Tribuna:

La usurpación

Pobre Fidel: Aznar y Zapatero ya le superan en tiempo de palabra. Las interminables oraciones de ambos ante la Comisión del 11-M demostraron la resistencia numantina de ambos líderes, dejando de paso un sabor agridulce: la posibilidad de colaboración en asuntos de Estado entre PSOE y PP se encuentra más lejos que nunca. Aznar marcó con extrema dureza las reglas del juego y Zapatero tuvo que responder sirviéndose de argumentos y de datos contra las insidias no documentadas de su predecesor en el cargo. Como en aquel maravilloso relato de Las mil y una noches, se vio obligado a utilizar e...

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Pobre Fidel: Aznar y Zapatero ya le superan en tiempo de palabra. Las interminables oraciones de ambos ante la Comisión del 11-M demostraron la resistencia numantina de ambos líderes, dejando de paso un sabor agridulce: la posibilidad de colaboración en asuntos de Estado entre PSOE y PP se encuentra más lejos que nunca. Aznar marcó con extrema dureza las reglas del juego y Zapatero tuvo que responder sirviéndose de argumentos y de datos contra las insidias no documentadas de su predecesor en el cargo. Como en aquel maravilloso relato de Las mil y una noches, se vio obligado a utilizar el fuego para abrasar a su adversario, y las llamas acabaron prendiendo en él y en el marco institucional.

Las 11 horas de José María Aznar ante la comisión parlamentaria del 11-M señalan un punto de inflexión en la trayectoria de las relaciones entre PP y PSOE. Como tantos comentaristas subrayaron, el ex presidente no proporcionó dato alguno de importancia para el conocimiento de los hechos y centró todos sus esfuerzos en invertir los papeles, asumiendo con eficaz desparpajo el papel de acusador de quienes pretendían ser sus fiscales. No le importó convertir meras suposiciones en artículos de fe, sin aportar pruebas, y su firmeza al negar la evidencia recordaba a la que en tiempos del franquismo proponía el manual del militante para quien sufriera un interrogatorio.

Benigno Pendás escribió al día siguiente en Abc que la intervención de Aznar había sido una excelente lección de auctoritas, la virtud romana que expresaba el reconocimiento a la capacidad de dirección de un político, dependiente de su prestigio, no del puesto ocupado, de la potestas. Mejor sería decir que el líder popular ofreció toda una exhibición de su personalidad autoritaria, y también de egolatría. Al hablar, el ex presidente no se ocupó de nadie que no fuera de sí mismo y toda su fuerza residió en descalificar, antes que responder, a sus opositores. Hubiera sido útil que el presidente de la sesión le hubiera recordado que allí no estaban para saber qué tipo de relaciones tuvo Carod con ETA, si el PNV está legitimado para criticarle o si la SER merece ser borrada del registro de empresas radiofónicas por su reiteración "vil, miserable y repugnante" en la mentira. Aznar estaba allí para explicar su actuación como jefe de Gobierno en el curso de una crisis trágica, así como para aportar los datos aún no conocidos que él tal vez obtuvo desde la atalaya de la presidencia. Ni siquiera lo intentó.

