Columna

Cómo retirarse tras un 'iraquicidio'

El Partido Demócrata, que se opone sólo desde fecha reciente a la ilimitada intervención norteamericana en la guerra de Irak, presentó la semana pasada un proyecto de ley en nombre de las dos Cámaras -donde tiene mayoría- en el que liga a la financiación del conflicto lo que llama retirada del país árabe, cuyo comienzo fija en octubre próximo para concluir en marzo de 2008. El presidente de EE UU, George W. Bush, anunció que vetaría el proyecto, y para que éste sea de obligado cumplimiento los legisladores deberían ratificar su decisión por una mayoría de dos tercios de los 435 represen...

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El Partido Demócrata, que se opone sólo desde fecha reciente a la ilimitada intervención norteamericana en la guerra de Irak, presentó la semana pasada un proyecto de ley en nombre de las dos Cámaras -donde tiene mayoría- en el que liga a la financiación del conflicto lo que llama retirada del país árabe, cuyo comienzo fija en octubre próximo para concluir en marzo de 2008. El presidente de EE UU, George W. Bush, anunció que vetaría el proyecto, y para que éste sea de obligado cumplimiento los legisladores deberían ratificar su decisión por una mayoría de dos tercios de los 435 representantes y 100 senadores, aritmética que hoy está fuera de su alcance. Pero, con veto o sin él, todo apunta a que habrá presencia militar norteamericana en Irak para rato.

En el proyecto no sólo no se determina la retirada de la totalidad de las tropas de Irak, sino que, limitando esta obligación a las fuerzas combatientes, se admite que permanezcan efectivos en el país por un periodo indefinido, que sean suficientes para proteger esa retirada y las instalaciones, así como para el entrenamiento del Ejército iraquí, que es la clave de bóveda de todo el asunto, puesto que se trata de iraquizar cuanto antes la guerra.

Es lo que ya se intentó en Vietnam a finales de los años sesenta: dejar que los vietnamitas se mataran entre ellos, lo que el periodista francés Jean Lacouture llamó "el amarilleamiento de los cadáveres". Sólo que el planteamiento es ahora rigurosamente inverso al de Vietnam, donde el presidente John F. Kennedy destacó los primeros millares de soldados, llamados "asesores", con la misión de enseñar a Saigón cómo se derrotaba a Vietnam del Norte. Así, su número, que llegó a pasar de 25.000, se infló hasta el medio millón con el sucesor de Kennedy, Lyndon B. Johnson, haciendo que todos olvidaran el eufemismo, puesto que, "asesores" o no, morían lo mismo que cualquier otro soldado en primera línea. En Asia, la operación fue de menos a más, mientras que en Irak se querría que fuera de más a menos.

Pero mientras todo esto se discute, no cesa la construcción de cuatro grandes bases, que se perfilan como puntos de concentración de las tropas, caso de que en esta presidencia o la siguiente se produzca algún tipo de repliegue, porque el proyecto de ley para nada menciona el futuro de esas bases, ni la terminación strictu sensu de la presencia militar en el país. Ese contingente restante se calcula que debería oscilar entre 20.000 y 30.000 efectivos, lo que es otro chocante parecido con el número de soldados que había en Vietnam, mientras únicamente se asesoraba.

Pero no hay que ver en ello capciosidad alguna, sino una lógica implacable; lo que por encima de todo preocupa a la opinión de EE UU no es que Irak sea hoy una ruina -el iraquicidio cometido por los invasores- ni que sean ya cientos de miles los iraquíes muertos -insurgentes, terroristas y civiles, en difícil repartición-, sino que el número de bajas mortales propias crezca con la regularidad de un metrónomo, a razón de casi tres diarias. Y tampoco es oportuno escandalizarse, porque ningún otro imperio obraría diferentemente. Más aún, la reducción a un 15% o 20% de la presente fuerza constituiría una plataforma perfecta para que el próximo presidente de Estados Unidos, posiblemente demócrata, decidiera a partir de enero de 2009 retirar lo que quedara, dejarlo allí, o lo que se terciase. Sería un proyecto de retirada con final abierto. Y en ello los demócratas ni siquiera emulan al informe Baker-Hamilton, con el que un comité de sabios recomendaba en febrero que no quedara presencia militar permanente en Irak. La retirada, por tanto, no es para mañana, ni aunque Bush coja de súbito frío en los pies.

El periodista británico Patrick Seale, en un reciente texto de Agence Global, ha puesto el dedo en la llaga: "Ésta es una guerra que Estados Unidos [como anglosajón escribe América] no puede ganar, pero que tampoco puede permitirse el lujo de perder, porque una derrota estratégica tendría consecuencias incalculables sobre su lugar en el mundo. Y, pese a ello, ése es el porvenir que le mira fijamente a Bush a los ojos".

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