Reportaje:

Recuerdo vivo del Dos de Mayo

Un pequeño cementerio, el de La Florida; un obelisco en el Prado, plazas, calles y estatuas, hitos de la memoria de 1808

La fecha de hoy, 2 de mayo, forma parte entrañada en la memoria de Madrid. Para mantenerla viva, un grupo de unas veinte personas, algunas con una medalla de bronce con lazos rojos y azules sobre su pecho, se desplazará a primera hora de la mañana hasta las inmediaciones de la Rosaleda del Parque del Oeste. En la calle de Francisco y Jacinto Alcántara, 2, encontrarán a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y a un séquito oficial. Al poco, los recién llegados franquearán la verja de un recinto que permanece cerrado todos los días del año, salvo el de hoy y el de mañana....

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La fecha de hoy, 2 de mayo, forma parte entrañada en la memoria de Madrid. Para mantenerla viva, un grupo de unas veinte personas, algunas con una medalla de bronce con lazos rojos y azules sobre su pecho, se desplazará a primera hora de la mañana hasta las inmediaciones de la Rosaleda del Parque del Oeste. En la calle de Francisco y Jacinto Alcántara, 2, encontrarán a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y a un séquito oficial. Al poco, los recién llegados franquearán la verja de un recinto que permanece cerrado todos los días del año, salvo el de hoy y el de mañana.

La verja y un tapial muy antiguo definen el perímetro del cementerio más pequeño de Madrid, llamado de La Florida. Fue fundado en 1794 para recibir en sepultura a empleados fallecidos en el Palacio Real. En este recinto recoleto, aromado por cipreses centenarios, todos rendirán esta mañana homenaje a 43 héroes. Su tributo anual corresponde desde 1839 a la Milicia Nacional, que así se llama el grupo de 20 personas hoy allí desplazado. Tiene desde 1840 la encomienda de custodiar el camposanto y, desde diciembre de 1809, la misión de defender Madrid de cualquier invasor extranjero.

Los cuerpos de 43 héroes fusilados por Napoleón reposan en un diminuto recinto

Entre la noche del 2 y la madrugada del 3 de mayo de 1808, las 43 personas homenajeadas fueron pasadas por las armas en el paraje conocido como la Montaña del Príncipe Pío y enterrados con nocturnidad en La Florida. Su delito había sido el de alzarse con aperos de labranza, hoces, navajas y cuchillos de cocina contra las tropas de Napoleón Bonaparte, entonces señor de Europa, mandadas por el duque de Berg, Joachim Murat, que ocupaban Madrid fuertemente pertrechadas con cañones, caballería y tropas de cinco nacionalidades.

Los rostros de los patriotas madrileños -el cántabro Martín de Ruzcavado, al frente-, iluminados por un gran fanal y con gesto de impotencia frente a un pelotón de ejecución, fueron inmortalizados por Francisco de Goya en su cuadro Los fusilamientos del 2 y el 3 de mayo de 1808, hoy en el Museo del Prado.

No lejos del gran museo edificado por Juan de Villanueva, junto a la plaza de Neptuno y sobre la plaza de la Lealtad, un obelisco de 34 metros de altura, erigido por suscripción popular -también con las manos de miles de voluntarios de toda condición social-, sepulta los restos mortales de los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde, cuyas casacas ensangrentadas se encuentran en el muy próximo Museo del Ejército, hoy cerrado al público a la espera de su traslado a Toledo. Ambos oficiales dirigieron la lid de 150 paisanos y artilleros contra tropas de Murat -2.000 fusileros, mamelucos egipcios y coraceros polacos- enviadas a sofocar el levantamiento de los patriotas en el Parque de Artillería de Monteleón, donde se hicieron fuertes. Al menos 500 soldados extranjeros fueron muertos durante aquellos hechos que desataron la furia de Murat y del gobernador ocupante, mariscal y marqués Emmanuel de Grouchy.

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Cercado por los paisanos en la Casa de Correos -hoy sede del Gobierno regional, en la Puerta del Sol-, el gobernador planificó una venganza feroz: torturas sobre el terreno, bayonetazos en la calle, fusilamientos al amanecer. Una placa sobre el palacio de la Puerta del Sol, otra enfrente del Palacio Real -donde la partida obligada del infante Francisco de Paula, de 12 años, disparó la revuelta contra los ocupantes- y un arco de ladrillo y caliza sobre la plaza del Dos de Mayo honran la gesta de los patriotas inmolados.

En ella se distinguió también el teniente Jacinto Ruiz, capitán de Voluntarios del Estado -tal era su cargo-, que murió a consecuencia de las heridas recibidas. Ruiz fue enterrado en la ciudad de Trujillo, aunque posee en Madrid una bellísima estatua cincelada por Mariano Benlliure y que hoy se yergue sobre una peana de mármol gris de Carrara, llamado baldillo, sobre la plaza del Rey.

Las tropas francesas saquearon buena parte del patrimonio artístico de Madrid, sobre todo el de los conventos. Aún hoy, San Lorenzo, de Francisco de Zurbarán, ahora en el Museo del Hermitage, en San Petersburgo, exhibe en una cartela la siguiente leyenda: "Procedente de la colección del señor N. Soult". Coincide con la inicial del nombre y el apellido de Nicolás Soult, uno de los principales generales de Napoleón enviados a España, caracterizado por su rapiña de obras de arte. Otro general de Napoleón Bonaparte -la mascarilla mortuoria del corso se conserva también en el Museo del Ejército de la calle de Méndez Núñez- fue Léopold Hugo, padre del escritor Víctor Hugo, que mostró hacia España una actitud bien distinta de la de Soult, ya que se granjeó aquí muchas amistades.

Los principales estragos causados por las tropas invasoras en aquellas jornadas se produjeron, sobre todo, en el Retiro. Varias de sus ermitas fueron destrozadas, al igual que la Real Fábrica de Porcelanas -junto a la glorieta del Ángel Caído-, así como el telescopio de Herschell, en el Observatorio Astronómico. Aquel ingenio óptico había sido ideado por el astrónomo germano-británico de igual nombre, descubridor del planeta Urano. El telescopio fue traído en 1802 en piezas en barco desde Londres hasta Cantabria, y desde allí en mulo hasta Madrid, por el marino José de Mendoza. Aquí fue instalado en el observatorio, encaramado del cerrillo de San Blas, sobre el confín meridional del Retiro. Pese a todo, aquella maravilla científica fue hecha astillas para cebar las chimeneas del cuartel general napoleónico instalado sobre el parque donde, además, la soldadesca ejecutó una devastadora tala. Algunos tocones de castaños talados entonces aún se pueden ver hoy en paseos cercanos al cruce de las calles de Alfonso XII y Casado del Alisal.

En cuanto a la Puerta de Alcalá, situada en la plaza de la Independencia -así nombrada por haber presenciado el coraje cívico contra los ocupantes napoleónicos-, muestra hoy en sus columnas, sobre todo las orientadas al Este, más de un centenar de impactos de proyectiles de bombas, mosquetes y fusiles.

Muchos fueron disparados durante las jornadas del 2 de mayo por la fusilería y la artillería francesas, con más de 3.000 hombres, enviados hacia la puerta y la calle de Alcalá por Grouchy para sofocar el levantamiento de los patriotas, hombres y mujeres, en torno a la Puerta del Sol y otras zonas céntricas de Madrid, como en la calle de las Infantas. Allí, unas mujeres dieron muerte al general francés Legrange al lanzarle un tiesto a la cabeza.

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