EL FIN DE UN PAPADO | Las multitudes

Protección Civil ordena cerrar la cola para ver a Juan Pablo II

La multitud de fieles colapsa las calles cercanas a la basílica de San Pedro

El servicio de Protección Civil italiano tuvo que poner coto anoche a la cola de más de un millón de personas que se había extendido por varias calles paralelas a la basílica de San Pedro y amenazaba con seguir creciendo, a pesar de que cada vez era más extenuante la espera. Quien no estuviera anoche en la fila a las 22.00, ya no tendría posibilidad alguna de pasar unos segundos ante el Santo Padre.

Un estudiante español que logró pasar en la madrugada del martes, tras hacer dos horas de cola, se lamentaba: "Apenas me dio tiempo a nada. Los carabineros decían ¡avanti, avanti!, y una ami...

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El servicio de Protección Civil italiano tuvo que poner coto anoche a la cola de más de un millón de personas que se había extendido por varias calles paralelas a la basílica de San Pedro y amenazaba con seguir creciendo, a pesar de que cada vez era más extenuante la espera. Quien no estuviera anoche en la fila a las 22.00, ya no tendría posibilidad alguna de pasar unos segundos ante el Santo Padre.

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Un estudiante español que logró pasar en la madrugada del martes, tras hacer dos horas de cola, se lamentaba: "Apenas me dio tiempo a nada. Los carabineros decían ¡avanti, avanti!, y una amiga mía que quería confesarse, no pudo hacerlo. Sólo dejaron a unas monjas rezar allí". El miércoles, los que llegaban a las tres de la madrugada, sólo avanzaban 200 metros en tres horas.

No faltaban botellas de agua. Y de vez en cuando, el grito de la multitud coreando ¡Giovanniiii Paolo! parecía estimular los ánimos de quienes esperaban. Uno podía llevarse 45 minutos con los dos pies juntos, sin poder sentarse, sin moverse un milímetro, soportando el frío y el asedio de las mochilas. Aun así, seguían y seguían llegando personas a la cola, en grupos de 3, de 30, 50, 80, corriendo por las calles aledañas para frenar después en seco.

La antropóloga Ángela Pallarés, de 49 años, era ayer a las tres de la tarde la última de la cola. Había venido desde Barcelona al aeropuerto de Roma sin detenerse en ningún sitio. Le quedaban varios kilómetros por delante y muchas horas de pie. "Sólo he venido para ver el ambiente", confesaba. "Desde que el mundo se ha globalizado tanto, los medios de comunicación nos han hecho tener la sensación de que formamos parte de la historia. Y aquí estoy. Por lo demás, a mí, que vengo de Cataluña, este Papa no... Con Cataluña no...".

Su hijo Oriol, estudiante de filología y filosofía clásicas, de 21 años, retaba a la madre: "Venga, dilo, dilo, ¿qué ibas a decir del Papa?" Y la madre decía que no, que no era el momento de criticarlo. "Yo estoy aquí lo mismo que mucha gente, por decir: yo estuve ahí. Es absurdo, lo sé. La gente le hace una foto con un móvil, que suelen tener una calidad malísima, y apenas pueden ver otra cosa que los pies de un cadáver. Pero queríamos estar aquí".

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Oriol se considera ateo y "anarquista no practicante". "Yo he venido porque me encanta todo lo relacionado con la Roma y la Grecia clásica. Me apasiona ver cómo la Iglesia fue conquistando el imperio romano y llenó el mundo de cristianos. Creo que la Iglesia es, en su organización interna, lo que queda, el último vestigio de la sociedad civil romana".

Junto a ellos viajaba desde Barcelona la italiana Licia Pappalardo. "Mi marido es sobrino del cardenal Pappalardo, de Palermo, uno de los hombres que más han luchado contra la Mafia en Italia". "Para mí", decía, "este Papa estaba iluminado. Era un Mesías. Irradiaba una fuerza y una energía increíble. Yo he tenido a mi marido 10 años en la UCI con el mismo problema que el Papa. También le hicieron una traqueotomía. Y aunque mi marido tiene 70 años y es menor que el Papa nunca le he visto esa fuerza".

Oriol piensa que el Papa se ha aprovechado de los medios de masas para fomentar un culto a su persona. "Y los Papas que vengan ya van a tener que seguir ese camino también. Esto es irreversible". Mientras, ya habían pasado ante el cadáver de Juan Pablo II más de dos millones de personas. Y se esperaba al menos otro millón.

Un hombre discute a un policía italiano la decisión de cerrar el paso a la capilla ardiente.REUTERS
Pasajeros llegan a la estación Termini (rebautizada Juan Pablo II), en Roma, para visitar la capilla ardiente.EFE

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