Entrevista:ANDREU BUENAFUENTE

Como de la familia

Sencillo y divertido, ha irrumpido con su programa 'Buenafuente' en la franja nocturna de televisión logrando un éxito espectacular. Su fórmula: ser uno más de los espectadores.

Cuando hablábamos, en la penumbra moderna del hotel Om de Barcelona, donde nos citó un viernes por la mañana, a la espalda de Andreu Buenafuente una mujer joven le da de mamar a su hijo; ese detalle y el ajetreo que se produce alrededor de este comunicador extraordinario trasladan la impresión de que estamos en el escenario que él crea para que, pase lo que pase, él siga pareciendo un solitario al que el ruido y los sucesos no le alteran ni su humor ni su sentido del tiempo. Después de sus años de triunfo nocturno en las sucesivas versiones de su show en la catalana TV3, su personalidad ha vue...

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Cuando hablábamos, en la penumbra moderna del hotel Om de Barcelona, donde nos citó un viernes por la mañana, a la espalda de Andreu Buenafuente una mujer joven le da de mamar a su hijo; ese detalle y el ajetreo que se produce alrededor de este comunicador extraordinario trasladan la impresión de que estamos en el escenario que él crea para que, pase lo que pase, él siga pareciendo un solitario al que el ruido y los sucesos no le alteran ni su humor ni su sentido del tiempo. Después de sus años de triunfo nocturno en las sucesivas versiones de su show en la catalana TV3, su personalidad ha vuelto a ganarle a la tele.

Buenafuente, el programa que dirige y presenta después de la medianoche en Antena 3, le representa perfectamente, es sencillo y divertido, pero no te impone ni su sencillez ni su risa. Te deja entrar y salir de la conversación, como te deja entrar en su programa, para que te quedes en él o para que te vayas. En persona también te fabrica un mundo inteligente, abierto y cálido en el que te sientes como en tu casa: comparte tu agua; si pides café, él hace lo propio, y no pone remilgo alguno cuando le piden que pose bajo la lluvia o ante la concurrida puerta de los cuartos de baño. Se siente a su lado el calor de un antiguo compañero de colegio que hubieras reencontrado de casualidad en una excursión de recuerdos estudiantiles y él sigue siendo como fue en el patio de los recreos. No se ríe tanto, y está claro que lo que no soportaría nunca es ser tomado por el gracioso de las tertulias. Debe de ser muy divertido en familia, pero no va por ahí repartiendo ni gags ni lecciones sobre cómo se hacen. Se ha instalado con éxito en las casas españolas, sin estridencias, con el sentido común que es propio de surrealistas como Groucho Marx (puso a su restaurante Julius en homenaje al nombre del famoso cómico), y está ahí al inicio de las madrugadas como si fuera de la familia.

En esta conversación, él nos habla de las razones de su éxito, que procede de la radio y que prosiguió en la televisión, y que ahora consolida un grupo de producción que se llama El Terrat, como el programa que le hizo invencible en la Cadena SER. Pero cuando deja de funcionar el magnetófono, su conversación va y viene de Reus, su tierra natal, donde su madre, Teresa, que vino de Murcia, le sigue esperando, le sigue viendo y le sigue criticando… Después de la entrevista almorzamos en el hotel, y allí nos habló de algunos de sus humoristas preferidos, desde Groucho hasta los Martes y Trece de la época dorada, Faemino y Cansado, Pepe Rubianes, Los Morancos, Florentino, Latre…, pero donde pone más énfasis es en destacar a los suyos, y desgrana sus nombres de carrerilla, como si fuera un entrenador dando una alineación: Santi Millán, José Corbacho, Edu Soto, David Fernández, Mónica Pérez, Yolanda Ramos, Fermín Fernández, Raúl Cimas… Concede ahora pocas entrevistas ("te oyes demasiado, te repites"), y como acaba de cumplir cuarenta años, a lo mejor esta conversación representa uno de los balances que puede hacer de su vida hasta esa edad tan importante. Así que primero que nada le preguntamos cómo está.

