Reportaje:La otra cara de la fiesta

"Me decían sin dedos y dedos navaja"

Menores heridos por explosiones pirotécnicas y sus padres hablan del calvario que tuvieron que pasar

La fatalidad quiso que el zarpazo le alcanzara justamente aquí. Que fuera en el descampado lleno de charcos, encajonado entre edificios grises, rodeado de avenidas que su padre y otros vecinos convirtieron hace una década en escuela de fútbol y en el emblema de la dignidad del barrio donde a Cristian le saltaran por los aires dos dedos y parte de la adolescencia.

Con permiso del dueño y sin la ayuda de nadie la asociación de vecinos allanó en 1997 hasta donde pudo el campo baldío, colocó porterías y montó torres de iluminación para que los chavales, y en estas calles los hay de sobra, t...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La fatalidad quiso que el zarpazo le alcanzara justamente aquí. Que fuera en el descampado lleno de charcos, encajonado entre edificios grises, rodeado de avenidas que su padre y otros vecinos convirtieron hace una década en escuela de fútbol y en el emblema de la dignidad del barrio donde a Cristian le saltaran por los aires dos dedos y parte de la adolescencia.

Con permiso del dueño y sin la ayuda de nadie la asociación de vecinos allanó en 1997 hasta donde pudo el campo baldío, colocó porterías y montó torres de iluminación para que los chavales, y en estas calles los hay de sobra, tuvieran algo que hacer al salir de clase que no fuera sentarse en un banco con una litrona.

Estamos en Safranar, un barrio del distrito de Patraix, al suroeste de Valencia, y habla Cristian, un chaval de 15 años, despierto, con la mirada huidiza, que entrelaza constantemente las manos. "¿Ves esa torre?", señala, "pues fue ahí". "Los petardos los cogimos de la falla, y lo tiró un amigo mío. Me explotó a una distancia así... como a 30 centímetros".

"Hay problemas psicológicos, porque la cara y las manos son lo que más enseñas"

Lo primero que hizo Cristian fue gritar. Lo segundo, salir corriendo, dejando un reguero de sangre por el campo de fútbol y mirándose la mano derecha. La carne de la parte superior de dos dedos había desaparecido y sólo quedaban los huesos. La pólvora le dejó colgando, además, el dedo pulgar, y el índice abierto como un plátano pelado en dos mitades. Fue el 17 de marzo de 2004, en plenas Fallas. Acababa de cumplir 12 años.

Tardó tres meses en volver al colegio, después de varias operaciones, injertos y reconstrucciones. El calvario, sin embargo, no había terminado.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

A un niño ni siquiera le hace falta perder un dedo entero para tener problemas, dice María José Francés, cirujana plástica, que lleva 30 años operando en la Unidad de Quemados del Hospital Universitario La Fe. Las técnicas de reconstrucción han avanzado mucho, y ahora no es raro por ejemplo realizar transposiciones de dedos del pie a la mano y devolverle parte de funcionalidad, aunque se trate de operaciones no exentas de riesgos. "Es posible recuperar la pinza, aunque sea más corta. Pero hay también problemas psicológicos. Porque la cara y las manos son lo que vas enseñando siempre a todo el mundo. Y tener una mano con cicatrices, con retracciones, con pérdida de falanges, viviendo en una sociedad como en la que vivimos, en la que todo el mundo parece buscar la estética... no es estético".

Al volver a clase, Cristian comprobó que le vacilaban más compañeros de lo que esperaba. "Me decían dedos navaja y sin dedos. Siempre me decían sin dedos o dedos navaja. O mano tijeras o dedos tijeras. Ahora ya sólo alguna vez que otra, en alguna discusión me lo dicen. Y me jode, pero me da igual". Su padre, Valeriano Villanueva, un tipo fuerte, de 44 años, que vende cupones de la ONCE, entrena al Zafranar CD y conoce y saluda a casi todos con quienes se cruza en el barrio, añade: "Hubo un tiempo en que el chiquillo venía llorando del colegio, porque se metían con él. Es normal. Yo también soy minusválido y lo he vivido. Sé lo que es. Y eso, quieras o no, al niño le repercute. Eso le repercute".

El chaval repitió un curso. Y también volvió a jugar a fútbol, aprendió a manejarse con los dedos sanos, a quitarle importancia a lo de los motes y a abrir las latas de Coca-Cola con la boca. Cualquier cosa con tal de conservar el orgullo y de no tener que pedirle ayuda a ningún amigo.

El padre de Cristian culpó del accidente a la falla. Por no acotar la zona de fuego que utilizaban, el campo de fútbol; y por no asegurarse al acabar las mascletàs de que no quedaban cohetes sin explotar, como los que cogió su hijo, a pesar de que, dice, la asociación de vecinos lo había advertido. Llevó a juicio a la falla, y perdió.

"Perdimos y al año siguiente ya pusieron su guardia jurado, con su vigilancia, con sus vallas. Pero para eso tuvo que ocurrir esto", dice Villanueva, levantando la mano de su hijo. "Las personas somos así. Por mucho que te digan: 'que viene el lobo, que viene el lobo', tú dices: 'vale, viene el lobo. Pero mientras no me muerda...".

La historia de Cristian se ha repetido muchas veces. Y a los padres les suele quedar la sensación de que pudo ser peor. Al hijo de Reyes Yuste, Eduardo, de 15 años, sólo le queda un dedo original. Los demás, o no los tiene, o son reconstruidos. Pero cuando la tarde de un 18 de marzo lo llevaron al Peset, y de allí a La Fe, y de allí al Centro de Rehabilitación de Levante, Yuste sólo quería encontrar a uno de los dos médicos valencianos que, le habían asegurado, era capaz de salvarle la mano a su hijo y no tenerla que amputar. Eduardo ahora es zurdo, también repitió un curso, también hubo un juicio contra una falla y también se perdió.

Los heridos y sus padres están a favor de restringir la venta de petardos. "¿La tradición?", pregunta Francés, "también se hacía el fuego con leña y la sociedad ha ido evolucionando".

Sobre la firma

Archivado En