX, cuando estaba casi todo por hacer en nuestro país en todos los órdenes, pero, sobre todo, en el urbano, algún observador extranjero, como el británico Clifford, se atrevía a positivar imágenes de una ciudad en ciernes de su modernización, pero el abrupto y desmadejado crecimiento de Madrid hizo que los fotógrafos prestaran más atención al contenido de la olla que a la olla misma; esto es: Madrid era relevante por lo que ocurría en ella más que por su imponente o característica arquitectura, adivina siempre como un velado fondo. Lo interesante de la mirada de Borja de Madariaga es su decisión de soterrar el gentío y los acontecimientos a favor de esa carcasa urbana, entre cuya heteróclita adición de fragmentos él ha elegido unos muy concretos. Los de diversas vistas de la Gran Vía y el arranque de la calle de Alcalá, junto a otros edificios sueltos, como el Teatro Real.

BORJA DE MADARIAGA

'Madrid, arquitecturas soñadas'

Galería Cuatro Diecisiete

Príncipe de Vergara, 15 Madrid

Hasta el 24 de julio

No estamos, de todas for

mas, ante un fotógrafo de arquitectura en sí y por sí, sino, como advierte la convocatoria, de quien la mira como entre sueños o ensoñada, aislada de cualquier contexto. Lo onírico opera aquí, en casi todos los casos, no como una deformación, sino como aislamiento, concentración e intensidad. De Madariaga reproduce, en efecto, las imágenes de los edificios con exactitud y, por lo general, mediante encuadres frontales, pero sin la distracción de la presencia popular o casi velada, su apuesta es que la piedra hable a través de su engastada superficie y de su transpiración patinada. Es una apuesta, por tanto, "poética", pero de un lirismo sobrio y conciso, muy verista. Con lo que digo, parece implícito que Borja de Madariaga use la fotografía en blanco y negro, que es, por otra parte, más romántica. No es normal, en todo caso, que un artista joven y novel tenga la sensibilidad y la finura para adentrarse por estas sendas nada fáciles.

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