Muy bien, orgulloso porque estoy empezando a digerir el esfuerzo realizado. Este programa era el reto más potente de mi carrera, así que el invierno ha sido duro preparándolo. Eso me alteró, me trastornó, casi me tumba. Pero estoy muy orgulloso de mí mismo, de mi equipo y de mi proyecto, y empiezo a disfrutar, tras la tormenta emocional, el resultado de ese esfuerzo. Y tengo una autoestima más alta, cosa muy recomendable y muy necesaria para mi trabajo porque yo salgo a hacerme el gracioso, y tienes que estar relajado para ser gracioso. Y ahora empiezo a estar así.

¿Cómo ha sido su evolución como artista del humor?

Involuntaria. Yo descubrí de pequeñito mi voluntad de comunicar. Pero este oficio de la comunicación es de largo recorrido y yo al menos no me tracé grandes objetivos. Entré en una emisora local y me dije: "Aquí voy a estar bien". Y creo que luego he tenido mucha suerte en la vida. A veces me pregunto si no habrá una mano mágica que te va colocando en la casilla adecuada. Me encontré a gente clave que me dio impulsos claves, y el destino me ha hecho saltar hasta colocarme aquí. Si echas la vista atrás no encontrarás explicación muy lógica a todo esto, a lo mejor sólo hay una inercia, una evolución que se va haciendo en medio de cierto misterio. Qué hago yo aquí, dirigiéndome a todo un país, si vengo de una emisora pequeña de Reus. Pues no lo sé muy bien, pero ahí quizá reside el encanto de todo esto, ¿no?

Y antes de ser la persona que habló en la radio por primera vez, ¿cómo fue su niñez, cómo era usted?

Un chaval muy tranquilo que vivía en un entorno feliz. Mi padre, que ya murió, era un gran comunicador; era más divertido que yo, era agente comercial, se pasó vendiendo cuarenta años de su vida. Vendía de todo, gallinas, muebles, y era un crack. Un hombre de la posguerra, un niño de la guerra, con unas ganas increíbles de reírse del mundo. Yo creo que he heredado eso: la capacidad de reírme del mundo, me parece la mejor medicina para afrontarlo. Porque, francamente, el mundo me parece bastante obtuso, podrido. Como decía un poeta que me encanta, "el mundo es una mierda, pero la vida es de puta madre". Esa definición es la que llevaba mi padre a término, y creo que es la misma que se fue filtrando en mi niñez, una niñez tranquila de un niño pequeño que tiene una hermana mayor. Era, por tanto, un niño solitario, muy observador, poco estudiante y muy gamberrito, pero un gamberrito de esos que no destacan, que va liderando sin darse cuenta a su grupito. Ahora, a los diecisiete, los chicos ya son unos cracks, pero yo era bastante boniato, pues a esa edad empecé en la radio… Bastante boniato.

Su padre era un comunicador, dice…

Le encantaba que la gente estuviera bien, divertir; a él, una conversación seria no le motivaba. A mí me pasa igual, lo serio me aburre. Si metes el humor en tu carácter parece que la vida se lleva mejor. Y él decía eso, estaba en contacto con sus clientes, no vendía mucho, pero se lo pasaba muy bien. En Reus era una institución, no hay un día que no me lo recuerden y lamenten su ausencia. Se llamaba Juan, y lo llamaban Juanillo; vino de Almería, mi madre vino de Murcia. Ella llegó a Cataluña a los catorce años, Juanillo vino en la barriga de mi abuela. Así que soy hijo de ese éxodo de los cuarenta y los cincuenta, los emigrantes de Andalucía y Extremadura que se vinieron a Cataluña, y ése es un rasgo presente en el carácter. El pasado es andaluz y el presente es catalán. El seny, catalán, y la locura, o la fiesta, andaluza. Eso debe de andar por ahí dentro, bullendo.

