Entrevista:MERCEDES SAMPIETRO

El cine de verdad

La presidenta de la Academia de Cine muestra aquí su cara más comprometida, locuaz y vitalista. Cree que el cine debe reflejar la realidad y que lo peor que puede pasar es la autocensura; por eso habla libremente del Gobierno del PP, la eutanasia, los matrimonios gays o las multinacionales.

Uno hubiera imaginado la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas como un lugar de muchos focos. Y sin embargo, es una casa como de clase media en la calle de Sagasta de Madrid, en el barrio de Chamberí. Hay un proyecto para trasladarla de sitio, a un palacete, y darle el glamour que parece convenir a las cosas del cine; pero de momento es este lugar donde, nada más entrar, escuchamos hablar de los derechos que han de cobrarse por los deuvedés, aunque no parece que la Academia también trabaje esos asuntos de los derechos, sino más bien los de la imagen del cine en España y en el m...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Uno hubiera imaginado la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas como un lugar de muchos focos. Y sin embargo, es una casa como de clase media en la calle de Sagasta de Madrid, en el barrio de Chamberí. Hay un proyecto para trasladarla de sitio, a un palacete, y darle el glamour que parece convenir a las cosas del cine; pero de momento es este lugar donde, nada más entrar, escuchamos hablar de los derechos que han de cobrarse por los deuvedés, aunque no parece que la Academia también trabaje esos asuntos de los derechos, sino más bien los de la imagen del cine en España y en el mundo, y como tal ha hecho una labor importante, unida a la que, casi por casualidad, la convirtió en el centro de la más agria polémica entre el Gobierno popular y el mundo de la cultura, cuando los hombres y mujeres del cine decidieron protestar contra la incipiente guerra de Irak en los Goya de 2003.

Los Goya, ése es el emblema de la Academia, y la figura tan codiciada de la imponente cabeza del pintor que le da nombre a su símbolo es la que nos recibe cuando entramos en el tercer piso de este edificio de Sagasta. Aquí es de cartón, pero parece de bronce, imponente. Mientras viene Mercedes Sampietro, la presidenta, que llega puntual y vestida con un anorak rojo que realza una cara ahora feliz, nosotros deambulamos por más dependencias de esta casa. En una especie de desván-armario está la colección de los últimos diseños de los escenarios en los que se han entregado los premios en épocas de sus antecesores José Luis Borau y Marisa Paredes. En todas partes, en todas las habitaciones hay este jueves de otoño alguien afanado en resolver cosas, citas, agendas, derechos o viajes ante mesas atestadas de papeles, que contrastan con la mesa impoluta de la presidenta. Cuando ésta llega, ocupa cualquier lugar, los besa a todos, y a todos les pregunta por algún suceso familiar o privado, y entra con ellos a sus sitios, a despachar con mucho orden, por lo que escuchamos desde la indiscreción de los umbrales de las distintas puertas por las que ella ha ido pasando. Le echan piropos: "Estás muy guapa". Hay mucho afecto aquí por ella, por lo que vemos, y también cierta saludable informalidad, que ella completa: "Estoy así porque ahora tengo fotos". Y cuando ya va a posar aparece con un hermoso traje oscuro que nosotros mismos le alabamos. "¿Qué? ¿Crees que no debía venir de oscuro?". No, está perfecto. Y ya ante el fotógrafo mira de lado cuando le decimos: "Vas a salir muy guapa". Responde: "No te confíes, soy muy poco fotogénica". Y luego hace una confesión que le aterra, siendo actriz: "Me molestan los focos". Y al fin ya vamos a hablar, después de tanto preparativo; llevábamos meses tratando de sentarnos con ella. Cuando le pedimos la entrevista acababa de declarar en algún sitio que tenía poco trabajo, y desde entonces, sin embargo, no ha parado. Ahora ha terminado una comedia de Manuel Gómez Pereira, Reinas, sobre el mundo homosexual, y cuando la vimos regresaba de hacer dos días con Montxo Armendáriz, rodando Obaba en Navarra. Durante toda la conversación pespunteó sus respuestas con confesiones sobre la inseguridad de su expresión o sobre la longitud de sus parlamentos. Y cuando hubo ocasión, no paró de reír, ella que siempre pareció en el cine tan adusta como la mujer que la dispuso para la fama, Pilar Miró. Y es que ahora parece haber encontrado por fin directores que, en el cine o en el teatro, la llamen para reír.

