Columna

Héroes y mentirosos

En su último libro, El telón, el escritor checo Milan Kundera recuerda un episodio de la novela Terra nostra, de Carlos Fuentes, en el que aparece un científico que ha logrado construir en su laboratorio un Teatro de la Memoria, una máquina capaz de proyectar sobre una pantalla no sólo todos los acontecimientos reales que se han producido a lo largo de la historia, sino también todos aquellos que habrían podido producirse y que podrían haber cambiado el mundo, a veces con un simple giro de las ruedas del azar.

Ese tipo de relato es lo que se conoce con el nombre de acronía...

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En su último libro, El telón, el escritor checo Milan Kundera recuerda un episodio de la novela Terra nostra, de Carlos Fuentes, en el que aparece un científico que ha logrado construir en su laboratorio un Teatro de la Memoria, una máquina capaz de proyectar sobre una pantalla no sólo todos los acontecimientos reales que se han producido a lo largo de la historia, sino también todos aquellos que habrían podido producirse y que podrían haber cambiado el mundo, a veces con un simple giro de las ruedas del azar.

Ese tipo de relato es lo que se conoce con el nombre de acronía, y hay un millón de libros de ese género que elucubran sobre qué hubiera pasado si Hitler no hubiera invadido Rusia, Napoleón hubiese ganado en Waterloo o los bárbaros no hubieran llegado a Roma. Piénselo un momento. Piense en quiénes seríamos usted y yo, ahora mismo, uno a cada lado de este periódico.

¿En qué idioma hablaríamos: en italiano, en árabe, en francés? Quién sabe. Kundera también recuerda en El telón a Robert Musil, el autor de El hombre sin atributos, que sostenía que los acontecimientos históricos son permutables porque resultan de un juego de variaciones y posibilidades entre las que se encuentra la que, por casualidad, sucedió; y, en otro de los fragmentos que componen su libro, vuelve al mismo asunto al reflexionar sobre esas ocasiones en que alguien se empeña de recordarnos algo que, en realidad no hicimos, nos atribuye actos y palabras de otros, o que quizá son producto de su propia imaginación, y contra los que no podemos hacer nada: "El hombre queda separado del pasado -escribe el autor de La insoportable levedad del ser- (incluso del pasado de hace unos segundos) por dos fuerzas que se ponen inmediatamente en funcionamiento y cooperan: la fuerza del olvido (que borra) y la fuerza de la memoria (que transforma)".

Kundera se pregunta entonces qué ocurre con los testimonios de toda clase sobre los que descansa la historiografía, y su conclusión es inquietante: "Tras el frágil linde de lo incontestable (no cabe duda de que Napoleón perdió la batalla de Waterloo) se extiende un espacio infinito, el espacio aproximativo de lo inventado, simplificado, exagerado, de lo mal entendido, un espacio infinito de no verdades que se multiplican como ratas y quedan inmortalizadas". Estos días se han cruzado en los medios informativos los nombres de dos personas que han intentado, una desde la heroicidad y otra desde la mentira, cambiar el curso de la historia.

El mentiroso es un hombre que engañó a todos los que lo rodeaban durante 30 años, asegurando que era un superviviente del campo de concentración de Flössenburg, que había salido al exilio tras la Guerra Civil y se había incorporado a la Resistencia francesa hasta caer en manos de los nazis. Ese hombre de 84 años daba más de cien conferencias al año en las que explicaba sus terribles experiencias como prisionero de Hitler, había publicado el libro autobiográfico Memorias del infierno y acababa de ser nombrado presidente de la asociación Amical de Mauthausen.

El falso superviviente cambió la historia 30 años, pero al final fue descubierto y tuvo que confesar. El otro personaje es un camionero llamado Santiago Mero López y acaba de ser condecorado por la presidenta regional, Esperanza Aguirre, con la medalla de oro al mérito ciudadano de la Comunidad de Madrid, por salvar la vida, el pasado 8 de diciembre, a dos niños que habían sufrido un accidente de tráfico, provocado por un kamikaze en la A-1 (Madrid-Burgos), en el que murieron sus padres.

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Ese hombre sí cambió la historia, aunque sólo será dentro de un tiempo cuando sepamos en quiénes se habrán convertido esos dos niños hurtados a la muerte, qué harán por sí mismos y por los demás, cuál va a ser el puesto que ocupen en nuestra sociedad. ¿Se imaginan si llegan a presidentes del país o ganan un Premio Nobel?

Éste es un mundo extraño en el que se juntan héroes que, como el camionero Santiago, le quitan importancia a su valentía, definiéndola como una obligación, y cínicos como el falso superviviente que se atribuyen hazañas que nunca llevaron a cabo.

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