Tribuna:

Enfrentamientos y desalojos

En los conflictos que se manifiestan en nuestras ciudades podemos considerar que hay tanto un reflejo de las violencias globales como, al mismo tiempo, del desarrollo de tradiciones y conflictos locales. Para analizarlo podemos tomar dos fenómenos recientes: los enfrentamientos entre grupos de jóvenes de signo político opuesto y los desalojos de viviendas y locales ocupados.

Las peleas ocasionales entre jóvenes antifascistas y diversos grupos neonazis constituyen un tipo de esos enfrentamientos. Los primeros, red skins, sharps, punkies y otros grupos urbanos-, forma...

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En los conflictos que se manifiestan en nuestras ciudades podemos considerar que hay tanto un reflejo de las violencias globales como, al mismo tiempo, del desarrollo de tradiciones y conflictos locales. Para analizarlo podemos tomar dos fenómenos recientes: los enfrentamientos entre grupos de jóvenes de signo político opuesto y los desalojos de viviendas y locales ocupados.

Las peleas ocasionales entre jóvenes antifascistas y diversos grupos neonazis constituyen un tipo de esos enfrentamientos. Los primeros, red skins, sharps, punkies y otros grupos urbanos-, forman parte de los movimientos antisistema y okupas, ensayan un mundo alternativo y crecen como respuesta a la precariedad laboral, al problema de la vivienda y al encarecimiento de la vida. Los segundos desean una vuelta a un idealizado y añorado pasado de autoridad y orden férreos, y toman el fenómeno de la inmigración para justificar sus agresiones racistas a los que son diferentes.

Da la impresión de que hasta hoy el Departamento de Interior de la Generalitat ha tendido a criminalizar a los okupas y antisistema y, en cambio, ha sido tolerante con los actos racistas que nos han convertido en una comunidad autónoma con agresiones a inmigrantes; junto con otra modalidad practicada por personas afines a dicha ideología como es la violencia sobre los sin techo, ya de por sí vulnerables y desprotegidos.

Es grave no afrontar el resurgimiento de la ultraderecha, cuando tiene ya representación en tres ayuntamientos catalanes y son ya varios centenares los componentes de grupos violentos que actúan en las ciudades catalanas. ¿Será que están haciendo el trabajo sucio que el mismo sistema tiene como intención? ¿O será que se les teme profundamente? No es un problema menor que en la vieja Europa estén creciendo los movimientos xenófobos, cuando en realidad la estructura social de cada país se está transformando y enriqueciendo con las aportaciones de la población inmigrante. Flaco favor se hace al delicado y complejo proceso de integración de los inmigrantes y a la defensa de sus derechos si se deja el campo libre a los que quieren destruir los lazos de convivencia entre culturas.

Los movimientos y conflictos sociales siguen las propias tradiciones históricas y políticas. Así podemos encontrar raíces del movimiento okupa en el anarquismo de finales del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX, y el resurgir neonazi entronca con el fascismo que derrotó al Gobierno legítimo de la Segunda República.

El otro ejemplo son los desalojos de todo tipo. Como la lacra del acoso inmobiliario, una práctica vergonzante que queda impune y que actúa generalmente sobre personas mayores hasta conseguir expulsarlas de sus pisos y rehacer los viejos inmuebles, muchas veces para convertirlos en hoteles camuflados con viviendas por días. O como las expulsiones cotidianas de casas okupadas. El pasado 20 de noviembre la policía desalojaba sin previo aviso La Makabra en el Poblenou de Barcelona, una de las okupas de mayor tamaño, donde vivían un centenar de personas en las naves de la antigua fábrica de toldos y en las caravanas situadas en sus patios. Por La Makabra pasaban cada día unas 800 personas para participar en las actividades de los talleres de circo, teatro, cine, danza y otros, y los fines de semana podía haber más de 1.000 asistentes a espectáculos y fiestas. El mismo lunes por la tarde se procedió a la destrucción de una parte de la fábrica, arrasando con lo que quedaba allí de las instalaciones, muebles y objetos de quienes durante tiempo habían habitado estas naves. De nuevo, las excavadoras son símbolo de la destrucción sin escrúpulos de los espacios donde habitan las personas. A pesar del desalojo, La Makabra como colectivo ha continuado su actividad por la dignificación de los espacios, promoviendo actividades artísticas, sociales y culturales, hasta okupar la emblemática fábrica Can Ricart.

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La ley defiende el derecho a la propiedad; por ello cualquier okupación, aunque haya comportado la mejora de un contenedor abandonado, la oferta de actividades sociales y culturales, y la revalorización del entorno, por ley acaba volviendo a manos de sus propietarios, y esto aunque sean a veces empresas que han quebrado y deben impuestos, para que sean los agentes de la especulación inmobiliaria quienes consigan el máximo beneficio. Sin embargo, cada sociedad debe ser capaz de evolucionar, transformando sus leyes y elaborando alternativas sociales -imaginativas y flexibles, autogestionadas y solidarias- para afrontar problemas como los que llevan a los jóvenes a okupar por la falta de medios para acceder a una vivienda y por la dificultad de encontrar espacios alternativos dedicados a la creación y al tiempo libre que no sean meramente de consumo.

¿Qué podrá aportar a partir de ahora la dirección ecosocialista en el Departamento de Interior a la gestión de los problemas de orden público? ¿Cómo puede compensarse la aplicación de la ley con unas políticas sociales que mitiguen las injusticias que conducen a gran parte de los conflictos urbanos? El reto puede ser atractivo, pero es demasiado arriesgado y previsiblemente abocado al fracaso de cualquier buena intención: la globalización y la dualización han convertido nuestras sociedades en más agresivas y llenas de fronteras, y por esto mismo, cada día se invierte más en control y se afinan más los instrumentos para el acoso y represión de cualquier alternativa de los muy diversos grupos y sectores que luchan por otro mundo posible.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC).

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