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Por lo demás, al rozar las cuestiones esenciales, sus afirmaciones oscilaron entre la ceguera y la irresponsabilidad. Ceguera: "El atentado de Casablanca no tenía nada que ver con el atentado de Madrid", "todos los terrorismos son iguales", "Irak es, en este momento, el frente central de la lucha contra el terrorismo". Irresponsabilidad, entre otras muchas, el brindis al sol sobre la autoría intelectual (sic) de los atentados que no se encontraba, a su juicio, "en desiertos lejanos". ¿Dónde entonces? Y la irresponsabilidad se adentra en la calumnia, al enlazar esa suposición temeraria con la afirmación de que los atentados produjeron el vuelco electoral cuyo efecto fue la derrota del PP. Aznar conoce mejor que nadie el avance de las expectativas de voto del PSOE en los últimos días de campaña y las dificultades que su partido hubiese encontrado a la hora de formar gobierno, aun en el caso de ser el partido más votado. Esta inesperada circunstancia estuvo verosímilmente en la base de la obsesiva insistencia en la autoría de ETA, de la que soy testigo en primera persona, cuando cualquier líder político razonable hubiese atendido a los indicios ofrecidos por la famosa furgoneta de Alcalá. Aznar insiste ahora en que "los atentados del 11-M no buscaban sólo un número importante de víctimas; intentaban volcar la situación electoral de España". Ciertamente, a la vista de la intervención de Bin Laden en vísperas de las elecciones norteamericanas, lo segundo no es desechable, aunque siempre en el marco de la evidente prioridad fijada por Al Qaeda al objetivo de golpear a Occidente en nombre de la nueva yihad. De cualquier forma, no habría sido el atentado en sí, sino la conducta del Gobierno lo que hizo perder votos al PP. Los secuaces de Bin Laden no podían prever el "empecinamiento" en ETA del Gobierno popular en los dos primeros días y además dejaron pistas suficientes como para reaccionar a tiempo en cuanto a la autoría. Bush supo obtener un enorme capital político de los atentados del 11-S, tras sus vacilaciones iniciales; su hombre en Madrid acumuló las torpezas, de forma y de fondo. Por algo el ex presidente, cuando le preguntan si ha cometido algún error, responde que su conciencia está tranquila, eludiendo responder. Más allá del desastre causado por su "empecinamiento", como mínimo signo de una total incapacidad para entender la realidad cuando ésta le contradice, Aznar se siente infalible. Sin aportar un solo dato, sólo a golpe de presunciones, despoja de legitimidad al actual Gobierno democrático, aunque dice no hacerlo, vencedor según él gracias a Al Qaeda y de acuerdo con planes de un Doctor No situado cerca de nosotros, en territorio no desértico, y que favorece al PSOE, tal vez sirviéndose de la SER. Como dicen los jóvenes de hoy, es muy fuerte. Y muy insensato.

Lo más grave es que la alusión a la auctoritas tiene perfecta razón de ser, si bien por lo que concierne a la mentalidad de los hombres y mujeres del Partido Popular. Más que una suma de argumentos, la intervención fue un puñetazo sobre la mesa, recordando a todos quién es el auténtico jefe y, como se decía en los años treinta, que los jefes no se equivocan. Es algo que satisface la demanda de seguridad que desde la derrota surgía a gritos de las filas del partido conservador. Acostumbrada a mandar desde siempre, la derecha española tendió a ver la llegada al poder de la izquierda como una auténtica usurpación, algo ilícito en sí mismo por encima de las diferencias, en algunos sectores no tan hondas, que separan los planteamientos del PSOE de los del PP. En la primera victoria del PSOE ese efecto no se produjo, por la propia desagregación de las fuerzas políticas conservadoras, pero en las elecciones de este año, con el trauma del vuelco en la mente, y frente al sueño de la permanencia indefinida en el poder, se hizo inmediatamente realidad. Y Aznar en su intervención ha venido a confirmar esa postura irracional, acentuándola incluso al sugerir la existencia de un vínculo entre los terroristas islámicos, simples instrumentos, y los innominados adversarios políticos, verdaderos "autores intelectuales" del 11-M. La serena irritación de Zapatero, muy lejos de los corteses envites parlamentarios del pasado, es la respuesta adecuada a semejantes disparates.

A partir de este momento, Aznar recupera el papel de referente fundamental para la masa de seguidores de su partido. Sólo hizo falta leer los diarios afines al mismo para constatarlo: el ex presidente había aplastado literalmente al coro de adversarios que intentaron sin éxito colocarle contra las cuerdas. Sólo hace falta,unos días más tarde, satanizar a Zapatero por el rigor y la dureza de su intervención, que así del bambi del antiguo franquista pasa a convertirse nada menos que en "inquilino del Terror", por su victoria tras el 11-M. La lección es fácil de extraer. Contra el PSOE no hay que perderse en razonamientos, y menos en ejercicios de ironía como los que intenta Rajoy. Basta con poner sobre la mesa enérgicamente verdaderas o falsas evidencias, y machacarles. Digan lo que digan, sin aceptar nunca su campo de juego.