¿Existen esos rasgos?

Sí, las personas somos muy miméticas y es un hecho que las comunidades tienen un carácter. Cataluña es una sociedad más bien reservada, con unos mundos interiores acojonantes, pero con un acabado final que permite la risa, aunque economiza su efusividad; pero el andaluz no economiza nada, de cachondeo lo pasa muy bien. Yo creo que he sumado las dos cosas; de repente puedo parecer un tío serio y reservado, pero cuando actúo me puedo volver loco. Y eso es cojonudo para mi oficio.

Es probable que esa mezcla sea la raíz de su éxito actual en televisión…

Podría ser. No respondo al prototipo de catalán, si es que existe. Todo hoy día está muy mezclado; no respondo a ese perfil de tipo serio con un doble o un tercer sentido, sino que combino los matices y le añado ese puntito personal. Me gusta que sea así.

Hubo quienes dijeron que el humor catalán a lo mejor no traspasaba…

Comprensible, pero sujeto a prejuicios.

¿Hay alguna clave del éxito?

Yo no me sé analizar, prefiero que lo hagan desde fuera, y desde fuera me aportan cosas interesantes. Hay un hecho claro: la tele pasa por un momento más bien bajo, de calidad, de compromiso y de proyectos. Y cuando se produce ese impasse también surge una necesidad de ver algo diferente, digamos que el mercado está más abierto. Y por ahí entramos nosotros. De repente, la gente se encuentra un programa comprometido con la propia televisión, que recupera géneros olvidados, la entrevista pequeñita, amable, el reportaje, los actores con guión, y sólo por eso la gente se queda contigo a ver qué pasa. No hay claves complicadas: sólo una actitud generosa hacia la gente y el medio.

Y trabajo…

Es que no hay otro secreto. Mira, yo estoy trabajando ahora más que nunca, lo cual me admira a mí mismo, porque yo soy un poco gandul. Más que gandul, soy ocioso. Me encanta no hacer nada, pero hacer lo que me da la gana a mí. Y de pronto me encuentro que trabajo un huevo, sesiones de ensayo, reuniones, soy un monje del humor, duermo lo justo, me levanto, como lo justo, casi no bebo alcohol. Hay que estar bien metido en esto; ésta es una opción de vida que exige un buen resultado porque si no es así no compensa.

Un gimnasta…

Esto no es como cuando tenías veinte años, que te podías ir de farra por la noche y al día siguiente no pasaba nada. Hay que estar lúcido, fresco. No hay que darle mucha trascendencia, pero es imprescindible una disciplina, ¡una autodisciplina, que es más jodida!, porque cuando estás solo tienes tendencia a no hacer nada. Y yo debo cuidarme, estar bien, tomar un montón de decisiones que conforman ese puzzle que es el programa, porque soy el director. Me encantaría que hubiera otro en la sombra tomando esas decisiones, pero en ese lugar de la sombra tan sólo estoy yo, así que debo decidir y ejecutar.

¿Qué es lo que no ve la gente de todo lo que hace para que salga el programa al aire?

Lo más importante de un programa es formar un equipo por encima de las características típicas de un equipo. Es un equipo que está obligado a tener un concepto igual de la vida. Luego ya se repartirán los trabajos, unos redactan y otros actúan, pero lo más difícil es conseguir que seamos quince o veinte tíos con el objetivo de reírnos cada noche de la vida. Estamos permanentemente conectados, cada uno tiene sus tareas, pero estamos todo el día, como la policía, mandándonos mensajes: "Oye, ¿has visto esto, has leído aquello?". Es una opción de vida, no te puedes desconectar en ningún momento.

¿Elige usted las cosas de las que hay que reírse?

