Reportaje:VIOLENCIA EN LA ESCUELA

"Si te pegan todos los días quieres desaparecer"

Insultos, golpes y aislamiento: cuatro jóvenes relatan las vejaciones en el colegio

Porque eres diferente. O porque estudias. O por que sí. Cualquiera puede ser víctima de acoso escolar. Lo que sí tienen, dice la investigadora Rosario Ortega, es mejor pronóstico que los agresores. El estudio SAVE, realizado por ella sobre 26 escuelas andaluzas, logró rebajar, tras la intervención, el número de víctimas del 9,1% al 3,9%. La tasa de violentos bajó, sin embargo, menos de un punto (del 4,5% al 3,8%). Cuatro jóvenes han accedido a contar una experiencia que quieren olvidar. Y que se inició cuando sólo tenían 12 años.

- Y., un final feliz. Aún toma pastillas para dormir, pe...

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Porque eres diferente. O porque estudias. O por que sí. Cualquiera puede ser víctima de acoso escolar. Lo que sí tienen, dice la investigadora Rosario Ortega, es mejor pronóstico que los agresores. El estudio SAVE, realizado por ella sobre 26 escuelas andaluzas, logró rebajar, tras la intervención, el número de víctimas del 9,1% al 3,9%. La tasa de violentos bajó, sin embargo, menos de un punto (del 4,5% al 3,8%). Cuatro jóvenes han accedido a contar una experiencia que quieren olvidar. Y que se inició cuando sólo tenían 12 años.

- Y., un final feliz. Aún toma pastillas para dormir, pero hoy, a sus 18 años, seis después de que empezara la pesadilla, tiene planes. En septiembre empezará a estudiar auxiliar de clínica, tras viajar a Japón, el país de sus sueños, porque le gusta mucho el manga. "Cuando te pegan todos los días, y te insultan todos los días", dice, "quieres desaparecer, dejarlo todo. Que se acabe ya. Que desaparezcan los otros o tú". Ella lo intentó dos veces cuando tenía 12 años. Tras meses de palizas a manos de tres compañeras, un día le rompieron un brazo y le desencajaron una rótula. "Pensaba que no valía nada. Y que para qué seguir viviendo. Esa noche me tomé los tranquilizantes de mi madre, como 60 pastillas, y me fui a dormir. A los dos días desperté en el hospital. Había dejado una nota, pero no me acuerdo. Nunca me la enseñaron". El daño estaba hecho. A la semana de salir del hospital volvió a intentarlo.

"Dije a varias compañeras que me quería morir. Pensaba que era inferior a todos"
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Todo se inició con el cambio del colegio al instituto. "Una chica corpulenta se empezó a meter conmigo, ella y dos amigas. Era una buscabroncas, insultaba también a los marroquíes y a los filipinos. Me llamaban gorda y fea. Y yo les contestaba, 'sí, soy fea y gorda, y qué'. También me llamaban imbécil, tonta o idiota. Yo pensaba que era por envidia, porque mi hermana mayor me compraba ropa de marca".

En una clase de gimnasia le tocó en el mismo grupo a una de las tres chicas que se metían con ella. "En uno de los ejercicios, me daba golpes en el brazo, así que se lo dije al profesor". Cuando fue al baño, la estaban esperando. Le golpearon la cara contra el lavabo. "Me advirtieron de que si me chivaba, recibía". A su madre le contó que el labio roto y el ojo morado eran fruto de una caída. Desde aquel día, iba de casa al instituto, y del instituto a casa, porque las chicas vivían en su barrio. En clase, cuando no la insultaban, le tiraban papeles con una frase: "Hija de puta". Le pegaban a diario. Hasta que un día, meses después, la madre le vio un moratón en la espalda. Lo denunciaron en comisaría. Las agresoras fueron expulsadas, pero a la vuelta la esperaron a la salida del instituto. Fue cuando le rompieron el brazo. Se repitió la denuncia. Después, la acorralaron a ella y a la madre, que iba a buscarla a clase. Eran 20. Otro día, en el recreo, la asaltaron en el aula. Le salvó una llamada que hizo a su hermana con el móvil.

