Columna

Barojiana

Algo tiene Baroja. A la vuelta del año 2006 el novelista de San Sebastián sigue dando que hablar. Se le sigue leyendo y se sigue escribiendo sobre él, acerca de él y a menudo, no siempre, contra él (lo cual, en un país como el nuestro, no deja de ser una infalible señal de salud literaria). Algo tiene Baroja. El hombre malo de Itzea no debe ser tan malo, tan chungo ni tan falso como cuentan algunos. Antes bien, su vida y su escritura, su escritura y su vida (cómo diablos separar ambas cosas) deben tener alguna cualidad y, sobre todo, alguna calidad, algún metal precioso y duradero que resiste ...

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Algo tiene Baroja. A la vuelta del año 2006 el novelista de San Sebastián sigue dando que hablar. Se le sigue leyendo y se sigue escribiendo sobre él, acerca de él y a menudo, no siempre, contra él (lo cual, en un país como el nuestro, no deja de ser una infalible señal de salud literaria). Algo tiene Baroja. El hombre malo de Itzea no debe ser tan malo, tan chungo ni tan falso como cuentan algunos. Antes bien, su vida y su escritura, su escritura y su vida (cómo diablos separar ambas cosas) deben tener alguna cualidad y, sobre todo, alguna calidad, algún metal precioso y duradero que resiste los embates del tiempo.

La semana pasada dijo Eduardo Mendoza que Baroja es el escritor español más moderno. Sus novelas (las de Pío Baroja, según Mendoza) enseñan las tripas igual que esos edificios modernos, esos viejos edificios del futuro construidos con la fontanería al aire. Puro posmodernismo, al parecer. Baroja (sigue Mendoza) llega a enlazar con Carver. Uno pensaba, en cambio, que el realismo sucio estaba, polvoriento y genial, en Azorín, en su minimalista precisión y no en las almonedas barojianas, tan llenas de barullo y quisicosas. Baroja, en todo caso (eso lo dice Pla) es un escritor inmenso, "pero se equivocó de técnica. Escribió novelas. Como novelas, las suyas son ridículas. Baroja, enorme escritor antibarroco, habría podido ser el mayor memorialista de la literatura castellana de todos los tiempos". Las novelas, en su gran mayoría (y hoy quizás absolutamente todas) son ridículas, pero a pesar de todo Baroja, con su santa o impía humildad, consigue que las suyas, aun las más descaradamente folletinescas, tengan vida.

Algo tiene Baroja. "Miedo", dice Eduardo Gil Bera en su controvertida y amena biografía barojiana publicada hace unos cuantos años. Miedo, el que tenemos todos. No nos mueve otra cosa que el miedo y no otra cosa logra paralizarnos. Todos tenemos miedo. Que levante la mano el valiente que camine sin él en este bosque. Baroja y el miedo, sí, pero también Baroja y las afueras, Baroja y la bohemia, Baroja y las marquesas, Baroja y la genealogía recreativa, Baroja y el vasquismo, Baroja y el antivasquismo, Baroja y la República, Baroja y el racismo, Baroja y sus memorias. De todas esas cosas (y de otras muchas más) habla Miguel Sánchez-Ostiz en Pío Baroja, a escena, la última biografía del escritor publicada y uno de los mejores libros que se han escrito al hilo de la vida y la escritura del autor de La busca. También Mendoza ha biografiado al novelista vasco. Algo tiene Baroja, no hay duda, para que algunos de los mejores escritores del país se pongan a escribir sobre su vida y obra, su genio y su figura. Afortunadamente, nadie puede contemplar la propia autopsia.

En el 50 aniversario de su muerte, Baroja sigue muerto, claro, pero resucitado cada vez que alguien abre alguno de sus libros o cuando, como ahora, se escribe sobre él. Estos días, además, acaba de aparecer Miserias de la guerra, la novela inédita sobre la Guerra Civil que la censura franquista le desgobernó, a pesar de que palos (lo que se dice palos) los lleva sobre todo la República. Sánchez-Ostiz ha sido el encargado de transcribir (ardua tarea) la famosa novela que no es, desde luego, Madrid de Corte a checa, ni siquiera Una isla en el mar Rojo. Novela crepuscular sobre unos episodios que el escritor conoce de oídas y leídas, pero que sabe transmitir sin que, en ningún momento, el lector le abandone por aburrimiento.

Baroja será todo lo que se quiera, pero ni aposta logra ser aburrido. Algo tiene, en efecto, Baroja. Leyendo la biografía que Sánchez-Ostiz ha escrito se pueden ver los pliegues de este hombre que se pone en escena, sí, pero qué vida no es una puesta en escena. El escritor se crea un personaje, vive en un decorado (o lo procura) y adopta un uniforme o se pone un disfraz de Cornejo, de acuerdo, pero su atractivo, el atractivo de su personalidad es bien real. Solitario que nunca está solo, dionisiaco y puritano, humilde, pretencioso, aburguesado y bohemio, rebelde y conservador (o retroprogresista, como diría Salvador Panniker) cada cosa y a un tiempo su contraria, vale. Pero también, y quizás ante todo, como escribió en su día Josep Pla, un español y un vasco tolerante y civilizado, caramba, cosa rara.

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