Crítica:

¿Muchas diosas o una sola?

Es muy atractivo encontrar reunidas tantas figuras divinas, tantas diosas de varias culturas en una larga galería, y bien acompañadas por muy sugestivas y, en general, bien comentadas ilustraciones. Recorriendo estas ochocientas y pico páginas pasamos de la Diosa Madre del paleolítico a la Virgen María visitando por el camino a las diosas más famosas del mundo antiguo, como Innana, Isis, Isthar, Hera, Deméter, Afrodita, Atenea, Perséfone y la Virgen María, entre otras. Se citan además numerosos textos de larga resonancia religiosa, compuestos en honor de estas estupendas deidades femeninas. La...

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Es muy atractivo encontrar reunidas tantas figuras divinas, tantas diosas de varias culturas en una larga galería, y bien acompañadas por muy sugestivas y, en general, bien comentadas ilustraciones. Recorriendo estas ochocientas y pico páginas pasamos de la Diosa Madre del paleolítico a la Virgen María visitando por el camino a las diosas más famosas del mundo antiguo, como Innana, Isis, Isthar, Hera, Deméter, Afrodita, Atenea, Perséfone y la Virgen María, entre otras. Se citan además numerosos textos de larga resonancia religiosa, compuestos en honor de estas estupendas deidades femeninas. La presentación editorial está a la altura de este espléndido tropel de figuras divinas de seductoras apariencias.

EL MITO DE LA DIOSA

Anne Baring y Jules Cashford

Traducción de A. Piquer,

S. Pottecher, F. del Río,

P. A. Torijano e Isabel Urzáiz

Siruela. Madrid, 2005

851 páginas. 60 euros

La lectura es amable, pero deja pronto en el aire una interrogación fundamental: ¿por qué las dos autoras se empeñan en convertirlas a todas ellas en meros disfraces de una misma diosa? ¿Acaso esa milenaria y fecunda divinidad maternal representada por las estatuillas del paleolítico y el neolítico, espejeada en la Luna, es la misma deidad que aparece como Isthar, o Hera, o Atenea, o la Virgen María, y es una sola que se esmera en revestir aquí y allí disfraces oportunos a cada contexto religioso y cultural? Esa idea es aquí un prejuicio de partida desde el que estas dos psicoanalistas norteamericanas enfocan, invocando el credo junguiano y el programa comparativo de Campbell, y dan por demostrada su tesis.

Sin embargo, el significado religioso y las consideraciones sobre los aspectos de sus respectivos trasfondos merecería mucha más reflexión crítica. Toda la erudición tan atractiva y vistosa reunida se bambolea sobre ese dudoso presupuesto: todas estas imágenes femeninas son disfraces de la Gran Diosa, una divinidad miriónima y de múltiples rostros. Casi como un paralelo divino de aquel esquemático "héroe de las mil caras" del libro de J. Campbell. (¿Serán también todos los dioses máscaras de un solo dios?).

El problema es demasiado importante como para despacharlo aquí en pocas líneas, pero, en todo caso, la demostración debe correr a cargo de los tenaces defensores de esa hipótesis unitaria y paradójica. Es cierto que, en muchos casos, se repiten símbolos y algunos episodios, ya que el imaginario colectivo de las diversas culturas no deja de ser un repertorio naturalmente limitado, y los signos sagrados e iconos reaparecen acá y allá. Vemos diosas con palomas y mariposas en muy varias imágenes y son varias las deidades que viajan al país de los muertos; pero semejantes coincidencias en símbolos sueltos no indican la identidad del personaje en cuestión. El politeísmo no es una fiesta carnavalesca en que un mismo dios -o una pareja de dioses- adopte ocasionales y variadas máscaras.

Por otra parte, las autoras

del libro, impulsadas por su hermenéutica, incurren con muchísima frecuencia en asertos que al estudioso del mundo antiguo o al historiador de las religiones le parecen toscas e imprecisas. Por ejemplo: "En la mitología griega Zeus se casaba con las antiguas diosas madre" (página 13) o que "la asunción en cuerpo y alma al cielo de la virgen María como reina no se reconoció hasta los años cincuenta del siglo XX, debido a su condición de segunda Eva" (ídem). Toman pie de algún dato, pero se exageran y desvían las referencias históricas. (La coronación celeste de María era reconocida muchos siglos antes de su proclamación como dogma, como sabe cualquiera). De igual modo, se dice que Zeus procede de Creta, "hijo-amante de la diosa en Creta", porque una tradición mítica local sitúa allí su nacimiento, o que Deméter es una diosa lunar, como "lo son todas las diosas griegas", que derivan de una misma divinidad preolímpica. (Ya lo sospechaba Robert Graves con su diosa blanca). En fin, todas las aguas vienen a parar al molino del mito de la diosa. Prefiero no mencionar las elucubraciones sobre el culto de María. Pero, para ejemplificar este tipo de exégesis citaré unas líneas el capítulo sobre el Grial: "No pueden separarse las imágenes del Grial del gnosticismo ni de la alquimia, ni de la mitología de la diosa y su hijo-amante; quizás ni siquiera de la cábala. El rey pescador, como Osiris, Adonis y Atis, yace herido en la ingle, incapaz de regenerar los campos de la tierra baldía. ¿Quién va a ser, sino el hijo-amante de la diosa, que eternamente resucita y muere?" (página 738; el comentario continúa con las mismas mezclas de figuras, en un alarde mistérico digno de las novelas de Dan Brown).

Las autoras recogen una erudición notable y una exégesis simbolista bien conocida, con renovado y exagerado énfasis. Puede contrastarse con el del libro de Christine Downing, La diosa. Imágenes de lo femenino (Paidós), que trataba de las imágenes de las diosas griegas y su valor simbólico con un enfoque psicológico freudiano moderado. Hay, en verdad, muchas diosas y muchos mitos. Bajo muy diversas formas se han deificado imágenes femeninas y aspectos de la feminidad, a lo largo de los siglos y las religiones, pero el mito de la diosa, como protoarquetipo de todos los relatos, es una hipótesis harto metafísica. Suponer que bajo todas las deidades femeninas se camufla la misma figura de la diosa madre (¡incluso en figuras tan poco maternales como las griegas Atenea y Ártemis, o la misma Hera!) es empobrecer la semántica de los mitos. En ellos no son los símbolos sueltos los que definen los significados, sino su relación, su estructura y la función en cada cultura. Y en ella existen con su estupenda diversidad esencial. La atractiva diversidad que atestiguan tan buenas ilustraciones parece contradecir esa tesis.

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