Editorial:

Grandes migraciones

Las migraciones internacionales son parte de la globalización, y, más allá del turismo masivo, estamos inmersos en una nueva era de grandes movimientos de personas que abandonan sus países con la esperanza de encontrar una mejor vida en el lugar de acogida. El último informe de la Comisión de Población y Desarrollo de la ONU, conocido esta semana, indica que en un mundo de 6.500 millones de habitantes, más de 191millones viven en un país distinto al de su nacimiento. Son 36 millones más que en 1990, pero en los 15 años anteriores habían crecido en 68 millones. Tampoco era una novedad, pero par...

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Las migraciones internacionales son parte de la globalización, y, más allá del turismo masivo, estamos inmersos en una nueva era de grandes movimientos de personas que abandonan sus países con la esperanza de encontrar una mejor vida en el lugar de acogida. El último informe de la Comisión de Población y Desarrollo de la ONU, conocido esta semana, indica que en un mundo de 6.500 millones de habitantes, más de 191millones viven en un país distinto al de su nacimiento. Son 36 millones más que en 1990, pero en los 15 años anteriores habían crecido en 68 millones. Tampoco era una novedad, pero para encontrar desplazamientos similares de personas hay que remontarse a finales del siglo XIX, cuando fueron incluso más importante en términos relativos.

EE UU ya era entonces el principal país receptor, y sigue siéndolo, con 38,4 millones (el segundo es Rusia con 12,1 millones). España, que en 1990 no estaba entre los 20 primeros receptores, es ahora uno de los 10 que acogen a más extranjeros del mundo, y uno de los tres, tras Estados Unidos y Alemania, con un mayor incremento en los últimos tres lustros: cuatro millones de personas.

Las nuevas grandes migraciones, entre las que se ha reducido sobremanera en los últimos años el número de refugiados al caer el de conflictos armados, tienen características propias. En un 60%, estos desplazamientos van del Sur al Norte, lo que plantea a los países en desarrollo un problema de lo que en su día se llamó fuga de cerebros, y también de pérdida de mano de obra especializada. Pero también aumentan las migraciones entre países en vías de desarrollo. Los movimientos Sur-Sur afectan a 75 millones de personas, la mayoría hacia países asiáticos. El impacto en los salarios de los nativos es poco significativo y a largo plazo puede producir beneficios fiscales netos. Casi la mitad de los migrantes son mujeres, favorecidas por las políticas de reagrupamiento familiar, pero también por la demanda, especialmente en el sector servicios y en los cuidados de pequeños y ancianos, en las sociedades más ricos, cuyos sistemas de bienestar no funcionarían sin esta mano de obra.

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Los inmigrantes llegan porque las economías más ricas, especialmente en Europa, los necesitan. Francia, Holanda, Italia y Dinamarca son de los pocos países que quieren reducir el número de inmigrantes. En Estados Unidos muchos congresistas republicanos y algún demócrata quieren imponer una ley restrictiva, lo que ha generado el primer gran movimientos de protesta de los hispanos, más de acuerdo con el presidente Bush, que quiere al menos una legalización temporal de los clandestinos, que ya son unos doce millones (la ONU estima unos ocho millones en Europa). Bush sabe que debe su victoria en 2004 también a muchos hispanos de segunda o tercera generación, que se sienten "americanos". Salvo excepciones, todos los países de inmigración están adoptando, con mayor o menor acierto, políticas para integrar a esas personas. Es uno de los mayores retos de nuestros días.

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