Editorial:

Prosperidad desigual

Casi por definición, un programa de estabilidad se escribe desde un optimismo moderado y con una voluntad de mejora que no siempre se cumple. El que presentó ayer Pedro Solbes sobre la economía española para 2006-2009 extrapola las excelentes condiciones de crecimiento aplicando ligeras desaceleraciones para los años venideros. El cénit se alcanzaría en 2006 (3,8%), bajaría al 3,4% en 2007 y se situaría en el 3,3% en 2008 y 2009. Solbes añade dos previsiones: más empleo -3,1% este año y 2,6% el año próximo- y un superávit del 1,5% del PIB en 2006. Son unas condiciones macroeconómicas para enma...

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Casi por definición, un programa de estabilidad se escribe desde un optimismo moderado y con una voluntad de mejora que no siempre se cumple. El que presentó ayer Pedro Solbes sobre la economía española para 2006-2009 extrapola las excelentes condiciones de crecimiento aplicando ligeras desaceleraciones para los años venideros. El cénit se alcanzaría en 2006 (3,8%), bajaría al 3,4% en 2007 y se situaría en el 3,3% en 2008 y 2009. Solbes añade dos previsiones: más empleo -3,1% este año y 2,6% el año próximo- y un superávit del 1,5% del PIB en 2006. Son unas condiciones macroeconómicas para enmarcar; sobre todo cuando se añade que en 2010 España superará "con comodidad" la renta per cápita europea media.

Catorce años de crecimiento ininterrumpido han corregido dos de los estrangulamientos de nuestra economía: el paro y el déficit del sector público. No obstante, los términos de esa corrección son insatisfactorios para muchos. Se logra superávit gracias al aumento de los ingresos tributarios -debido al crecimiento nominal de la economía- y no por reducciones selectivas del gasto público; y el crecimiento del empleo tiene los estigmas de la escasa productividad y la elevada estacionalidad. Una política más decidida, con capacidad para modular todos los resortes del gasto público, debería ser capaz de acrecentar la inversión pública -particularmente en educación e I+D-, mantener un suave crecimiento del gasto social y contener el gasto total. Esta es, sin duda, la principal política pública para los próximos años.

El Gobierno afirma que el patrón de crecimiento será más sano cada ejercicio, es decir, menos dependiente de la construcción y más deudor de la inversión y del mercado exterior. Pero este cambio de modelo exige un aumento de la productividad que ni se detecta hoy ni se espera a corto plazo. La política antiinflacionista sería una de las palancas necesarias para aumentar la productividad; pero tampoco hay noticias de que exista.

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Las autoridades económicas habrán descubierto ya que los problemas minimizados -desempleo, inestabilidad presupuestaria- se sustituyen por otros más difusos. El más llamativo es la extrema desigualdad entre la progresión imparable de los beneficios empresariales y el estancamiento de los salarios en términos reales. El primer factor quizá no podría explicarse sin el segundo; en todo caso, este desequilibrio debería ser motivo de reflexión para un Gobierno socialista.

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