La sinopsis de su papel en 'Reinas' parece una crónica de la realidad. "Helena es juez, y como tal debe oficiar las bodas de gays y lesbianas, entre las que se encuentra la de su hijo Hugo y su futuro yerno; pero tiene un problema, no se sabe si con los hombres en general o con los gays en particular. Y es que su marido la abandonó por una cabo primera y las bodas gays le parecen un circo…".

Eso es lo que se dice sobre mi papel, sí… Lo cierto es que en esa película al menos soy la primera persona que, como juez, ha oficiado una boda gay en este país, algo que pronto va a ser una realidad. Helena, en efecto, es una persona educada de manera conservadora; es culta, estricta, muy justa, dominada por la disciplina de su trabajo; una persona muy buena, pero en lo personal le fallan muchas cosas… Lo de la cabo primera es algo así como un chiste, pero lo cierto es que ella no confía en el matrimonio. Con respecto a su hijo, cree que su novio, que es un político joven y muy brillante, quiere apuntarse un tanto político con ese matrimonio… Eso es lo que ella no soporta: es muy sobria, no le gustan los espectáculos, y éste en concreto le da mucho miedo. Ella es consciente de que su hijo es una persona muy neurótica y muy débil emocionalmente, y ella quiere salvaguardarlo de la posible jugada que le quiere hacer el joven político. Independientemente de esa historia, lo que yo creo que le pasa a Helena es que, como muchas madres, ha vivido lejos de su hijo y quiere recuperar su cariño, y este momento que vive le da la oportunidad para intentarlo… Me he extendido mucho…

Ésa es la comedia, la ficción. ¿Cómo ha reaccionado usted ante los últimos acontecimientos relacionados con ese universo de los derechos ganados por los gays?

Siempre me ha preocupado el drama que vivían los gays y lesbianas de este país, lo que han podido sufrir por sentir y ser de una manera determinada… Que eso sea pecado, que eso sea perseguido: eso es lo que me ha horrorizado… Y ahora ha llegado esta solución, que a mí me parece muy bien. No es un crimen, no es una maldad, no le hace daño a nadie… Levanta y levantará polvaredas de indignación, pero representa un descanso para esas personas que han vivido a escondidas, recibiendo insultos.

¿Le parece a usted el avance civil más importante de los últimos años o vislumbra otros que hayan sido más trascendentes?

Es un avance importantísimo… La sociedad civil está proponiéndole retos al Gobierno; ese ponerse en primera línea por parte de la sociedad es ya en sí mismo un cambio muy importante. Y ahora el cine pone en el candelero otra reivindicación que ha de ser también estudiada con cuidado y determinación por el Gobierno: la apelación a la eutanasia, el derecho a morir dignamente.

Es curioso que el cine, en el caso de la película que usted acaba de terminar y en el de la película de Alejandro Amenábar, sitúe el foco social sobre dos asuntos de tanta trascendencia pública.

Asuntos que conmueven a la gente y que hacen recapacitar. Asuntos tremendos. Es buena noticia que el cine los agite como polémica pública.

Parece que nadie quería hablar de la eutanasia hasta que Amenábar hizo su película.

No se puede sufrir, no se puede sufrir. El dolor no se puede consentir, y más cuando se trata del dolor de una persona enferma, postrada, que no puede valerse por sí misma… ¿Quiénes son los demás, quién es el juez para decidir moralmente si se puede o no se puede? Es tan claro el asunto como que se puedan casar gays y lesbianas. A nadie se le obliga a casarse, sólo hay leyes para que se casen los que quieran casarse, y los que no se quieren casar, pues no se casan. No se va a matar a nadie porque no use la ley. En el caso de la eutanasia, no hay derecho a que se obligue a seguir a alguien que ha decidido no seguir con su dolor. ¿Quién es nadie para decidir por él? Me parece tan elemental… Y sin embargo, estamos a merced de los jueces, de los gobernantes, de los legisladores, de la Iglesia. Y ya que hablamos de cine: lo que el cine tiene que hacer es explicar la realidad. No hablo de documentales: la ficción puede ser también el espejo de la realidad. Nos sirve para que nos veamos, para que aprendamos, para explicarnos a nosotros mismos. Ha pasado esto con Mar adentro, y pasa lo mismo con Te doy mis ojos [Icíar Bollaín, 2003, sobre los malos tratos domésticos]. Asuntos que llegan, gracias al cine, a millones de personas y que actúan como un revulsivo de sus conciencias.

