Reportaje:EXTRA DE NAVIDAD

Un mundo de espumillón

El ritual se repite con variaciones en el mundo. Salones llenos de abetos, belenes o bastones de caramelo. Pero ¿cuál es el origen de estas convenciones ornamentales?

El ritual se repite con variaciones en el mundo. Salones llenos de abetos, belenes o bastones de caramelo. Pero ¿cuál es el origen de estas convenciones ornamentales?

Disfrute de niños y ajetreo de adultos. El ritual quiere que cada año, por estas fechas, desempolvemos el espumillón. Algunos sacan del armario las figuras del pesebre, otros se llegan a un vivero a comprar un abeto. Se cuelgan calcetines, felicitaciones navideñas, guirnaldas o ristras con bombillas de encendido intermitente. Regalamos velas para los centros de mesa. Utilizamos por fin todas las copas de la cristalería y l...

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El ritual se repite con variaciones en el mundo. Salones llenos de abetos, belenes o bastones de caramelo. Pero ¿cuál es el origen de estas convenciones ornamentales?

Disfrute de niños y ajetreo de adultos. El ritual quiere que cada año, por estas fechas, desempolvemos el espumillón. Algunos sacan del armario las figuras del pesebre, otros se llegan a un vivero a comprar un abeto. Se cuelgan calcetines, felicitaciones navideñas, guirnaldas o ristras con bombillas de encendido intermitente. Regalamos velas para los centros de mesa. Utilizamos por fin todas las copas de la cristalería y las floristerías se llenan de muérdago, flores de Pascua y acebo en espera de dueño. ¿De dónde llegan los rituales que nos disfrazan la casa? ¿Quién inventó las costumbres que, durante quince días, maquillan nuestras viviendas?

Las tradiciones decorativas navideñas se pierden en un bosque de leyendas. Los ornamentos de los árboles podrían tener un origen remoto para cubrir la ausencia de hojas durante el invierno. El abeto o el pino de forma triangular, símbolo de la trinidad, llegarían con la cristianización de la tradición alemana del árbol, y la estrella podría derivar de la que guió a los magos o ser un símbolo de buena fortuna. Con versiones para cada tradición, la historia de la ornamentación navideña se escurre como los relatos de misterio. Ni siquiera el primer día del año tiene una tradición asentada. Hasta el siglo XVI, fue el 25 de marzo. Antes había sido el 1 de marzo y el 25 de diciembre. Y no fue hasta 1582 cuando el año pasó a comenzar el 1 de enero.

Con ese trasfondo de dudas parece que lo único que está instaurado en nuestra cultura es la sed de fiesta. Tenemos voluntad, aunque cada vez sepamos más qué construye el clima navideño y menos qué lo fundamenta. Por encima de otros significados, las navidades son hoy para la mayoría una ocasión de reencuentro familiar; para los niños, el esperado momento de juguetes y golosinas, y para algunos cristianos, un momento de recogimiento. No son pocos los creyentes que rechazan el ruido de las fiestas, y con el ruido van los adornos, por considerarlos más cercanos a las bacanales de los ritos paganos de la antigua Saturnalia romana que al espíritu austero de la religión.

Los principales símbolos de la Navidad son hoy casi marcas globales gracias a las grandes empresas del planeta. Los magos de Oriente anuncian turrón, y fue Coca-Cola quien dibujó rolliza, bonachona, risueña y con una barba canosa y rizada la cara a Santa Claus.

Además, en una época en la que diversos credos celebran una misma fiesta, la decoración local la decide el paisaje de la zona. En Alemania, los adornos de cristal conviven con las frutas colgantes; en Polonia, los abetos están envueltos en recortables de papel, y en Italia, el Ceppo, una pirámide con estantes, sustituye en muchos hogares al árbol tradicional. En países alpinos, como Suiza o Austria, la paja constituye la materia prima de los ornamentos. En el otro extremo del planeta, en Liberia, la gente lleva a sus casas una hoja de palma de la que se cuelgan campanas. Los regalos siguen allí la antigua tradición de lo útil: ropa, libros, dulces o jabón. En Suráfrica, el festín es refrescante: se come fuera, disfrutando del buen tiempo. Y lo mismo sucede en Australia, donde los pic-nics en la playa se han convertido en clásicas comidas navideñas.