Sí, elijo bastante las líneas de trabajo, pero tengo un buen equipo formado desde hace más de diez años, lo cual es extraordinario en televisión, donde si caduca un proyecto la gente va saltando de programa en programa. Yo tengo la suerte de conservar más de la mitad de los que empezamos, y eso nos permite una complicidad brutal. Ellos saben cómo pienso yo y ya me imagino cómo me lo van a escribir ellos. Eso es acojonante, es como una familia, un clan; alguien ha dicho que somos como un clan, y me gusta que seamos un clan.

Pero usted hace sus monólogos…

En mis monólogos hay un proceso. Yo lanzo temas, no todos, porque no doy para más. Y ellos lanzan temas; eso se escribe, se filtra, se lee, se revisa, es como si estuviéramos haciendo un periódico con hora de cierre, así que hasta el último minuto podemos estar cambiando un párrafo. Y luego yo le meto lo mío, uno de los grandes misterios de la humanidad se da cuando uno improvisa. Ayer me pasó: de pronto hice una broma, un matiz, y volviendo a casa me dije: ¿Y de dónde me salió eso? Me tiene muy obsesionado eso… Algún día haré un tratado sobre la improvisación. Pero sí hay un proceso de depuración, de integración de la broma, y es un proceso muy arduo, el monólogo lleva mucho trabajo, y hacerlo es muy bonito. Pero ensayamos la técnica desde hace años y creo que ya la controlamos bien.

¿Y hay maestros detrás?

¿Maestros del monólogo? ¡Bueno! En realidad, yo no soy muy mitómano, porque soy muy disperso, me gustan muchas cosas. No tengo un gran ídolo. Me gusta Groucho, por sus textos, por su enfoque de la vida, más allá de las pelis y el bigote; me parece que era un pensador con una solidez y un escepticismo impresionantes. Y me gusta mucho Woody Allen. Suena a tópico, pero es un gran escritor de humor; pero, claro, yo no soy Woody Allen, aunque algo se me va quedando. Yo digo que influye lo que me gusta, y me gustan un montón de cosas, o sea, que maestro fijo quizá no haya. Aunque no me gustan casi nada los americanos, me gusta el estilo americano; hay que reconocer que su modo de hacer show business es muy técnico y muy desarrollado, y me encanta ese presentador, ese Letterman, cuando sale, "hola, buenas noches", y, por qué no, me gusta parecerme a él, y sigo su elegancia, o intento seguirla. De todos cojo un poco.

A lo mejor lo que hay detrás del humor es el surrealismo, subvertir el pensamiento de la gente.

Se ha escrito tanto de eso que yo no sé por dónde entrarle. Me gusta eso que dijo Woody Allen: el humor es tragedia más tiempo. Eso está muy bien: a la tragedia cotidiana, súmale el tiempo necesario para digerirla y ya estás en el punto para chutar con humor, para reírte de eso. La gente agradece mucho a los humoristas; a un cantante se le pueden agradecer sus canciones, pero el fan quiere al humorista como a un hermano o como a un primo. "Joder, tío, me diviertes". Que en la vida actual alguien te divierta, no tiene precio. A veces yo me siento sobrequerido, uno no puede digerir tanto cariño. Haces una función casi social, nos debería subvencionar la Seguridad Social, porque vas por la calle, la gente te ve y se ríe, y tú te vas diciendo: "Joder, qué background tendrá ese en la cabeza". Pero ese fenómeno, este clic que haces con la gente es acojonante.

Ahora, si no le quisieran sería terrible.

Sí, claro, entonces ya no tendría sentido mi trabajo. Pero te quiero contar una cosa. Yo miro mucho a la gente, y un día estaba en el aeropuerto, y por allí había un señor especialmente triste, esperaba un taxi; era un hombre mayor, con un rictus tristísimo, me quedé mirándolo, qué tío, parece una foto de Richard Avedon, y de repente el tío me mira, sonríe, ¡le cambia la cara!, y dije, joder, esto es increíble, precisamente el tío más triste del aeropuerto me mira y se le ilumina la cara. Eso tan mágico es el humor, creo que debe ser eso.

