Tribuna:

¿De la paradoja catalana a la europea?

Cataluña fue punta de lanza de la economía española desde las primeras décadas del siglo XIX, cuando se incorporó a la ola de cambio que representó la revolución industrial en Europa. A través de mecanismos de innovación basados en la incorporación de maquinaria al proceso productivo y gracias a la capacidad de sus operarios e ingenieros (no olvidemos que la Escuela de Ingenieros Industriales de Barcelona fue creada por Real Decreto en 1850), las fábricas catalanas adaptaron sus sistemas productivos al cambio tecnológico que les venía de fuera. A su vez, se generó gradualmente un proceso de di...

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Cataluña fue punta de lanza de la economía española desde las primeras décadas del siglo XIX, cuando se incorporó a la ola de cambio que representó la revolución industrial en Europa. A través de mecanismos de innovación basados en la incorporación de maquinaria al proceso productivo y gracias a la capacidad de sus operarios e ingenieros (no olvidemos que la Escuela de Ingenieros Industriales de Barcelona fue creada por Real Decreto en 1850), las fábricas catalanas adaptaron sus sistemas productivos al cambio tecnológico que les venía de fuera. A su vez, se generó gradualmente un proceso de diversificación sectorial que alcanzó su punto álgido con el desarrollo de la electricidad y de la industria de la automoción, a principios del siglo XX.

Ciertos indicadores podrían dar a entender que en I + D Cataluña 'ya es europea', cuando no es así

Esta tradición industrial catalana, y su correspondiente base cultural, permitió al país un notable desarrollo económico que llegó a unos niveles muy destacables, hace sólo unos 20 años, cuando había una preocupación general por el posible impacto de la incorporación de España a la entonces Comunidad Económica Europea. Pues bien, lo cierto es que la industria catalana se adaptó positivamente a una economía abierta y competitiva y el crecimiento consiguiente condujo a niveles similares a la renta per cápita de la Unión Europea a 15. Se trata de un éxito histórico extraordinario.

Otra prueba de esta misma capacidad de adaptación la tenemos en la magnífica respuesta de la industria catalana ante el reto de la globalización, si observamos las cifras de exportación. Entre los años 1993 y 2000, el valor de las exportaciones de Cataluña se multiplica aproximadamente por tres y se acerca a la cifra de seis billones de pesetas, lo que supone alrededor del 30% del PIB catalán. Cataluña es hoy una de las economías más abiertas del mundo y las exportaciones representan el 27% del total español. Sin embargo, también es cierto que este éxito histórico extraordinario convive con déficit estructurales importantes en ámbitos muy diversos, muchos de ellos relacionados con lo que últimamente se denomina la economía o la sociedad del conocimiento. Sistema educativo, sistema de ciencia y tecnología, modelo de innovación o sociedad de la información serían algunos de estos ámbitos.

A esta aparente paradoja puede llamársela paradoja catalana. Consistiría en que, a pesar de destinar del orden de la mitad de los recursos públicos y privados a funciones o ámbitos como los citados, en relación con la media de la UE de los Quince se disfruta de una renta per cápita similar a la europea. La explicación de este fenómeno reside, a mi entender, en la persistencia del tradicional modelo catalán de innovación basado en factores que no quedan reflejados en el indicador de gastos en I + D, como serían un dominio real de las innovaciones de proceso, la capacidad de incorporar tecnología mediante la compra y adaptación de bienes de equipo, una determinada capacidad de difusión tecnológica de adaptación de innovaciones incrementales y, en general, la realidad de la cultura industrial existente, que es una herencia de la historia.

Llegados a este punto, es posible preguntarse si puede mantenerse la vigencia de esta paradoja catalana o si las nuevas condiciones de la competencia lo harán imposible.

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Más conocida es quizá la llamada paradoja europea, que consiste en que muchos países europeos invierten tantos o más recursos en I + D que Estados Unidos sin que ello se traduzca en crecimientos de renta y de productividad similares. Como muchas paradojas, es sólo aparente, pues en realidad lo que parece que ocurre en algunos de estos países europeos es que los criterios de asignación de recursos públicos a I + D no tienen muy en cuenta los mecanismos reales de transferencia tecnológica al sector privado, como, con algunas matizaciones, ocurre al otro lado del Atlántico.

Pues bien, sirva esta larga presentación sobre ambas paradojas para plantear la tesis central de este artículo: llevados por nuestro tradicional mimetismo europeo, corremos hoy el riesgo de pasar de la paradoja catalana a la europea. Acostumbrados como estamos a leer y procesar los documentos que nos llegan de Bruselas nos hemos creído que también en investigación y desarrollo ya somos europeos. Y no es así, aquí tenemos el problema añadido y previo de destinar pocos recursos a un modelo de innovación que es preciso cambiar. Tenemos que incrementar los recursos, públicos y privados destinados a I + D, pero a la vez hemos de modificar el modelo de innovación, con una participación activa y decisiva del sector privado. Y ahí reside principalmente la mayor dificultad de nuestra política de investigación e innovación. Creo que si no se entiende esta dificultad específica -así en Barcelona como en Madrid- nos vamos a equivocar una vez más. Corremos el riesgo de hacer un gran esfuerzo público en I + D que no tenga unos resultados apreciables en términos de transferencia tecnológica y, por tanto, en términos de crecimiento económico. Hay que gastar más pero, sobre todo, hay que gastar bien, desde la generación de conocimiento hasta su explotación empresarial.

Miquel Barceló es presidente de la sociedad 22@.

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