Sin embargo, y a pesar de las distancias culturales, geográficas y climatológicas, algunos rituales se han hecho universales: las casas se decoran con ramas de pino y el abeto navideño no suele faltar en alguna esquina. Con todo, conviviendo con los símbolos universales, también las culturas locales resucitan, para estas fechas, símbolos ancestrales. En España, el Tió, o Tronco de Navidad, que se celebra en Cataluña, se cuenta entre los más antiguos. Grupos de niños golpean un tronco para que éste cague regalos. En zonas del País Vasco y Navarra, todavía reparte golosinas el Olentzero, un carbonero bonachón que anuncia la llegada del Niño Dios. Ambas tradiciones tienen origen en los rituales propiciatorios del solsticio de invierno. Como la propia Navidad: la Saturnalia era la antigua fiesta romana en la que se recordaba al dios del sol, Mitra, en el día de su nacimiento: el 25 de diciembre. La Biblia no dice que Jesucristo naciera el 25 de diciembre, pero parece que fue el obispo Liberio quien, en el año 354, decidió que ese día sería el del nacimiento de Jesucristo.

La mesa navideña. Si la casa se decora con elementos ya universales y detalles de la cultura local, la decoración de la mesa depende, fundamentalmente, del tipo de comida que cada país tiene costumbre preparar. Así, la tradición podría variar no ya según los países, de región en región, y hasta de casa en casa. Con todo, una de las comidas navideñas por excelencia es el pavo o el capón relleno. Cuenta Pepe Rodríguez, en su libro Mitos y ritos de la Navidad (Ediciones B), que la tradición del pavo tiene un origen anglosajón. El primero le fue servido a Enrique VIII de Inglaterra y no se impuso en las mesas nobles españolas hasta el siglo XVIII (más de 200 años después) y gracias al mecenazgo de los Austrias. La internacionalización de la costumbre, y su llegada a todas las clases sociales, se dio en el siglo XX. En los países escandinavos es habitual celebrar estas fiestas comiendo jamón cocido, que se hierve durante largo tiempo y, una vez seco, se pinta con huevo y mostaza antes de cocerse en el horno.

Si en los platos principales hay escasa variedad, en los postres y los dulces empleados para decorar árboles y mesas lo único en común es la abundancia. En España, los turrones no se incorporaron a la mesa de Navidad hasta el siglo XVI. El roscón de Reyes, con una figurilla sorpresa en el interior, tiene un origen más remoto, en la Edad Media. Y en algunos países es sustituido por arroz con leche -y lo que se busca es una almendra-. Si aquí una corona dorada de cartón decora ese día el dulce, en Italia, las frutas escarchadas del panettone compiten con los frutos secos del panforte. En el mundo anglosajón, el christmas pudding, un guiso de ciruelas, frutos rojos, pan y almíbar, también debe cocer largas horas.

El tipo de bebida decide también la decoración de la mesa. Y en estas fechas reina el champaña. Los nobles ingleses del siglo XVII ya lo bebían. Fue un brindis con champaña lo que ilustró la primera postal navideña, y en España, el primer cava fue elaborado por Codorniú en 1872. El rojo y el verde son los colores navideños por excelencia. Y el blanco nevado, el fondo favorito. Barajando los tres se eligen telas, velas o ramas que decoran las mesas.

Decoraciones colgantes. Entre las plantas más resistentes al frío, el muérdago es el ramo de la suerte. Se dice que debe ser regalado y hoy su tradición se ha extendido por Occidente. En Suecia, la asociación de esta planta con la diosa del amor, Frigga, originó la costumbre del beso bajo el ramo para asegurar el matrimonio. La antigua Iglesia prohibió su uso por sus orígenes paganos. Con todo, el uso decorativo del muérdago se extendió por España a principios del siglo XX.

Como ocurre con todos los símbolos navideños, la tradición del acebo en guirnaldas o decorando puertas y ventanas se pierde bajo capas de años e interpretaciones diversas. Para los druidas era una planta mágica porque se mantenía verde durante todo el invierno, incluso bajo un manto de nieve. Los romanos la utilizaban como adorno durante la Saturnalia. Una leyenda cuenta que los primeros cristianos decoraron sus casas con acebo para fingir estar celebrando la Saturnalia y evitar así ser perseguidos. Sería así como una costumbre decorativa pagana se convirtió en decoración de un ritual cristiano. En Alemania, el acebo se utiliza para decorar iglesias y proteger de los rayos. También como guardián de los sueños o como cura de catarros en el cabezal de la cama se cuenta entre las costumbres antiguas de la campiña inglesa.