Es lo más grande que le ha ocurrido?

Yo creo que sí. Una vez me dijo un seguidor: "Mi padre era muy viejecito y se murió de risa contigo". Eso también me marcó, porque, ¡hostia!, no sabía que había matado de risa a alguien. Y me dijo: "No, no, fue muy bonito; ya era muy mayor y riendo, riendo se quedó dormido". Bueno, esto ya es fuerte, un señor que se va al otro mundo con una sonrisa. Sí, alegrar a la gente es cojonudo. Pero mi pregunta es quién alegra a los humoristas. Claro, me alegran cosas, y te lo digo sin vanidad: me gustaría estar en casa viendo mi programa. No te voy a decir que me gusta verme, porque no es verdad, me analizo mucho, me critico; pero cuando se producen las noches guapas, los grandes programas, qué guapo sería estar en casa riéndome con eso. El humorista acaba casi pervertido, se ríe con un gesto, con un sonido; yo me río con sonidos, con el movimiento de una mano.

¿Y de lo que pasa a diario?

Te diré que la vida que se cuenta a diario no tiene mucha gracia. Uno no sonríe mucho escuchando lo que sucede; nos reímos cuando empezamos a satirizar la realidad. A mí me gusta más la gente que las noticias. El humor está en la gente, en la conversación cotidiana, la gente tiene la comedia. Las noticias tienen poca comedia.

Y de lo que más se ríe usted es de la solemnidad.

Sí, de las formas. Estos días analizábamos cómo abordábamos la solemnidad con la que se despidió al Papa. Como analistas de la actualidad, teníamos que afrontar con humor lo que rodeó esa muerte. Es un reto fuerte, porque, como se ha visto, el mundo se colapsa y quedan pocas rendijas para el humor. Así que nos reunimos para decidir la vía para reírse de las formas, no de las personas ni del Papa, sino del propio protocolo. La comedia estaba en ciento y pico tíos con sotana en una habitación. De eso hay que reírse, no del dogma, sino de las colas. Había comedia, había que sacarla, y ése es el gran reto del humorista. La sociedad es cada vez más lista, más culta, más cachonda. Puede asistir a los protocolos, pero luego en casa se ríe. Como se dice en catalán, aquí se ríe uno del muerto y hasta del que lo está velando. Aquí, en el mundo, íbamos desnudos y comíamos bisontes, y todo esto es un gran decorado de la vida, como decía Shakespeare, y hay que reírse de eso. Hay comedia en todo menos en el dolor, ésa es la última frontera. Un atentado, una muerte, no genera ninguna broma. Pero todo lo demás es sujeto de comedia.

¿Es peculiar la solemnidad catalana?

Llevo muchos años haciendo humor en Cataluña, como otros compañeros, como Toni Soler, por ejemplo, y creo que hemos ampliado el corralito de las cosas de las que uno se puede reír, el corralito de la tolerancia. Aquí iniciamos líneas de humor muy atrevidas, y el público catalán nos apoyó, empezamos a criticar a la Casa Real y no pasó nada. Así que aquí cogí un entrenamiento que me hace valorar más Cataluña como un colectivo muy moderno. Ahora comprobamos que efectivamente España es muy moderna, acepta este tipo de humor y lo apoya. Cuando habla de la Casa Real, el humorista no la cuestiona; el humorista no cuestiona el Estado de derecho, pero se ríe de él, y los que forman parte del Estado de derecho deben entenderlo. Por hacer broma de tu rey no estás cuestionando la monarquía, no eres tú quien ha de hacerlo.

¿Se ha tenido que adaptar usted a un sentido del humor después de controlar también el sentido del humor de los catalanes?

