OPINIÓN DEL LECTOR

Eutanasia

Soy una persona normal y corriente y, como tal, siempre empeñado en llevar una vida lo más feliz posible, y esperando y deseando que dure mucho más. Pero el tiempo pasa inexorablemente y, precisamente ahora que por razón de edad el desenlace final se va acercando, una inquietud me asalta y está dando al traste con todos mis esfuerzos de placidez vital, basados siempre en tener la conciencia tranquila por no haber causado deliberadamente daño a nadie y haber respetado, hasta la obsesión, la libertad de los demás. Eso es lo que pido a ustedes ahora, señores de la Iglesia, que respeten la mía. Po...

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Soy una persona normal y corriente y, como tal, siempre empeñado en llevar una vida lo más feliz posible, y esperando y deseando que dure mucho más. Pero el tiempo pasa inexorablemente y, precisamente ahora que por razón de edad el desenlace final se va acercando, una inquietud me asalta y está dando al traste con todos mis esfuerzos de placidez vital, basados siempre en tener la conciencia tranquila por no haber causado deliberadamente daño a nadie y haber respetado, hasta la obsesión, la libertad de los demás. Eso es lo que pido a ustedes ahora, señores de la Iglesia, que respeten la mía. Porque la desazón que me agobia no es debida al miedo a la parca que corta el hilo de la vida, pues no se puede luchar contra lo ineluctable, sino pensar cómo, en adelante, va a ser esa vida, la mía. Ya en una ocasión pasé por un trance muy difícil de dolor y sufrimiento que superé con humanidad, con valentía y, por supuesto, sin pretensiones de martirio ni inefable aceptación de ese dolor y sufrimiento. Uno y otro, ahí está el quid de la cuestión, cuando son irreversibles, sin posible retorno a una vida mínimamente llevadera, cuando su inutilidad los convierte en absurdos e intolerables, en ese momento, señores de la Iglesia, devolviéndome el respeto que yo siempre les he dispensado y dispensaré, les ruego hagan lo posible para no interferir en mi decisión suprema, cuando lo estime oportuno, con pretensiones morales que no me incumben porque mi vida es mía y no estoy dispuesto a prostituirla para satisfacer una crueldad doctrinaria que no duda en acudir a la tergiversación y al tremendismo para imponer sus designios.

Está claro que estoy hablando de la eutanasia. Señores de la Iglesia, déjenme que me refugie y confíe en el Estado de Derecho para mirar con confianza mi futuro. Por su parte, prediquen hasta desgañitarse su moral y sus principios, pero no inciten al enfrentamiento, no hagan un uso artero del "conmigo o contra mí". No es justo ni razonable.

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