Y ha pasado con películas sobre la memoria de la Guerra Civil en las que usted ha participado…

Yo creo que de eso falta mucho… Siempre que sale el tema hay alguien que dice: jo, otra sobre la Guerra Civil. Y yo creo, en cambio, que nunca se ha explicado de verdad la guerra entre nosotros; de lo que la generó, de lo que supuso para las generaciones siguientes… Hubo aquella película de Basilio Martín Patino [Canciones para después de una guerra, 1970], pero en general ha habido muy poco…

'Silencio roto', de Armendáriz [2001], en la que usted estuvo…

Y que trata, en realidad, de lo que pasó luego, los maquis. Entra de un modo tangencial en la Guerra Civil.

¿Qué ha pasado para que se consolide ese silencio?

Me gustaría saber por qué, porque en la respuesta está la clave de todo.

La reciente polémica sobre el desfile militar en Madrid ha avivado la realidad de que ese debate no se ha acabado, porque no se ha hecho…

Ese debate se cerró en falso. La prueba está en que escalda cada cosa que surge sobre aquella guerra. No sé por qué somos tan olvidadizos. Nos gusta hablar muy poco de nosotros mismos en serio, y eso sucede en todos los órdenes de la vida. No hablamos de nuestros sentimientos, no hablamos de nosotros, no hablamos… No sé si es pudor… Todo se tiene que canalizar a través de la comedia, todo lo que es importante a la hora de discutirlo se trata casi siempre a través de la comedia. Es muy difícil hacer en España una película realista sobre los sentimientos… Es como si huyéramos.

Eso es lo que ha convertido en simbólica del franquismo una comedia como 'El verdugo', de Azcona y Berlanga.

Claro, todas esas películas maravillosas pasan gracias a la farsa, pasan a través de Valle-Inclán. Es el esperpento, no es el naturalismo. Éste no es un país naturalista, por eso nos cuesta tanto hacer cine realista. Por eso no se ha hablado de la Guerra Civil.

A lo mejor es que sobrevuela sobre la sociedad española una sombra de censura…

Es posible… Lo peor es la autocensura, eso está claro.

En su discurso como presidenta de la Academia hablaba usted de eso; hacía una defensa de la libertad de expresión y mostraba su rechazo absoluto a cualquier forma de censura. Que se diga eso a estas alturas del tiempo explica bastante ese vuelo de la autocensura.

Parece que lo que está dominando en nuestro mundo es el terror más absoluto, el miedo y la autocensura… Cuando se instala el miedo entre nosotros es que la sociedad está perdida, es lo peor que nos puede pasar: que no venga de fuera la censura, que te la impongas tú mismo.

¿Y qué tuvo que pasar para que, en un país como éste, usted tuviera que decir, en la entrega de los Goya, que deseaba un país "abierto de mente, plural de palabra, sin guerras, en paz"?

Era lo que estaba en la calle. Había un Gobierno que había apoyado una guerra mentirosa; ese Gobierno estimaba cualquier opinión contraria a la suya como un gesto peligroso. Cualquier opinión que no concordara con su pensamiento acerca del terrorismo era calificada como apoyo a terroristas… Es lo que había pasado con La pelota vasca, de Julio Medem, que se intentó prohibir, digámoslo claramente, y entonces me parecía importante decir lo que dije en mi discurso…

¿Cómo vivió usted aquella crisis?

