Editorial:

El mar no es una fábrica

Los ministros comunitarios de Pesca decidirán en su reunión de este mes -según todos los indicios (reducción de capturas a mínimos históricos y datos científicos sobre la caída de la biomasa)- el cierre del caladero de la anchoa en el golfo de Vizcaya, que nunca debió reabrirse. No será una sorpresa para los pescadores españoles ni para los científicos que lo habían solicitado a Bruselas en diciembre pasado. Lo sorprendente, en este caso, es que los representantes de España y Francia impusieran entonces a la Comisión abrir el caladero contra la opinión de los propios pescadores. Cuando no hay ...

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Los ministros comunitarios de Pesca decidirán en su reunión de este mes -según todos los indicios (reducción de capturas a mínimos históricos y datos científicos sobre la caída de la biomasa)- el cierre del caladero de la anchoa en el golfo de Vizcaya, que nunca debió reabrirse. No será una sorpresa para los pescadores españoles ni para los científicos que lo habían solicitado a Bruselas en diciembre pasado. Lo sorprendente, en este caso, es que los representantes de España y Francia impusieran entonces a la Comisión abrir el caladero contra la opinión de los propios pescadores. Cuando no hay peces, las decisiones políticas no los pueden inventar.

Ante el descenso drástico de los recursos, el exceso de barcos y las capturas ilegales o masivas, ajustar la estructura y la actividad de las flotas a las posibilidades de pesca de los caladeros se ha erigido en objetivo central, tanto de la política comunitaria en la materia como de las diferentes organizaciones internacionales implicadas. No se trata de un problema concreto de una zona, sino de la pesca en todo el mundo.

Según los datos manejados por la FAO, el 7% de los caladeros se hallan agotados, mientras que el 70% están sobreexplotados, una situación que, además de poner en grave peligro los recursos, aumenta sustancialmente los costes de las capturas. En el marco comunitario, en los mares del norte han sido necesarios en los últimos años planes para la recuperación de especies como la merluza, la cigala o el bacalao, mientras que en el Mediterráneo se cierne una grave amenaza sobre el atún rojo por el fuerte incremento de las capturas, muy por encima de los techos autorizados. Fuera de la Unión Europea, la sobreexplotación abarca desde el Atlántico norte hasta países como el vecino Marruecos, donde flotas sin acuerdo de pesca con la UE han esquilmado el caladero de cefalópodos. Frente a los abrumadores datos científicos, sin embargo, en muchos casos se imponen los planteamientos políticos a la hora de asignar cuotas. Gobiernos y sectores pesqueros afectados establecen frecuentemente correlaciones simplistas entre resultados y cuotas conseguidas, dejando de lado la existencia de planes racionales para mantener los cada vez más escasos recursos.

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España ha sido en las últimas décadas uno de los defensores de las pesquerías sostenibles; por ello sorprende más su decisión de apoyar la reapertura de un caladero tan sobreexplotado como el de la anchoa. El deterioro generalizado de las zonas de pesca impone sin reservas una política sostenible de artes y cuotas, donde primen los informes serios de los expertos a la hora de fijar el volumen de capturas. El mar no es una fábrica que produce peces en función de la demanda; tiene sus propias reglas y se impone respetarlas para asegurar su futuro.

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