El espumillón, al principio una tela de seda gruesa semejante a la tercianela y hoy tiras de papeles brillantes, es uno de los adornos que más ha evolucionado. En su versión más sencilla y económica popularizó el adorno navideño después de la Segunda Guerra Mundial. Los suecos construyen tiras decorativas -que hacen las veces del espumillón- con palomitas y frutos rojos, y en algunos países caribeños son las semillas pintadas las que se cuelgan dando luz al árbol. La luz y el brillo es lo que simboliza este adorno, que, cómo no, también tiene su origen en un gran sinnúmero de leyendas. La norteamericana lo sitúa en el hogar de una viuda pobre que sólo tenía un árbol y quería darles a sus hijos unas navidades hermosas. Decoró el árbol con frutas y raíces y se durmió. Las arañas tejieron sus redes rodeándolo y el niño Jesús convirtió esos hilos en plata. Otra leyenda habla del niño Jesús como decorador y de los ángeles como ayudantes. El pelo de los ángeles, atrapado entre las ramas, sería el espumillón. Las arañas son de nuevo protagonistas de la versión alemana. Esta vez el ama de casa no es viuda ni pobre, sino escrupulosamente limpia. Y las arañas huyen de ella y sólo regresan para ver el árbol. El niño Jesús convierte, eso sí, sus redes en hilos de plata. Hoy, el espumillón se emplea decorando el árbol como símbolo de la luz y los brillos de la noche y la nieve.

Entre las golosinas decorativas, los mazapanes con forma de fruta que traen los Reyes o el carbón de azúcar que dejan a los niños malos, el bastón a rayas blancas y rojas es el más empleado para decorar la casa. Se cuelga de ristras sobre muebles o frisos y se sujeta también en las ramas del árbol. Su origen se remonta hasta casi cuatro siglos atrás y es variopinto. Los primeros eran blancos y eran los curas quienes los repartían, primero en Europa y más tarde en América. La primera referencia que se tiene del bastón navideño data del año 1670. Lo recibieron los niños que asistieron a misa en la catedral de Colonia. Tal vez por eso hay quien lee en él un símbolo cristiano. Además, su forma coincide con la J de Jesucristo y el dulce es sólido, como la roca sobre la que se fundó la Iglesia. Es la herramienta típica de un pastor y los colores blanco y rojo representarían la pureza de Cristo y la sangre de sus heridas, respectivamente.

También los 'christmas' navideños, colgados de una cinta, se transforman en muchos hogares en una decoración navideña. La primera felicitación navideña la dibujó John Callcott Horsley, un pintor de la Real Academia británica, en 1840. Se la había encargado el primer director del Museo Victoria and Albert de artes decorativas, Henry Cole. La felicitación estaba ilustrada con una familia que brindaba. Se imprimió y se empezó a comercializar en 1843 para escándalo de los puritanos. Sin embargo, el envío de tarjetas se generalizó durante la época victoriana.

Mientras el fulgor de la estrella que brilló la noche en que nació Jesucristo continúa siendo un misterio y se especula sobre si fue un meteorito -imposible porque sólo duró unos segundos-, un cometa -que los astrónomos han comprobado también como imposible- o un destello, la estrella es la protagonista de la Navidad polaca. Allí se celebra el festival de la estrella tras la cena de Nochebuena. En Alaska, los niños llevan una estrella de casa en casa y la muestran a cambio de golosinas. Y en Hungría, las manzanas se esculpen en forma de estrella para decorar la mesa.

El resto de la ornamentación colgante navideña que se adapta a los contornos del árbol, a las puertas y ventanas o al perímetro de aparadores y molduras: herraduras, caballos rojos, piñas, velas, campanas o guirnaldas, tenía, en origen, una función purificadora: representaban un elemento mágico y hoy su imagen se ha convertido en la de las fiestas de Navidad.

El árbol. Los pinos y los abetos. La costumbre de entrar en las casas ramas y árboles de hoja perenne para mantener viva la naturaleza en época de frío se pierde en el tiempo. Ya los egipcios llevaban a sus moradas ramas verdes de palma al llegar el invierno como símbolo del triunfo de la vida y del renacimiento primaveral que se avecinaba. Los romanos también adornaban sus casas con pinos para celebrar el nacimiento del dios sol. El árbol se ornamentaba con frutas. La llegada de ramas, árboles y flores de larga duración para decorar el hogar en una época de poco florecimiento natural es una tradición extendida por el mundo. Donde cuesta encontrar abetos se decoran las palmeras. Como ocurre con la mayoría de símbolos navideños, el origen de esta tradición se presta a interpretaciones. Así, aunque no hay acuerdo claro para datar la costumbre, sí hay un cierto consenso a la hora de ubicar en la antigua Alemania el origen de la tradición.

En el siglo VIII se cristianizó la fiesta de culto de los espíritus de la naturaleza para simbolizar la fecundidad y la inmortalidad. Serían los sopladores de vidrio de Bohemia, en la antigua Checoslovaquia, los primeros en decorar sus árboles con bolas coloreadas de cristal durante el siglo XVIII. Un siglo después, los alemanes que llegaron a Pennsilvania exportaron la costumbre hasta Estados Unidos. En Inglaterra no se utilizó hasta que la tradición regresó a Europa desde América y se extendió por Occidente en el siglo XIX. Con todo, la costumbre no llegó a España hasta el siglo XX. Hoy, es posiblemente la más universal de las tradiciones decorativas navideñas.