Me siento orgullosa; hicimos lo que había que hacer… Había mucha gente allí transmitiéndome su acuerdo, y eso me hizo muy feliz. Y hubo otro aspecto que me dejó una huella horrorosa: se cebaron en mí de una forma indecente. Asumo la responsabilidad ante cualquier tipo de crítica, pero aquella persecución fue indecente. Yo no tenía ningún partido que me respaldara; los políticos pueden decirse las burradas que quieran, pues están representando a un partido. Pero yo era una persona particular que representaba a la Academia, y en un artículo editorial de un periódico muy influyente, el Abc, me enfrentaron a las víctimas del terrorismo, que es lo más tremendo, lo más delicado de este país, y a eso no hay derecho. Lo pasé muy mal… Hubo insultos en emisoras, ridiculizando, humillando a las personas, y eso es feo.

¿Tuvo miedo?

No.

¿Y miedo profesional, a que eso afectara a su carrera?

Se me pasó por la cabeza, pero lo pensé bien y me dije que no.

Tuvo usted dos encuentros que fueron muy publicitados: uno con el presidente Aznar y otro con la ministra Pilar del Castillo, con la cual sostuvo una polémica sobre "el pensamiento militarizado" (su expresión) y la libertad de expresión. ¿Qué pasó en el encuentro con Aznar?

Me gusta esa pregunta porque se han dicho cosas que son totalmente inciertas. Estábamos en la presentación del Proyecto Ibermedia, los premios que se daban a proyectos iberoamericanos. Iba a estar Aznar, y a mí me llamaron deprisa y corriendo porque estaba enferma Marisa Paredes [la presidente de la Academia en ese momento]… Entonces fui yo. Tuve a Aznar sentado a mi lado, cada uno hizo su discurso, nos saludamos y nos dimos las buenas noches. Eso fue todo. Y con respecto a Pilar del Castillo… Por cierto, hay que decir que el Premio Nacional de Cinematografía me lo otorgó ella. Y ese encuentro se produjo precisamente con ocasión de ese premio, y no fue un encontronazo, al contrario de lo que se ha publicado. Al terminar el acto, los periodistas se acercaron a Pilar del Castillo, y ésta parece que les dijo que en este país sí había libertad de expresión, en contra de lo que yo había dicho. Cuando los periodistas me lo contaron, yo seguí afirmando que en este país peligraba la libertad de expresión. Pero no hubo ningún encontronazo en ningún momento.

¿Cómo le parece que gestionó el Gobierno aquella crisis con el mundo del espectáculo?

Muy mal. Se notaba muchísimo que no le gustábamos nada. En aquel momento dijimos "no a la guerra" porque la guerra nos parecía un crimen, y nosotros estábamos en la vida y en la calle, y teníamos derecho a manifestarnos así… El Gobierno no lo recibió bien y magnificó la historia. Y quiero recordar una cosa, porque dijeron que habíamos politizado los premios: cuando unos años antes apareció el presidente José Luis Borau en el escenario con las manos pintadas de blanco, como protesta por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, no lo consideraron una politización…

Ustedes tienen muchos proyectos como Academia: tener mayor repercusión en el extranjero, apoyar a la industria en España, contar con otra sede para mejorar la imagen del cine desde aquí… Cuando hagan todo esto, ¿dejará de existir la palabra crisis para adjetivar el cine español?

Yo qué sé.

¿Cómo está ahora el cine?

Está mal. Delicado. Ha pasado dos años muy horrorosos. Ahora está un poco mejor.

¿Cuáles son las causas del horror?

No había dinero, no se recibía el fondo de protección al cine, la televisión no compraba…, y si la televisión no compra o no colabora en la producción de las películas, no hay posibilidad de hacer cine.

¿Y cómo andamos de calidad?

En eso es en lo que hay que insistir. Todos somos en el cine muy buenos, pero muy individualistas. En el cine y en el arte en general. Buenos pintores, buenos escritores, buenos toreros… Pero el equipo se nos da fatal. Y en el cine, el equipo es fundamental: hay muchos talentos, hay muy buenos profesionales, y de pronto la industria hace aguas… Francia es un lugar idóneo donde mirarse… Ahora el Gobierno dice que se va a interesar en el apoyo a la industria y que quiere poner en práctica la excepción cultural, algo imprescindible para que el cine pueda subsistir.

