Reportaje:

Una escuela donde aprender a dialogar y a respetar al otro

Un centro de primaria de Bilbao recibe del Ministerio de Educación el primer premio de buenas prácticas de convivencia

En una época preocupada por el fenómeno del acoso escolar, tanto entre alumnos, como hacia los profesores; por la falta de respeto al profesorado; por el alto índice de fracaso escolar en secundaria, y por la pérdida de valores de referencia, y en la que la masiva llegada de inmigrantes hace que la comunidad educativa se replantee el modelo de enseñanza. Dos centros escolares vizcaínos han organizado sendos programas innovadores para resolver los problemas y dotar de recursos al menor, al profesorado y a la sociedad que les rodea.

El colegio Zamakola-Juan Delmás, de infantil y primaria,...

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En una época preocupada por el fenómeno del acoso escolar, tanto entre alumnos, como hacia los profesores; por la falta de respeto al profesorado; por el alto índice de fracaso escolar en secundaria, y por la pérdida de valores de referencia, y en la que la masiva llegada de inmigrantes hace que la comunidad educativa se replantee el modelo de enseñanza. Dos centros escolares vizcaínos han organizado sendos programas innovadores para resolver los problemas y dotar de recursos al menor, al profesorado y a la sociedad que les rodea.

El colegio Zamakola-Juan Delmás, de infantil y primaria, ubicado en el barrio bilbaíno de La Peña, lleva 15 años dando forma a su proyecto de convivencia que ya se concreta en nueve niveles y que, a finales de febrero, sacarán a la calle para involucrar a los vecinos de esta zona de la capital vizcaína socioculturalmente deprimida. El colegio Juan Delmás recoge mañana en Madrid el primer premio de buenas prácticas de convivencia que otorga el Ministerio de Educación y Ciencia.

"Al alumno hay que enseñarle también a ser y a convivir, no sólo conocimientos", afirma Olano

Si el centro de Bilbao se dedica a los más pequeños, el Instituto de Mungia propone desde hace cuatro años otra manera de aprender a sus más de 800 alumnos adolescentes. El propósito, que no se descuelguen de la enseñanza.

Las iniciativas de ambos centros, surgidas de manera diferente pero de la misma inquietud del profesorado, procuran que el alumnado se sienta involucrado en su propia educación, así como en el cuidado del centro y del entorno que lo rodea; que se integre en su clase, entre sus iguales, pero también en la familia y en la comunidad. Y que el profesorado, la familia y la sociedad se impliquen de igual forma en la educación de estos chavales. Un reto enorme pero también de beneficios incalculables.

Hay que tener en cuenta, además, que ambas escuelas cuentan con un alto porcentaje de alumnos extranjeros y de muchas nacionalidades distintas. El Instituto de Mungia cuenta con estudiantes de 24 países, que suponen hasta un 14% del alumnado en ESO y menor porcentaje en bachillerato y formación profesional.

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En el colegio Juan Delmás, 8% son alumnos extranjeros. Su directora desde hace 18 años, Asunción Olano, le resta importancia al dato: "Es lo normal en la escuela pública". Lo que sí es cierto es que ese porcentaje de alumnado inmigrante procede de 16 nacionalidades distintas.

Sin embargo, la inmigración es sólo uno de los apartados que se trabajan en Bizi Gaitezen Elkarrekin, su programa de convivencia que se concretó hace dos años. Plantea objetivos "a medio plazo" para conseguir a largo plazo, según Olano, "darles a los niños un entorno seguro, lo que mejora el aprendizaje; darles unas referencias de cómo establecer relaciones con sus iguales para que el día de mañana puedan ser asertivos, e involucrar a la sociedad que rodea el centro".

Su iniciativa parece que funciona. "El colegio se encuentra en un contexto social desfavorecido, en un medio cultural bajo, y, sin embargo, tenemos niños muy respetuosos, que cumplen la norma, bien educados, y se nota. Saben resolver conflictos, hablan, se expresan y piden disculpas", destaca la directora del Juan Delmás.

El alumnado se implica desde los tres años en el cuidado del patio y del edificio del colegio. Desde la misma edad se trabajan las habilidades sociales y el desarrollo social. "La escuela tiene que encargarse de una doble función: el aprendizaje y el desarrollo personal del niño. Hay que enseñarle también a ser y a convivir, no sólo conocimientos", explica Olano. El programa ha contado, afirma, con "mucho apoyo" del departamento de Educación del Gobierno y de la concejalía correspondiente del Ayuntamiento de Bilbao. "Ahora estamos preparando la recopilación de la experiencia en un libro y en un CD. Hemos ido a exponer el proyecto a otras comunidades y recibimos muchas peticiones de información por correo electrónico", dice. No le cuesta hablar de la iniciativa: "Cuando una cosa te sale bien, hay que contarlo".