He corregido o retocado pequeñas cosas. En general, mi discurso es el mismo. Al final descubrí (esa frase tan sobada) que tenía que ser yo mismo, porque, joder, si me pongo a interpretar a otro tío, esto va a quedar muy raro. Y siendo yo mismo nos va muy bien. Eso es lo mejor.

¿Puede dar algún detalle de lo que ha tenido que pulir?

Bueno, algunos me dijeron que mi manera de tratar a la Casa Real no se iba a entender en el resto de España, que aquí nos reímos de esas cosas de otra forma. No sé… La verdad es que te pierdes un poco en ese océano de matices, así que es mejor tirar por la directa.

¿Qué sensación le dio esa especie de Madrid-Barça en que se convirtió la competencia nocturna de la tele cuando empezaron a estar Sardà, Julia Otero y usted como dueños de una franja?

Respondía a un morbo de mercado, comprensible. Pero era una competencia virtual, no existía. Tuve dos grandes sorpresas agradables: me siguió el público catalán que ya estaba conmigo; eso me tranquilizó mucho, desde el primer minuto. Y he de decir una cosa: sé leer los aplausos, llevo mucho tiempo en esto y puedo leer qué está diciendo un aplauso. Y noté que la gente me decía: "Juegas en casa para toda España". Y eso fue muy bueno, me sorprendió y me emocionó. Y hay otra cosa: cuando viajo por ahí, por el resto del Estado, identifico mucho apoyo, gente que me dice: "Oye, ya era hora, teníamos ganas de ver una televisión que nos interesara más, que nos distrajera mentalmente". Y muchos compañeros te dicen que muy bien, que la apuesta funciona, y que ellos ya pueden hacer también otra cosa.

La competencia nocturna la llevan dos profesionales catalanes que además vienen de la radio. ¿Cómo lleva usted la competencia con Xavier Sardà?

No la he vivido, estoy concentrado, hacia dentro. En el escenario. Metiéndome en un fregado, yendo al notario, que ya parece mi madre, comprando un plató, y además estoy físicamente a cincuenta metros del plató de Xavier, con el que he trabajado, y al que conozco muy bien. Pero lo de la competencia siempre me sonó un poco a chino. Es muy sano que exista esta descentralización de la industria audiovisual, nadie le ha regalado nada a Gestmusic y al Terrat. Y tendrían que producirse más programas, desde Sevilla, desde el País Vasco, desde Canarias.

Pero se supone que usted tiene en cuenta que hay otro haciendo otra cosa mientras usted está en el aire ¿Cómo ha influido el éxito de Sardà en la construcción del programa de Buenafuente?

De una manera muy sutil. Descubrimos muy pronto que hacíamos otro tipo de programa. No lo digo porque sea mejor o peor, pero cuando compites con dos armas diferentes es como cuando entras en una película u otra en unos multicines. Es tan sólo una coincidencia de horarios. Sus armas y las nuestras no pueden ponerse a luchar, así que nos complementamos y llenamos el espectro. No competimos tampoco en invitados, no. Anoche, él tenía una tertulia sobre el reality de su cadena, y yo había entrevistado a Samantha Fox. No había competición. No es un eufemismo, es que es así.

Estamos haciendo una entrevista, y su arma es la entrevista. ¿Cómo debe ser una buena entrevista?

Tocas un tema muy delicado, porque yo tengo la impresión de que soy un mal entrevistador, un entrevistador flojo; porque nunca pregunto lo que es verdaderamente importante. Hace diez años, en uno de nuestros pilotos, incluso planteé no entrevistar. Hice una prueba y dije: "Miren, compañeros, yo no sé entrevistar, ¿y si quitamos las entrevistas?". Y estuvimos a punto de quitarlas. Lo que me dijeron es que yo conseguía climas, de modo que no soy un entrevistador, sino un climatizador. Así que a lo mejor tengo un tío importante delante de mí y le pregunto cómo hace para conservar el pelo. Me gusta hablar de la entrevista como una especie de coito donde dos personas establecen durante unos minutos una relación muy intensa, llena de complicidades, de cuerpo a cuerpo, de silencios, y cuando acabas siempre preguntas: "¿Qué tal ha ido?". Pues como en un coito. Incluso te fumas un cigarrillo, se parece un poco a un polvo una entrevista. Y dura un poco lo que dura un polvo.

