Crónica:LA CRÓNICA

El consejero Blasco pinchó el globo

Como en el famoso cuento de Christian Andersen, ése en el que el rey iba desnudo y nadie lo decía, aquí, nuestro presidente Francisco Camps ha venido gozando la ficción de que, como él mismo ha declarado, encabeza el mejor Gobierno desde que este país es comunidad autonómica. Una declaración consecuente, como el lector sabe, con otra anterior del consejero de Territorio y Vivienda, Rafael Blasco, en la que manifestaba que algunos de sus colegas de gabinete no están a la altura de las circunstancias, en el sentido de que no corresponden debidamente a la confianza que les ha otorgado el jefe del...

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Como en el famoso cuento de Christian Andersen, ése en el que el rey iba desnudo y nadie lo decía, aquí, nuestro presidente Francisco Camps ha venido gozando la ficción de que, como él mismo ha declarado, encabeza el mejor Gobierno desde que este país es comunidad autonómica. Una declaración consecuente, como el lector sabe, con otra anterior del consejero de Territorio y Vivienda, Rafael Blasco, en la que manifestaba que algunos de sus colegas de gabinete no están a la altura de las circunstancias, en el sentido de que no corresponden debidamente a la confianza que les ha otorgado el jefe del Ejecutivo. Hay quien ha querido leer que no están a la altura ni dan la talla en punto a eficiencia.

Éste ha sido el episodio político de la semana, al menos por la cantidad de comentarios que ha provocado, tanto en los medios de comunicación como en el mismo seno del PP, donde ha dado pie a respuestas crispadas, aunque tampoco han faltado las que, desde el anonimato y a la sombra de esas mismas siglas, rubrican el diagnóstico acerca de la dudosa altura y talla de ciertos ejecutivos. Incluso ha habido un espabilado, como el diputado autonómico Manuel Gómez, que atribuye las controvertidas declaraciones al intento de desviar la atención que polariza la política territorial -condensada en el "pelotazo" especulativo y la depredación medioambiental- como si tal parcela fuese exclusiva de un consejero y no, como resulta evidente, la credencial más vistosa y agobiante de su partido.

Parece obvio que, de haber sido otro el consejero declarante, el asunto no hubiera pasado de anecdótico e incluso se hubiera diluido entre la broca incesante que sacude al PP indígena. Pero Rafael Blasco no es uno más, como se desprende de su densa biografía, ni habla a humo de pajas. Su perennidad en la política activa se explica, en buena parte, por haber sido siempre dueño de su palabra en los momentos decisivos. Habló en noviembre de 2003 para exhibir su lealtad al actual presidente, todavía cuestionado o epatado por la larga sombra de su predecesor.

Y ha vuelto a significarse ahora, cuando cualquier observador del patio político aseguraría que los populares viven un momento dulce, confortados por las encuestas demoscópicas y el aparente desarme de la oposición local, flagelada, en lo que al PSPV concierne, por las ministras de Fomento y de Medio Ambiente, cuyas políticas, AVE y trasvases, respectivamente, al margen de que sean o no razonables, en nada favorecen a los socialistas valencianos como partido alternativo. Y sin embargo, aun no habiendo moros en la costa, el consejero ha dado este aldabonazo, que tiene todas las trazas de querer sacudir molicies y provocar los cambios oportunos para cubrir el último tramo de la legislatura.

El Molt Honorable así lo ha entendido y se ha apresurado a sosegar los ánimos, coherentemente con la que ha sido su praxis política desde que se dedicó a este oficio: dejar hacer, dejar pasar y encomendarse a la Providencia, que se le ha mostrado pródiga, por cierto. Pero no es ése el caso del consejero que nos ocupa, avezado a trabajarse muy de otro modo la política y descifrar los augures a partir de su larga experiencia en distintos escenarios y sensibilidad de tipo avisado. De ahí colegimos que su inesperada opinión tiene mucho de aviso y de legítima defensa. De aviso a un presidente que da la impresión de estar aturdido por el incienso de las encuestas de opinión, soslayando el hecho cierto de que no ha consolidado su liderazgo, su partido está mordido por la corrupción y hendido por las fratrías. ¿O cree que se trata de bulos aventados por los pocos medios ajenos a la tutela oficial?

Es posible y también lo más probable que la prédica de Blasco no germine ni convenza a nadie, excepción hecha de quienes ya están convencidos de que el PP aguanta, sobre todo, por la fragilidad de la oposición. Pero, al margen del cabreo y acrimonia que haya suscitado entre las huestes conservadoras, habrá que reconocerle el arrojo de haber intentado prever el fracaso. No se lo reconocerán unos, sus cofrades de hoy, ni se lo agradecen sus cofrades de otrora, que prefieren ver cómo el PP se cuece, sin cambios, en su propia salsa.

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Hoy por hoy, y a pesar de las protestas, tenemos todavía la suerte de contar con una sanidad pública eficiente y, en algunas parcelas, imbatible por la privada. Los valencianos, aun alegando justas objeciones, nos mostramos generalmente satisfechos. O sea, que le damos un aprobado que debiera ser sobresaliente si tenemos en cuenta que se necesitan 850 médicos en los ambulatorios y 23.000 enfermeras. El déficit, obviamente, se suple mediante el esfuerzo de las plantillas actuales, tan lejos de las ratios europeas. Y no es que se carezca de personal sanitario, es que no se le contrata e incluso se le invita a emigrar. El presidente Camps dice que somos un país como no hay otro igual.

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