Un lugar educativo fundamental en el Juan Delmás es "el recreo". Se ha reorganizado el patio en varias zonas de juego, que ocupan distintas clases por turno, cada día de la semana. "Antes, el patio estaba tomado por los que jugaban al fútbol". Además, el recreo es el lugar donde los estudiantes se sienten más libres y donde el profesor puede "trabajar" otros aspectos. La directora del centro narra un ejemplo: "Si hay dos niños pegándose en el patio, está terminantemente prohibido no intervenir. Aunque tu no le pegas, si no intervienes, es como si le estuvieras pegando. No se puede ser un espectador pasivo. Eso se aprende".

Uno de los grandes cambios ha sido hacer al alumnado partícipe, en igualdad de condiciones al profesorado y a los padres, de todo el proyecto y de su ejecución. Así, ellos se sienten responsables y sólo acuden al profesor si el asunto es de demasiada envergadura. Para la resolución de conflictos entre iguales, es decir, entre los niños, el centro ha dispuesto una zona, el Adostoki, para que se solucionen dialogando. Los niños acuden a esos lugares, donde hay sendos asientos con un dibujo encima: uno luce una gran oreja y otro, una boca. Para que aprendan a escuchar y dejar hablar al otro. Si lo consideran necesario, pueden llamar a un mediador. Una docena de niños de 5º y 6º de primaria han sido formados para ello. "El mediador no es un juez. Les ayudan a llegar a la solución del conflicto", indica Olano.

Profesores con otra mentalidad para motivar a alumnos adolescentes

Un cambio de mentalidad en el profesorado es lo que ha necesitado el claustro del Instituto de Mungia para su aplicación del proyecto Comunidades de Aprendizaje, con el que se logra que los alumnos encuentren una satisfacción en aprender y se supere el fracaso escolar a través de una mayor participación y solidaridad, no sólo en el centro escolar sino incluyendo a las familias y al entorno en el que viven.

En el Instituto de Mungia conviven más de 800 alumnos de 24 nacionalidades distintas, ya que "abarca una zona muy amplia y el tener los tres modelos educativos (A, B y D) ha sido un imán para la comunidad latinoamericana", explica Luis María Landaluze, profesor de refuerzo lingüístico y uno de los impulsores del proyecto. Pero no ha sido el fenómeno de la inmigración lo que ha llevado a este docente y a otros a preocuparse por transformar el instituto y a los que a él acuden: "Ha sido el fracaso escolar y la situación conflictiva en secundaria", indica.

El anterior modelo educativo abocaba al alumno "distinto" al fracaso y a abandonar a los 16 años la enseñanza. "Estos chavales, si no les motivamos, se nos pierden en el camino", afirma Landaluze. "Antes los inmigrantes no sacaban el título de ESO. La apuesta es que saquen la escolaridad y que se integren".

Para ello ha sido necesario implicar a todo el profesorado, que lo ha hecho desde hace cuatro años de forma paulatina y que actualmente aplica y ve los frutos de esta metodología. "Es importante que cada alumno permanezca en su grupo de referencia, su clase, y que los esfuerzos hacia él se hagan en el aula", explica Landaluze, que como profesor de refuerzo lingüístico, en euskera y en castellano, acompaña a otro profesor en el aula. La implicación de todo el profesorado hace que ese refuerzo con el idioma lo practiquen todos y que Landaluze también lo desarrolle en otras áreas.

"Pero nuestra apuesta ha sido no ser sólo nosotros los que apoyemos a ese alumno, sino que se impliquen también sus padres y la comunidad donde viven", comenta Landaluze. El Ayuntamiento de Mungia ya lo ha hecho, a través del euskaltegi municipal, con clases diarias de euskera gratuitas. En el instituto se han creado seis comisiones en las que participan profesores, padres y alumnos. De esta manera todos están involucrados en el mismo proyecto.

El profesorado procura ofrecer una atención personalizada, tanto en el horario escolar, con la entrada de dos o más profesores al aula, como en el extraescolar, con la apertura de la biblioteca tutorizada por dos profesores en la que los alumnos pueden realizar las tareas escolares cada día. "Ha sido necesario que Educación nos permitiese dedicar una de nuestras horas lectivas al horario no lectivo", puntualiza. "Todo lo que ofrecemos al alumno es voluntario. Se negocia con la familia y con el chaval y es algo a lo que se compromete".

Para Landaluze, "se está acabando lo de llegar a clase y soltar el discurso magistral". Eso es algo que no funciona y desmotiva a un adolescente. "Hemos creado dinámicas de trabajo dentro del aula más participativas". En todo este proceso, la herramienta fundamental es el diálogo, y estar abierto a nuevos retos.

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