El deterioro consiguiente del clima democrático pudo ser constatado en la violencia creciente de las intervenciones populares. Las relaciones políticas entre Gobierno y oposición han alcanzado así un grado de deterioro intolerable e injustificado, que repercute sobre la opinión pública por obra del amplificador que representan los medios. Llegados a este punto, conviene subrayar que los defensores del Gobierno tampoco están libres de responsabilidad. Pensemos en la crónica de la intervención de Aznar ofrecida el día 4 en Informe semanal, que se cierra con las imágenes de los manifestantes que alzaban en las puertas del Congreso un bosque de manos rojas, teñidas simbólicamente de sangre. Y el siguiente reportaje era sobre Pinochet. Por la vía de la diabolización de Aznar, presente en estas páginas con la firma de Flores de Arcais, sólo se va a un indeseable ascenso de la crispación. Y de paso al fortalecimiento de su auctoritas, por encima de la potestas ejercida por Rajoy.

A mayor presencia política de Aznar, del Aznar de las Azores y de la Comisión del 11-M, mayor riesgo de involución política en ese PP que gracias a él ve justificada su protesta ante la usurpación del poder de que habría sido la víctima. Recordemos que la configuración de nuestros dos grandes sectores políticos tiene en su origen sendos procesos de integración en la democracia de sectores en principio hostiles a la misma. En la izquierda, el trabajo más duro corrió a cargo de Santiago Carrillo al frente del PCE, al lograr que el comunismo se convirtiera en pieza esencial de la construcción democrática. A su vez, el PSOE actuó como receptáculo y agente de transformación de esa y de otras fuerzas izquierdistas. La labor de Aznar en los años noventa marcó una trayectoria convergente con las anteriores. Y al vencer hace cuatro años, el PP estaba en condiciones de definirse como partido de centro-derecha.

Nada indica, sin embargo, que el proceso sea irreversible, sobre todo si persiste el ascenso en las tensiones políticas. Salen a la superficie de grupos intelectuales ligados a la extrema derecha europea. Les airea la televisión dependiente del PP, al mismo tiempo que proliferan con éxito, siendo aclamados desde medios "populares", los panfletos que desentierran la crisis de los años treinta para cargar las culpas de la guerra civil sobre "los socialistas y Esquerra". En la misma editorial del libro aludido, y con autor perteneciente a la última Administración del PP, encontramos como novedad la publicación de una novela de escenario apocalíptico, versión de Jünger para andar por casa, con el fuego de lo sagrado enfrentándose al materialismo destructor, la exaltación de la maternidad y un truco redentor archisabido: "Los últimos hombres justos conspiran para derribar el desorden establecido". En la Red, la bazofia seudohumorística del llamado Grupo Risa, pro-PP y anti-PSOE convierte en elegantes las formas de destrucción de imagen que ya en la Segunda República ensayara el catolicismo político antidemócrata en el semanario Gracia y Justicia. El sumo pontífice de esta siniestra secta habla ya de una próxima "época guerracivilista verdaderamente atroz", con Zapatero de "falsario" y el PSOE nada menos que en calidad de emisor de "una propaganda totalitaria", al alimón con PRISA. El huevo de la serpiente está ahí.

Esperemos que el fin de los trabajos de la Comisión permita a ambas partes trazar un cambio de rumbo. Está a la vista el tema de la reforma del Estado, mucho más importante a estas alturas que los pliegos de cargos sobre el 11-M. Socialistas y populares han de recordar que el desmantelamiento de la estructura de ETA resultó posible únicamente gracias a la colaboración de ambos en el pacto antiterrorista.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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