Crónica:PIE DE FOTO | EL PAÍS, 17-08-2006

La multiplicación celular

¿Dónde he visto antes ese feto que me resulta tan familiar? se pregunta uno al observar el de la foto. Pues quizá dentro de su vientre o del de su esposa, si van ustedes a tener un hijo y se han hecho una ecografía. Todos los fetos se parecen, de modo que si nos pusieran siete u ocho en línea, como en las ruedas de reconocimiento policiales, seríamos incapaces de decir cuál es el nuestro. En cambio, cuando se convierten en personas, podemos distinguir el cuerpo de nuestro padre, de nuestro hermano, de nuestro vecino, y hasta de nuestro cuñado, a cien metros, sólo con verlos andar. Estás, ponga...

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¿Dónde he visto antes ese feto que me resulta tan familiar? se pregunta uno al observar el de la foto. Pues quizá dentro de su vientre o del de su esposa, si van ustedes a tener un hijo y se han hecho una ecografía. Todos los fetos se parecen, de modo que si nos pusieran siete u ocho en línea, como en las ruedas de reconocimiento policiales, seríamos incapaces de decir cuál es el nuestro. En cambio, cuando se convierten en personas, podemos distinguir el cuerpo de nuestro padre, de nuestro hermano, de nuestro vecino, y hasta de nuestro cuñado, a cien metros, sólo con verlos andar. Estás, pongamos por caso, lejos de casa, en Nueva Delhi, y cruza la calle tu yerno, que vive en Valladolid. Pues lo reconoces al instante. Es él, Fernando, coño, qué hará aquí si no me ha dicho nada.

Fíjense en el feto de la foto. No le han descodificado para salvaguardar su intimidad

Una vez que nos salen las piernas y aprendemos a manejarlas no hacemos otra cosa que ir de un lado a otro, pero el verdadero viaje no es el que hacemos desde Madrid a Pekín o desde Barcelona a Tokio, sino el que realizamos desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde, o desde el lunes al viernes, o desde enero a diciembre, o desde el año de nuestro nacimiento al de nuestra defunción. En este viaje es en el que nos jugamos la vida (y la perdemos). Lo realizamos dentro de un cuerpo que nos viene pequeño, apretados contra sus paredes, como los deportados en los vagones de tren. Tenemos que hacernos las necesidades encima porque somos simultáneamente el vagón y el pasajero, el continente y el contenido, el envase y el regalo. Así, mientras fingimos que vamos de Cádiz a Jerez, viajamos en realidad por dentro de nosotros, desde el feto de la foto (curioso sonido, feto de la foto) hasta esta cosa que luego llamamos Jorge o Federico o María o Lucrecia. La multiplicación celular permite asimismo que además de tener un nombre y un apellido llevemos también un cargo, de modo que para esas fechas nos hemos convertido en directores generales o en ingenieros de caminos o en fontaneros o en autores de teatro o en interventores de Hacienda. El caso es no parar para olvidarnos de que mientras vamos de un lado a otro, lo único que hacemos de verdad es viajar desde el útero al ataúd, dos palabras con u, como ulular y lúgubre. Casi todas las palabras con un dan miedo, pero la más aterradora es "tú".

Fíjense en el feto de la foto. No le han descodificado la cara para salvaguardar su intimidad porque en el momento del viaje existencial en el que ha sido sorprendido podría ser el feto de cualquiera, incluso de un cualquiera. Ni siquiera hay forma de saber si se trata de un feto chino o negro o neozelandés. No sabemos si es vasco, gallego, canario o español. Lo único que nos atreveríamos a afirmar es que se trata del feto de un mamífero (aunque hemos visto fotografías de pollos en construcción muy semejantes). La existencia, en sus comienzos, es abstracta. Luego atraviesa una etapa de figuración (cuando no de realismo sucio), que coincide con la llamada puta vida, para regresar de nuevo a la abstracción, sobre todo si te incineran. Tal vez por eso no entendemos el arte abstracto. ¿Quién entiende a este feto cuyo gesto, sin embargo, nos resulta tan extrañamente familiar? ¿Cómo saber qué quieren decir las cenizas de papá?

EFE

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