¿Cómo entiende usted la excepción cultural, que tantos detractores tiene?

En un mercado de libre competencia no se pueden equiparar los libros o las películas con los zapatos… La industria cultural es compleja, difícil, requiere imaginación, y también realismo. Las películas nos explican cómo somos. No son unos bienes de consumo más, son vulnerables a otras industrias cinematográficas más potentes y, por tanto, requieren una protección especial. Estoy radicalmente en contra de los que defienden en estas circunstancias la libre competencia de los productos culturales cuando las condiciones de esa competencia no son libres, ni equitativas, ni justas.

Además, el cine se enfrenta al éxito rápido y barato de productos culturales mucho más demandados ahora, como la telebasura…

O lo que es peor: en el cine español se hacen películas que están bien y que están una semana en el cine… Ése es un problema enorme. Tenemos un mercado que no es libre, sino que está cautivo de la industria cinematográfica norteamericana. No podemos competir con ella. Morimos. Estamos en inferioridad de condiciones; están copando las salas, nuestras películas no pueden tener siquiera la posibilidad de demostrar su calidad. No se puede hablar de libre competencia cuando, además, hay una enorme desproporción en los presupuestos, en la promoción, etcétera… Tenemos las salas de exhibición controladas por el sistema de venta de películas por lotes y por la presión que sobre los exhibidores ejercen las multinacionales. O tenemos esa protección para poder competir con nuestro cine, o estamos acabados. No hay ninguna posibilidad.

Hábleme de usted. Parece muy adusta en el cine. ¿Cómo se ve usted?

Eso lo tendrían que decir los espectadores… Lo que sucede con el cine es que, si te sale bien un papel, ya luego te piden habitualmente que actúes en el mismo registro. Tienes que tener mucha suerte para hallar a alguien que te pida algo distinto, para que no venga el famoso encasillamiento, que es lo que me ha pasado a mí. Me ven como una persona determinada porque ése es el papel que he repetido incansablemente a lo largo de los años. Una persona progresista, independiente, autosuficiente, un poco huraña, que no sonríe demasiado, que va por la vida sabiendo más o menos lo que quiere, fuerte, y que no sé si cae muy bien. Un poco es eso lo que deben de ver en mí. Y yo no me veo así. Pero es que tú despiertas cosas en los otros que uno no sabe hasta que te las dicen.

¿Ríe mucho más que en el cine?

Mucho más. Me gusta mucho reírme, me río mucho.

¿Y por qué los directores le ven con ese perfil adusto?

Eso empezó con Pilar Miró… Cuando yo empiezo, ella me dirige en Gary Cooper que estás en los cielos [1980]. El personaje pegó muy fuerte. Y todavía hay personas que se me aparecen emocionadas, ¡es muy fuerte!, hablando de Gary Cooper… y de ese personaje. La verdad es que ese personaje llegó en el momento oportuno, hablaba de un sentimiento que entonces dominaba… No hubiera querido repetir, pero cuando surgía un personaje parecido, los directores me llamaban a mí para que lo interpretara. Y eso se fue repitiendo a lo largo de los años. Claro, para hacer una comedia no pensaban en mí, porque en su retina estaba Gary Cooper… Así que durante años he dicho en las entrevistas que me iba a morir sin hacer una comedia, y ahora, de pronto, en los últimos tiempos me están llamando para hacer comedias, y no puedes imaginarte lo feliz que soy, porque estoy empezando a hacerlas y es como si empezara otra profesión.

Parecía que Pilar Miró la quería modelar para ser ella misma, desde 'Gary Cooper que estás en los cielos' hasta 'El pájaro de la felicidad' [1993].