En Estados Unidos y en México decoran las viviendas con la flor de Pascua que en México se conoce como flor de Nochebuena. La planta tiene una leyenda que la hace partir de ese país de la mano de una chica muy pobre llamada Pepita. Triste porque el día de Nochebuena, como no tenía nada que ofrecerle al niño Jesús, Pepita cogió un ramo de hierbajos y los arregló lo mejor que pudo. Cuando entró en la iglesia, llorosa y avergonzada por la humildad de su regalo, su ramo floreció. Se volvió rojo y brillante. Los americanos la llaman poisettia en honor del primer embajador norteamericano en México, Joel Poinsett, que fue el primero en importarlas, en 1828. Lo curioso de la planta es que son las hojas, y no la flor -que es amarilla- lo que le confiere el color rojo.

De color blanco son los pétalos del eléboro que decora también los hogares norteamericanos y alemanes. La leyenda hace surgir esa flor del suelo de Belén en la noche helada del nacimiento. Aquí, en lugar de Pepita, fue una pobre pastora la que no tenía nada que llevar al Niño, y un ángel el que convirtió sus hierbajos en una rosa blanca que, en realidad, no es rosa sino una flor de hoja perenne y cinco pétalos que florece en medio del invierno.

Los personajes. Aunque los protagonistas de la fiesta casera sean los niños, la imaginación y las leyendas, una serie de personajes -que varía según tradiciones y países- recorre el mundo en estas fechas a la velocidad de la luz. Sus figuras, de cera o plástico, colgantes o en pesebres, dibujadas en cartón y hasta bordadas en tela, son también protagonistas de las decoraciones navideñas. Entre todos, el más popular es Papa Noël. Nacido en Turquía el siglo IV, san Nicolás se hizo popular por su generosidad con los pobres. Los romanos lo apresaron y Constantino lo liberó.

Pero fueron los holandeses quienes mantuvieron viva la historia de San Nicolás, que, al ser mal escrita, convirtieron en Sinterklaas y, finalmente, en Santa Claus. Papa Noël vivió en el Polo Norte hasta que se percataron de que allí no había renos. Lo instalaron entonces al norte de Finlandia y lo montaron, esta vez sí, en un trineo. En los países anglosajones, uno de los ocho renos, Rudolph, es el más popular y forma parte de la decoración navideña de árboles y casas. La tradición escandinava cuenta que son los gnomos quienes protegen la casa porque son amigos de Papá Noel y le ayudan a repartir regalos. En el siglo XIX, ellos y las hadas se convirtieron en adornos navideños. Las figuras de los Reyes Magos a lomos de camellos decoran también servilletas, envuelven figuras de chocolate o cuelgan de las ramas de los abetos. Y si los magos de Oriente se han convertido en personajes decorativos, también puede serlo el resto del pesebre. Los principales son los ángeles (que proliferan como adornos en árboles, mesas o colgados en las puertas). El resto continúa intocable junto a la Sagrada Familia en el pesebre, y no convertidos en ornamentación. Pero si los Melchor, Gaspar y Baltasar se han transformado en personajes decorativos, los pesebres son hoy escenarios. La costumbre de montarlos sí coincide con el marco geográfico del cristianismo. En España, el rey Carlos III fue el primero en importar de Nápoles la costumbre del nacimiento, pero la historia del primer belén se remonta a san Francisco de Asís, quien, muchos siglos antes, en 1223, celebró misa en el interior de una cueva. En la caverna había instalada una imagen en piedra del niño Jesús y un buey y un asno vivos. En Italia, la Befana es una bruja-hada que llena los zapatos de los niños con carbón o regalos la mañana de Navidad. Hay quien ve en ella a la primera Santa Claus femenina.

Ilusión envuelta en papel brillante

Los regalos. Escondidos en envoltorios brillantes y bajo el árbol el día de Navidad los que esperan ser abiertos, en forma de cesta los del mundo profesional, bajo la servilleta para sorprender, o junto a los calcetines y los zapatos, también los regalos tiñen las viviendas de un clima festivo.

Los presentes públicos son una costumbre antigua. La de los aguinaldos para barrenderos, urbanos, carteros o serenos se remonta a orígenes tan antiguos como los romanos. También la cesta tiene origen en la época romana, aunque no se popularizó hasta el siglo XX. Parece que en la Saturnalia romana los regalos eran, en realidad, intercambios: ropa, comida o útiles a cambio de otros. Tal y como hoy sucede en muchos países africanos. Ocurría, sin embargo, que si los presentes no eran correspondidos se convertían en portadores de malos augurios. De ahí el disgusto de algunos cristianos por unas fiestas que han devenido tan estrepitosamente decoradas con algunas costumbres de origen legendario, pero, al fin, tan poco caritativas.

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