Columna

UE: entre el viejo y el nuevo régimen

En el filo de este primer lustro del siglo, Europa camina entre el antiguo y el nuevo régimen sin que el anterior orden haya desaparecido del todo y el actual se haya implantado decididamente. Ello lo reflejaba hace pocos días el intelectual de los Balcanes Predrag Majvejevich, para llegar a la conclusión de que como consecuencia de ese estar, todos somos ex de algo (Majvejevich es ex de la antigua Yugoslavia).

El año recién acabado -y bien acabado- ha sido fecundo para el sueño europeo: nuevo Parlamento, más decisivo y potente; otra Comisión (que tuvo su crisis antes de n...

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En el filo de este primer lustro del siglo, Europa camina entre el antiguo y el nuevo régimen sin que el anterior orden haya desaparecido del todo y el actual se haya implantado decididamente. Ello lo reflejaba hace pocos días el intelectual de los Balcanes Predrag Majvejevich, para llegar a la conclusión de que como consecuencia de ese estar, todos somos ex de algo (Majvejevich es ex de la antigua Yugoslavia).

El año recién acabado -y bien acabado- ha sido fecundo para el sueño europeo: nuevo Parlamento, más decisivo y potente; otra Comisión (que tuvo su crisis antes de nacer al intentar hacer comisario a un personaje impresentable, el tal Buttiglione); una ampliación más ambiciosa que nunca, a 25 miembros, y la luz verde a las negociaciones con Turquía (que de llegar a buen puerto cambiarán en buena parte la base sociológica de la actual Europa comunitaria); y la aprobación de un Tratado Constitucional, con el que los ciudadanos sabrán con más certidumbre qué tipo de comunidad comparten.

El impulso de 2004 debe tener continuación en el actual ejercicio, en el que nada está asegurado

Ese impulso debe tener su continuación en el actual ejercicio, en el que nada está asegurado. En el eje del análisis hay dos tipos de cuestiones: las directamente políticas y las económicas. Entre las primeras está la ratificación de la Constitución por parte de los 25 miembros (ya lo ha hecho Lituania, siguiendo el camino parlamentario, y luego lo hará España, inaugurando la vía del referéndum); y la preparación de otros tres países (Croacia, Rumania y Bulgaria), para que pertenezcan al club el 1 de enero de 2007. Y también, la apertura efectiva de las negociaciones con Turquía, a partir del próximo octubre.

Tres son los grandes programas económicos que deberá satisfacer la UE, bajo la presidencia primero de Luxemburgo y luego de Gran Bretaña (más difícil esta última al no pertenecer el Reino Unido todavía al eurogrupo): la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), la aprobación del marco presupuestario para la Unión entre los años 2007 y 2013, y la actualización de la Agenda de Lisboa, cuyo objetivo es hacer de la UE la zona más competitiva del mundo para el año 2010 (lo cual, a medio camino, no parece una utopía factible).

La reforma del PEC divide a los países y a los actores de la UE entre los partidarios de mayor flexibilidad, para hacer del mismo un instrumento anticíclico, y los seguidores de una ortodoxia que impida a los Ejecutivos tener mayor margen de maniobra en la política económica; paradójicamente en este caso, los partidarios de un PEC como corsé son los sectores más neoliberales. Pero ninguno de los dos grupos pone en cuestión la necesidad de reglas del juego comunes.

Las perspectivas financieras 2007-2013 serán, seguramente, el terreno de juego más difícil para llegar a un acuerdo: porque de su definición saldrán países ganadores y perdedores. Ganadores, los que se queden con la mayor parte de los fondos de ayuda, por ser los más débiles económicamente (en general, los nuevos miembros); perdedores, los que por el mero efecto estadístico de la ampliación o por haber avanzado estos últimos años, ven disminuir esos fondos en sus arcas (España y, a través del cheque arrancado en su momento por la señora Thatcher, Gran Bretaña). Y una nueva división: seis países ricos y contribuyentes netos (Alemania, Francia, Reino Unido, Austria, Holanda y Suecia) no quieren que el presupuesto comunitario exceda el 1% del PIB común, mientras que el resto y la Comisión opinan que bajar del actual 1,14% da una señal negativa acerca de la necesidad de una UE más profunda y más cohesionada como comunidad.

Por último, se impondrá una autocrítica sobre la Agenda de Lisboa aprobada genéricamente en el año 2000, y que necesita ser actualizada. Europa sigue creciendo menos que EE UU, tiene una productividad también claramente inferior, y excepto los países nórdicos sigue arrastrándose detrás en materia de investigación y desarrollo.

Este reto ingente cobra mayor oportunidad ante la visión de unos EE UU que, después de las elecciones presidenciales, comparten menos valores con la UE; Bush visitará Bruselas dos días después del referéndum constitucional de ratificación de España. Y además, la coyuntura económica no es buena: los síntomas de un enfriamiento económico recorren las expectativas de los empresarios y consumidores europeos.

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