Quizá la palabra no es modelar, porque no tenemos nada que ver; pero sí es cierto que el personaje era ella, estaba clarísimo. Lo escribió ella y quería que el personaje fuera de una determinada manera. No era como yo, pero le seguí el paso, y debió de parecerle bien porque me llamó en diversas ocasiones… Me decía, y ésta era una de sus frases preferidas: "¡No te rías, no te rías!", y luego bromeábamos con su insistencia. A ella le encantaba que la imitáramos sus amigos. La simbiosis que se hizo entre su personaje y yo fue tan grande que la gente vio entre nosotras más afinidades de las que había. Se inventaron que había entre nosotras una gran amistad, y no la había. Nos veíamos sólo en el trabajo, pero había un reconocimiento. No había más trato que el profesional, como siempre con Pilar. Era una persona muy compleja, la más compleja que he conocido en mi vida, con una gran capacidad de trabajo, de sacrificio, y de un esfuerzo brutal, con un carácter endiablado, que a veces podía ser un ángel. Era una combinación complicadísima de persona. Era una mujer que se llevaba mejor con los hombres que con las mujeres; a veces de difícil trato, a veces de trato maravilloso. Pasamos por situaciones fantásticas, de sintonía, de experiencias comunes -tuvimos los hijos en la misma época, en parecidas circunstancias, ambas solas-, pero pasamos también por auténticas broncas.

Una de ellas, cuando hicieron usted y Juanjo Puigcorbé, con ella, 'Amistades peligrosas' (1994) en el teatro…

Ah, sí, sí. Aquella fue una muy sonada bronca. Fue profesional, no hubo nada personal; no estábamos de acuerdo sobre la obra, pero ella era tan rígida, tan inexorable, que no daba jamás su brazo a torcer, y eso provocaba muy mal rollo. No lo pasamos bien, no fuimos felices en la obra, y estar encima de un escenario pasándolo mal me daba muy mal rollo. Cuando terminamos la temporada estábamos enfadadas, y no nos llegamos a ver de nuevo y se murió sin que nos reconciliáramos. Y eso pone de actualidad de nuevo Gary Cooper: era una mujer que va a sufrir una operación y antes de entrar en el quirófano quiere reconciliarse con todos, y eso es finalmente lo que nos pasó a nosotros, que no nos pudimos reconciliar. ¡Qué mala pata! Era una tontería lo que nos pasó, un desencuentro profesional sin importancia, y ella se muere sin que nos lo expliquemos. Y a mí eso me dio mal rollo.

¿Le marcó Pilar Miró?

¿Si me condicionó? Se empeñó en que fuera la actriz de Gary Cooper… "Tiene que ser ésta, ésta, ésta". Era así de contumaz. Y a lo mejor yo estoy en el cine gracias a Pilar. Ya había hecho dos películas, una de las cuales fue con ella, El crimen de Cuenca, que se estrenó luego. Estaba viviendo una época mala de mi vida personal, en Barcelona; trabajaba en doblajes. Entonces me llamó, me envió el guión, y ahí comienza la historia [Pilar Miró murió en 1997].

El otro momento importante de su vida profesional es su trabajo en Argentina.

Fui muy feliz haciendo Lugares comunes, con Adolfo Aristaráin [2002]. Pude trabajar con uno de los cineastas más importantes que existen. Si no fuera tan humano y tan pasota, sería uno de los grandes cineastas del mundo. En Argentina aprendí la naturalidad de los grandes, aprendí cómo se rueda en el cine, me encontré con los mejores: Alterio, con quien ya había trabajado en España, Luppi…

¿Ahora qué actriz es usted?

Una actriz mucho más relajada que hace años, y una actriz que juega más porque entiendo más mi trabajo.

Ha descubierto la comedia, la risa…

No es que las haya descubierto, es que he tenido la fortuna de que por fin me hayan llamado, y es un registro que tengo que empezar a trabajar. Ya lo hice con Inconscientes, de Joaquín Oristrell [2004]. Me llamó para hacer de la señora Mingarro…, qué personaje tan divertido. He descubierto que la comedia es lo más difícil del mundo, es más difícil hacer reír que llorar, pero me ha revitalizado la carrera…

¿Y en qué momento de la vida está?

Bien, el trabajo me gusta… Soy una persona muy autocrítica. Me gustaría tener más sentido del humor, ser más ingeniosa, tener ese don de hacer felices a los que están alrededor; tendría que ser más intrínsecamente alegre. Hay gente que nace con ese don. Me gustaría tener esa capacidad de ser feliz, de hacer felices a los otros; me gustaría tenerla.

Mercedes Sampietro, presidenta de la Academia de Cine.GUILLERMO PASCUAL