Tribuna:La huella de la movida madrileña

Bares, qué lugares

Escribir, veinte años después, una mañana gris, sobre los bares de la movida madrileña es, no sólo una tarea ardua sino casi una falacia. ¿Cómo transmitir aquella ebullición que nos llevaba del Escalón (Chamartín) a El Sol (Jardines, 3); de El Sol al O'Clock y nuevamente al Teide? ¿Qué tenían aquellos locales que nos atraían de ese modo? ¿Qué había en La Vaquería para ir a las nueve de la noche, volver a la una y terminar en El Sol? Creo que era la música. La música y el público. Ya no eran las boîtes de nuit donde se intentaba canalizar la libido haciéndose arrumacos; eran lugares de e...

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Escribir, veinte años después, una mañana gris, sobre los bares de la movida madrileña es, no sólo una tarea ardua sino casi una falacia. ¿Cómo transmitir aquella ebullición que nos llevaba del Escalón (Chamartín) a El Sol (Jardines, 3); de El Sol al O'Clock y nuevamente al Teide? ¿Qué tenían aquellos locales que nos atraían de ese modo? ¿Qué había en La Vaquería para ir a las nueve de la noche, volver a la una y terminar en El Sol? Creo que era la música. La música y el público. Ya no eran las boîtes de nuit donde se intentaba canalizar la libido haciéndose arrumacos; eran lugares de encuentros, charlas y risas.

Se podría hablar de La Bobia, El Malacatín (bar de legionarios también en El Rastro, donde la tortilla de patata y pimientos nos encantaba), el Carolina (tan agradable por sus dimensiones que a pesar de ellas, nos ofrecía intimidad), el Teide, el O'Clock, el Ras, el Escalón... pero el local de la movida por excelencia fue sin duda El Sol. El Sol y la personalidad incuestionable de Antonio Gastón, su savoir faire y cordialidad.

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El diseño de El Sol fue un gran acierto. Esa escalera que nos permitía bajar elegantemente mirándonos en un espejo. Aquella primera barra donde los más bebedores se apalancaban; la mesa, reservada para Antonio y sus amigos; los balconcillos, donde todos nos agrupábamos y desde donde podíamos ver los conciertos en aquel miniescenario tan casero, donde actuaban los grupos amigos, las gradas donde nos observábamos los unos a los otros, ese aire decontracté y pasotilla que impregnaba todo. Por último, aquellas actuaciones de última hora del mismísimo Gastón, imitando a Juanita Reina y utilizando las cortinas rojas como único elemento escenográfico.

El Rock-Ola fue también un lugar emblemático. Aunque no tenía unas enormes dimensiones (como el MM) sí había una sensación de tantos recovecos que nos permitía imaginarnos miles de situaciones y otros cientos de personajes. Tal vez fue eso: la imaginación e ilusión lo que nos hacía apalancarnos en aquellos lugares tan diversos.

Blanca Sánchez es comisaria de la exposición sobre la movida organizada por la Comunidad de Madrid. www.lamovidamadrid.com

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