Aquel año suspendió ocho asignaturas de 12. No salió de casa en todo el verano. La depresión le llevó al siguiente curso, en que volvió la pesadilla: un día pusieron a su hermana, que iba a buscarla, un petardo bajo el coche. Al siguiente año cambió de instituto. Pero ya andaba siempre a la defensiva. La volvieron a insultar. Repitió curso. Dejó de estudiar. Una fundación de inserción laboral le ha sacado del bache. "Su cambio ha sido radical", dice su tutor. "Dibujo, escribo, toco el saxo. Me dicen, haces un montón de cosas, pero yo no lo veo. No es que me valore mucho, pero lo voy superando. Soy más abierta. No desconfío tanto de la gente. Pero me gustaría olvidarlo todo".

- O., llorar por una matona. Hace tres años le dijo a varias compañeras que se quería morir. "Yo tenía 12. Una chica la tomó conmigo en el instituto. Me empezó a llamar piojosa. Es que entonces me salía caspa. Me insultaba en clase, en el recreo, en todas partes. Estuvo así un mes. Era la más matona. Yo me callaba porque tenía miedo. Y ella seguía: 'Piojosa, dientona, hueles mal'. Luego se juntó casi toda la clase contra mí. Se hablaban al oído. ¿Que cómo me sentía? Mal. Me ponía muy triste. Lloraba por la noche y a veces en el instituto. Un día, la chica me dijo: 'Estás muerta. Te voy a pegar'. A la salida, me estaba esperando con 10 o 20 más, que no eran del instituto. Me acorralaron. Me engancharon y me tiraron al suelo. Me dieron patadas, pero cuando pude me escapé, con un ojo morado. No se lo dije a mi madre, pero lo hicieron mis amigas. Ella quiso ir al instituto, pero le dije que si lo hacía, la dejaba de hablar. Fui yo quien se lo contó al director, y al tutor. A la chica ésa la mandaron tres días a casa. Después le dije a unas compañeras que me quería morir. Yo pensaba que era inferior a todos. Pero me dijeron que siguiera adelante, que mirase para otro lado. Este año la volvieron a poner en mi clase. Pero ya no le tengo miedo".

- M. y L., unidos y solos. Primero la tomó con L. Se reía de sus orejas. Y luego, con M. Le llamaba gordo. Cuando salían a la pizarra, hacía gestos de burla. También jugaba a que ellos tenían algún tipo de peste. El resto de la clase reía las gracias de un chaval de 12 años que quería ser el líder y zahería a los recién llegados al colegio. M. y L. se quedaron aislados. No les invitaban a los cumpleaños, ni les avisaban para ir al cine, ni para salir a merendar. Sólo un chico se desmarcó y levantó su voz por ellos. "Lo más duro fue lo de los compañeros. Estábamos tristes todo el rato, de capa caída. A mí me daba vergüenza hablar en clase", recuerda M. "Yo iba con desgana al colegio, no me apetecía salir al patio en el recreo, me quedaba en una esquina con M. y el chico que nos defendía", dice L., "un día me rompí en clase, me puse a llorar porque se pasaban papelitos insultándome. Después les pedí a mis padres que me cambiaran de colegio. Ellos me dijeron que a ver si ése iba a poder conmigo".

Los dos chavales se unieron ante la adversidad. Compartieron casi un curso entero de ostracismo. Aún hoy son amigos. "El matón no era precisamente Mister Clase, estaba acomplejado, pero lo peor fue que nos dejaran solos", dice uno de ellos, "nosotros éramos fuertes, pero otros niños se han ido del colegio". Hubo intentos por parte del tutor para parar aquello, pero lo determinante fue que M. y L. se movilizaron: "Tenía los dientes separados, así que cuando nos insultaba le llamábamos conejo. Aguantó un mes y de repente se calmó. Hoy nosotros tenemos muchos amigos y él está bastante solo".

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