Tribuna:DEBATES DE SALUD PÚBLICA

La promoción de la salud, ¿cosa de todos o sólo de la medicina?

Las actividades de la salud pública en el sistema sanitario abarcan dos dimensiones, una más global y otra específica. La una es relativa a las políticas sanitarias, mediante el análisis de las necesidades y la valoración del impacto de las intervenciones, lo que permite establecer prioridades y diseñar, gestionar y evaluar programas. La otra corresponde a los servicios que se proporcionan a la comunidad, equivalente a las prestaciones asistenciales a los ciudadanos.

Los servicios de salud pública se dirigen a la población en su conjunto o a grupos seleccionados. Son pues de carácter co...

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Las actividades de la salud pública en el sistema sanitario abarcan dos dimensiones, una más global y otra específica. La una es relativa a las políticas sanitarias, mediante el análisis de las necesidades y la valoración del impacto de las intervenciones, lo que permite establecer prioridades y diseñar, gestionar y evaluar programas. La otra corresponde a los servicios que se proporcionan a la comunidad, equivalente a las prestaciones asistenciales a los ciudadanos.

Los servicios de salud pública se dirigen a la población en su conjunto o a grupos seleccionados. Son pues de carácter colectivo, lo que los distingue de los servicios asistenciales, que además persiguen también la curación, el alivio o la rehabilitación de los enfermos; mientras que los objetivos básicos de los de salud pública son la prevención de las enfermedades y el incremento de la salud. Bajo el término genérico de promoción de la salud, muchos profesionales sanitarios y la mayoría de los servicios de salud pública españoles engloban las intervenciones que aumentan el grado de salud -en positivo- y las de prevención de enfermedades. Así, las distinguen de otras intervenciones preventivas de carácter colectivo que habitualmente afectan al medio ambiente y a la alimentación, a las que se denominan genéricamente protección de la salud.

Sin embargo, cualquier profano al que se le pregunte qué significa protección de la salud podría responder -tal vez ayudándose del diccionario- que conservarla o evitar su pérdida, es decir, lo mismo que prevenir las enfermedades. Claro que como el léxico se construye por convención, cada nombre significa lo que acordemos. De ahí que cuando se dice puntual muchos entiendan esporádico, o que plausible no se interprete como loable sino como verosímil. Pero no sólo la colonización lingüística explica los cambios en el valor de uso (comunicación) de las palabras. La profundización o el detalle que determinados grupos necesitan para precisar un concepto es otra razón, como ilustra la diferencia entre eficacia, efectividad o eficiencia, que pasa desapercibida para el común de los mortales, mientras que es crucial para epidemiólogos y economistas.

Finalmente, el propósito de construir y mantener una identidad diferenciada también cuenta. Seguramente es uno de los factores que explican la supervivencia y desarrollo del lenguaje -ventaja selectiva- en las primeras etapas de su evolución. Cuesta imaginar que los primeros hablantes pudieran transmitirse mucha información. Más verosímil es que el lenguaje primitivo facilitara la cohesión del grupo -equivalente al despioje de otros primates- y también la identificación de sus componentes, distinguiéndolos de otros humanos potencialmente peligrosos. Jerga y argot son herencias de esta característica ancestral que permite a grupos como los adolescentes o algunas corporaciones profesionales reconocerse entre ellos y excluir a los ajenos. Característica distintiva -casi patognomónica- precisamente de los médicos.

Pero como la correspondencia entre el lenguaje y la realidad no es automática ni absoluta, es más, no existiría el lenguaje sin ciertos apriorismos que configuran determinadas interpretaciones de la realidad, la utilización de unas u otras palabras y de un sentido u otro no es nunca inocente. El lenguaje sexista que hoy se vilipendia no es sino un reflejo histórico, tal vez más crónica contemporánea que arqueología.

De la misma manera, diferenciar la protección de la salud de la prevención de las enfermedades e incluir éstas en la promoción, en contra del significado lato, refleja una perspectiva más propia de la medicina preventiva -asistencia- que de la salud pública, es decir, más propia de corporaciones que de comunidades.

Esta manera de entender la prevención es consecuencia de la visión patogénica de la medicina, que entiende de enfermedades, en lugar de la perspectiva desde la salud, llamada salutogénica por Antonovsky y divulgada entre nosotros por Concha Colomer y Carlos Álvarez-Dardet. En el primer caso, la promoción de la salud es cosa de la medicina o todo lo más de la sanidad, mientras que en el segundo es asunto de todos.

Considerar el saneamiento exclusivamente como un elemento de la protección de la salud también tiene repercusiones, ya que limita las posibilidades de las intervenciones de este tipo para hacer más agradable la vida y por ello para incrementar la salud. Algo que tanto los griegos como los romanos, entre otros antiguos, sabían muy bien, aunque apenas lo relacionaran con la enfermedad. Sólo hay que fijarse en el abastecimiento de aguas, en las redes de alcantarillado o en las termas y letrinas públicas de aquellas épocas, en las que apenas se sabía nada de las causas de infecciones e intoxicaciones pero en las que se apreciaba el bienestar.

Andreu Segura es profesor de Salud Pública de la Universidad de Barcelona. asegura@ies.scs.es

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