Columna

Semiautoritarios

Algunos países han vivido unas transiciones a la democracia que sólo lo han sido en apariencia y no han llegado a donde debían. La democracia ha avanzado en el mundo, pero no siempre la caída de dictaduras ha desembocado en el estadio plenamente democrático, sino uno intermedio, no casual, de diseño y relativamente estable, en el que los regímenes reformados pretenden perpetuarse con elecciones y cierta apertura de debate y medios. La Rusia de Putin, que será el anfitrión de la próxima cumbre del G-8 en julio, en San Petersburgo, y de quien dependen crecientemente las economías europeas (gas, ...

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Algunos países han vivido unas transiciones a la democracia que sólo lo han sido en apariencia y no han llegado a donde debían. La democracia ha avanzado en el mundo, pero no siempre la caída de dictaduras ha desembocado en el estadio plenamente democrático, sino uno intermedio, no casual, de diseño y relativamente estable, en el que los regímenes reformados pretenden perpetuarse con elecciones y cierta apertura de debate y medios. La Rusia de Putin, que será el anfitrión de la próxima cumbre del G-8 en julio, en San Petersburgo, y de quien dependen crecientemente las economías europeas (gas, petróleo y ahora acero), es quizás el mejor ejemplo de lo que Marina Ottaway, politóloga de la Fundación Carnegie, llamó "regímenes semiautoritarios" (Democracy Challenged, The rise of semi-authoritarianism, Carnegie Endowment, 2003), en la línea de las tesis sobre las democracias "defectuosas", o "iliberales". Es una tendencia que tras las revoluciones de diversos colores y la manía de imponer la democracia desde fuera, se puede agudizar.

Estos regímenes semiautoritarios, según Ottaway, aceptan de forma retórica la democracia y sus instituciones formales, pero ofrecen escasa transparencia en su funcionamiento real. Permiten un estrecho margen de competencia real por el poder, aunque dejen cierto espacio para la libertad de prensa, partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil. Pero cuando las ONG o fundaciones empiezan a cobrar más fuerza, como ha ocurrido en la Rusia de Putin, se cierra el grillete para tutelarlas desde el Estado. No son simplemente democracias imperfectas, no consolidadas o fracasadas, sino países cuyos líderes han impulsado un sistema alternativo, pero limitando conscientemente su grado de transformación.

Marruecos, que no está en transición a la democracia sino en otra cosa -en un proceso de reforma y apertura, importante, pero limitado-, entraría en esa categoría. Egipto, aún más. En cuanto a Arabia Saudí, es un régimen que ni siquiera se plantea una transformación democrática. En el magnífico libro de Ángeles Espinosa, El reino del desierto: Arabia Saudí frente a sus contradicciones (Aguilar 2006), una de las principales ausencias es, justamente, la del concepto de democracia, aunque se hable de participación, votos y elecciones. Arabia Saudí, como otros países de la zona -entre ellos el Kuwait liberado-, no llega a semi. Son países en transformación, quizás en un proceso de modernización no entendida como occidentalización, pero no de democratización, a pesar de todos los planes, entre otros el americano del Gran Oriente Medio.

Quizás la maldición del petróleo contribuya a que cuando algunos países no tienen instituciones democráticas asentadas pero sí materias primas -especialmente si sube su demanda y su precio- se queden en semiautoritarios. Una forma de ver a Rusia es como país esencialmente productor y exportador de crudo y de gas que ha caído en este estado para perpetuar a un grupo o clase dirigente, en este caso en torno a la ex KGB. Puede también ocurrir que una democracia más o menos imperfecta revierta en régimen semiautoritario para quedarse en eso. Sería el caso de Venezuela con Chávez.

Estos dirigentes pueden ser populares. Chávez y Putin han ganado elecciones. Algunos observadores estiman que en Bielorrusia, Lukashenko podría haber sido reelegido presidente incluso sin fraude. Con las mejores intenciones, a veces las ayudas externas y la presión internacional para la democratización pueden resultar contraproducentes. No porque hayan contribuido al fracaso de las transiciones, sino porque han alentado a regímenes a dar sólo unos pasos hacia la democracia aunque se quedasen plantados a medio camino, amparados incluso en instituciones como el Consejo de Europa. Aunque cuidado: estos regímenes pueden acabar por reventar, especialmente cuando llega el momento de sucesión del líder, y no necesariamente para avanzar hacia la democracia o posiciones prooccidentales, sino todo lo contrario. aortega@elpais.es

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