Entonces, usted tendrá una enorme potencia, porque sus entrevistas duran bastante.

Tengo una potencia impresionante y climatizadora. Dos personas intercambiando conceptos es algo acojonante y difícil. Es el género más difícil que hay.

¿Qué se preguntaría a sí mismo ahora?

Que cómo creo que seré dentro de sesenta años. Y respondería que no tengo ni idea. La vida me ha sorprendido tanto que no puedo ni calcular lo que va a suceder en el próximo minuto. Y eso es muy bueno.

La pregunta de siempre: ¿cómo arreglaría la televisión?

La televisión es el fenómeno del siglo, del XX y del XXI. Cuando alguien dedica a algo tres horas y media diarias es que eso es acojonante. Para no aburrir a la gente diré que para mí los focos del cambio residen en la dirección de las cadenas; la cadena es el reflejo de sus directivos. Los profesionales debemos comprometernos; cuando me dieron un premio de la Academia dije que ya está bien de quejarnos de la televisión, vamos a cambiarla nosotros. Estoy harto de cenar con presentadores a los que no les gusta su programa. Pues, tío, no lo hagas. No es tan revolucionario decir que no. Si tienes un proyecto, hazlo. Y di que no a cosas indignas. Quizá un poco más de energía en el cambio nos daría un poco más de dignidad en el colectivo.

Parece que se ha puesto de moda incitar a la gente a apagar el aparato.

No es tan catastrófica la televisión como parece. Hay productos realmente buenos. Estamos en una especie de pubertad de la televisión en España. El franquismo, como a tantas cosas, le dio un hachazo a la evolución de la tele; en otros países ya no están en la pubertad, pero nosotros sí estamos en ese periodo. Todo depende de los directivos; yo alucino de la gente a la que se le da espacio en la tele, gente a la que nunca invitarías a una cerveza y que ahora conforman el espectáculo televisivo. Y a mí el espectáculo me da mucho respeto, y respeto mucho al artista, y no respeto nada al mediocre que está ahí, enquistado en la tele.

Ha dicho usted que su vida son los escenarios, los platós y la radio

Sí, la radio es mi madre, allí me formé. Veinte años en la SER. Allí descubrí que quería contar cosas; la radio me curó los malos momentos, me potenció los buenos. Mi base profesional es la radio. Hice de todo: música, deportes, información. Es una pasada. Es libre, fresca, es magia pura.

Y dice que se ha hecho demasiado trascendente

Se ha dulcificado un poco esa tendencia. Pero, sí, en la transición nos entró un ataque de información y desaparecieron los shows a favor de los informativos. Y de repente te encontrabas que los informativos duraban cuarenta horas, que los programas iban desapareciendo. Entré en los años ochenta en pleno fervor de todo aquello, y reivindiqué un espacio para el espectáculo. Me gustaba la radio de los cincuenta y los sesenta.

Pero si usted no había nacido

Ya, pero me informaba, escuchaba, y me sonaba muy bien lo que me decían… Me decía: "En Radio Barcelona había un show a las dos…".

… y a las tres, Jorge Arandes y Felipe Gallo hacían 'Fiesta en el aire' en Radio Nacional…

Exacto, y pensé: "Pues hagamos un show a las dos", y me lo inventé. Había una generación de programas que se deprimió porque entraron los informativos, y yo quise reivindicar el show frente a ese ejército de noticias.

¿Encuentra que la televisión le ha robado el 'show' a la radio?

