Columna

Fosas y fosos

La iniciativa municipal de arrasar la fosa donde fueron sepultadas algunas víctimas de la posguerra muestra cómo se produjo un tremendo malentendido en la España de la transición. Pues una cosa fue el pacto por el cual no se exigieron responsabilidades jurídico penales por las tropelías cometidas bajo la dictadura; y otra, bien diferente, que se quiera ocultar el carácter cruel del régimen instaurado por un golpe militar fracasado convertido en victoria tras la guerra civil que el mismo provocó. Así, lo que indica una iniciativa como la del Ayuntamiento de Valencia es una insuperable antipatía...

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La iniciativa municipal de arrasar la fosa donde fueron sepultadas algunas víctimas de la posguerra muestra cómo se produjo un tremendo malentendido en la España de la transición. Pues una cosa fue el pacto por el cual no se exigieron responsabilidades jurídico penales por las tropelías cometidas bajo la dictadura; y otra, bien diferente, que se quiera ocultar el carácter cruel del régimen instaurado por un golpe militar fracasado convertido en victoria tras la guerra civil que el mismo provocó. Así, lo que indica una iniciativa como la del Ayuntamiento de Valencia es una insuperable antipatía respecto de lo que supuso -y supone- la Segunda República. Antipatía más dañina para la democracia de este país que los libros de un puñado de pseudo-historiadores -Pío Moa et alia- que pretenden pasar como novedad lo que no es sino un calco de la temprana justificación que los propios felones elaboraron para enmascarar su fechoría.

Porque este asunto no es sino un avatar más que concierne a la formación de una conciencia histórica pública democrática. Y en ese punto ya no se trata sólo de un debate historiográfico donde los historiadores son convocados como expertos, sino que todos los ciudadanos somos (incluidos los historiadores en cuanto ciudadanos) los que tenemos algo que decir. Ahora bien, cuando esa es la cuestión no hay manera de escamotear, elidir, borrar... el significado histórico de la república de 1931, por más que se empeñe el PP. Quizá sea Eduardo Zaplana quien exprese con mayor concisión la falacia que vuelve una y otra vez: a saber, que todo aquél que reivindique la experiencia de la Segunda República niega eo ipso la legitimidad que confiere a nuestro actual régimen político la constitución de 1978; o, dicho de otra manera, que reivindicar el valor histórico de la república y sus protagonistas supone una actitud antidemocrática por cuanto niega la epifanía del actual régimen de libertades articulado en la constitución. ¡Cómo si la democracia se hubiera inventado ex novo en la España de la transición! ¡Cómo si la constitución, por más valiosa y perfectible que sea, no fuera el resultado de una determinada correlación de fuerzas entre los representantes de una dictadura decadente y los demócratas perseguidos en y después de la guerra!

Rita Barberá se retrata cuando declara -ante las preguntas sobre la abolición de la fosa- "no entro en la estrategia de la izquierda". Sigue pensando que la república es una cosa "de la izquierda" y no de la tradición democrática de este país. Porque puede decirse que la república tuvo "luces y sombras" (¿quién no las tiene?), que el periodo fue difícil y convulso por razones externas e internas, pero no puede adoptarse una actitud que coincide con la de Agustín de Foxá en Madrid de Corte a checa o, incluso, con la del Pío Baroja de Las miserias de la guerra (ahora recién editado por primera vez). El subterfugio siempre es el mismo: atribuirle a la república los horrores de una guerra que ella no provocó y asimilar su carácter y sus logros a la excepción del periodo bélico. Así, asimilada a la guerra y su dolor, es más fácil evacuar un pasado donde simétricamente se reparten las culpas ¿Se imaginan el escándalo que produciría en Francia afirmar que la reivindicación de los maquisards, que combatieron a los colaboracionistas del gobierno de Vichy del mariscal Pétain, es "una estrategia de la izquierda"?

En todas partes cuecen habas y los países que sufrieron la plaga del fascismo, foráneo o autóctono, han visto florecer revisionismos históricos tendentes a desprestigiar a quienes lo combatieron. Pero la diferencia es que en ellos la conciencia histórica pública ha sido lo suficientemente fuerte y democrática como para trocar los intentos políticos de mistificación en escándalos que han arruinado la carrera política de más de uno. Aquí no: con la mayor desfachatez -ese es nuestro drama- se vuelve a arrojar al foso del olvido a los que lucharon por la democracia frente a aquellos que, hasta el último día, hacían el saludo romano y hablaban de "conjura judeo-masónica". Fosas o fosos: dime con quién simpatizas y te diré quien eres.

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