No, la radio es tan sabia y tiene tanta energía que va una hora por delante de la televisión. Cuando en la tele están preparando las cámaras, la radio ya está contando lo que pasa; yo saco muchas de mis ideas de lo que escucho en la radio. Me parece muy saludable, por ejemplo, que Gomaespuma ocupe la franja tradicionalmente seria de la tarde; aparte de los grandes mitos, entre los cuales Gabilondo es la referencia, hay una serie de nuevas generaciones que hacen shows matinales muy divertidos. La radio siempre se vuelve a levantar. Ahora falta un poco de frescura, pero va bien. Tiene buena salud.

¿Qué efecto ha tenido sobre usted la notoriedad?

Soy un tipo muy discreto; me encanta observar, y ahora he pasado al otro lado del espejo, soy el observado. La fama es incómoda. Lo único bonito es el reconocimiento. Todo lo demás es accesorio, lo llevas como una enfermedad crónica. De repente, todo el mundo te mira y ve a otro tipo. Porque yo soy Buenafuente por la noche, pero durante el día soy Andreu, y tener que ser Buenafuente es un poco pesado. Pero, bueno, no he inventado esta situación, la tenemos todos los que con un poco de sentido común no olvidamos quiénes somos, por la mañana o por la noche.

¿Y tiene esa fama efectos sobre sus relaciones personales?

Tengo la suerte de estar en una familia muy sensata y muy normal, muy lista. En lo social sí me afecta, porque la gente ya no se me acerca con la pureza de otros tiempos. Les pido que se relajen, y al cabo de media hora ya me están diciendo que soy un tío normal. Pues sí, intento serlo. Intento equilibrar la balanza de la normalidad. Tengo un cinturón de amigos que no me sobreprotege, sino que me acompaña y me llena de felicidad, así que cuando estoy un poco saturado les digo: "¡Nenes, vámonos!", y nos tomamos una buena cena y unas copas y nos reímos del mundo.

En 2001 interrumpió su programa 'La Cosa Nostra', en TV3. ¿Fue sólo cansancio?

Sí, fue cansancio asociado a la necesidad de digerir todo esto. De repente, mi boom personal y artístico estaba llegando a extremos muy potentes; había pasado de la intimidad de la radio a la intensidad de la tele. Me bloqueé; el cuerpo es sabio, y de repente te manda unas señales. Tío, estás quemado. Los activos no entendemos los bloqueos, pero me recomendaron que descansara, y lo hice. Me vino bien; creo que atravesé un desierto personal, y me fue muy bien. Fue duro, pero necesario. Una gran lección de vida. Tío, tranquilo, disfruta esto. Sobreviví.

¿Suele tener esos arranques de depresión?

No, no los suelo tener. Soy un tipo enamorado de la vida. Le pido a la vida emoción, ritmo, alegría; no me gustan nada los dramas, el dolor. Le pido mucho. Pero como tal la quiero vivir muy bien. Pero también pido un poco de respeto y tranquilidad. Te diré que estoy en una época un poco zen de mi vida; quiero aislarme de ese ruido que me rodea, es un ruido bonito, pero consigo aislarme. Si vienes al plató, verás que soy el tipo más relajado ahí arriba. De repente está cayendo la de Dios y yo estoy tranquilamente cenando con un amigo.

Me habló de su padre. ¿Y su madre?

Es la piedra angular de mi familia. Una mujer que también es hija de la guerra. No conoció a su padre; de no ser por la guerra, hubiera tenido mucha cultura, tiene una intuición y una inteligencia innatas, que no ha podido cultivar. Pero siempre tiene un saber estar y una clase que me encanta. Un gran apoyo, una amiga, le cuento mis cosas. Lo que me hace muy feliz es que he podido reparar con mi prosperidad todo el déficit de su vida. Una niña que vivía como podía, ahora es una señora que puede pasear y ser feliz. Es uno de mis mejores logros. La felicidad de mi madre.

Andreu BuenafuenteCÉSAR LUCADAMO

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