Columna

¿Está mejor que hace cuatro años? (y 2)

Dicen los analistas más comprometidos: en EE UU la lucha contra el terrorismo ha desplazado a un segundo plano otros importantes problemas sociales; pero el reloj sigue en marcha y la generación del baby boom (los nacidos en los años cincuenta) alcanzará pronto la edad de jubilación. Hasta ahora se pensaba que los primeros se jubilarían en 2011 y que hasta entonces no se alcanzaría de lleno el primer impacto, pero hoy en día la suposición es más realista y se calcula que empezará a afectar en 2008. Esto es, al final de la próxima legislatura americana.

La combinación de un gigant...

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Dicen los analistas más comprometidos: en EE UU la lucha contra el terrorismo ha desplazado a un segundo plano otros importantes problemas sociales; pero el reloj sigue en marcha y la generación del baby boom (los nacidos en los años cincuenta) alcanzará pronto la edad de jubilación. Hasta ahora se pensaba que los primeros se jubilarían en 2011 y que hasta entonces no se alcanzaría de lleno el primer impacto, pero hoy en día la suposición es más realista y se calcula que empezará a afectar en 2008. Esto es, al final de la próxima legislatura americana.

La combinación de un gigantesco déficit público (en 2004, 411.000 millones de dólares, equivalentes a la mitad del PIB español) y el creciente envejecimiento de la población hace que los programas electorales de Bush y Kerry -es decir, la manera de combatir esa combinación- adquieran mayor centralidad que nunca. Algunos de los datos del problema son los siguientes: en 2011, el sistema de salud de EE UU deberá acoger a 77 millones de nuevos pensionistas; hoy, la carga social de un jubilado es soportada por tres trabajadores en activo, pero en un par de décadas la equivalencia será de un jubilado por cada dos trabajadores; el gasto público en pensiones y salud supone ahora el 7% del PIB, pero en 2030 se elevará al 12%.

Hay que borrar esa visión izquierdista de que da lo mismo votar a Bush que a Kerry

Seguramente más que en otras ocasiones, las elecciones presidenciales representan dos visiones distintas de la realidad. Hay que borrar una vez más esa visión izquierdista de que son lo mismo y da lo mismo votar a Bush que a Kerry. Varios de los mayores críticos del sistema en el pasado han hecho suyo en esta ocasión el lema que recorre la vida cotidiana en EE UU: "¡Anything but Bush!" (¡Cualquier cosa menos Bush!).

Las propuestas que el demócrata y el republicano hacen para solucionar estos problemas son bastante distintas, y se centran en las pensiones y la sanidad (el gasto), y en el los impuestos (el ingreso). Kerry propone usar más dinero federal para la asistencia sanitaria (45 millones de ciudadanos no disponen de ningún tipo de sanidad pública, cinco millones más que con Clinton), utilizando al Gobierno para proporcionar una cobertura sanitaria universal (el gran fracaso de Hillary Clinton). Para ello quiere subir los impuestos de la clase alta: aquellos que ganan más de 200.000 dólares al año.

Bush quiere privatizar la Seguridad Social y trasladar al sector privado los costes de la sanidad, a través de unas cuentas financieras individuales, en las que los ciudadanos acumulan su ahorro para pagar la sanidad. El Estado deja de ejercer esta función. Al no necesitar imperiosamente tantos ingresos públicos, el republicano quiere hacer permanentes las tres rebajas de impuestos que aprobó en los últimos años, y que han beneficiado sobre todo el 1% de la población más rica.

El profesor de Derecho de la Universidad de Duke Jadediah Purdy, en un luminoso artículo publicado hace pocos días (La Vanguardia del 14 de octubre), recordaba que esto es lo más importante que está en juego para los ciudadanos de EE UU: si las bajadas de impuestos y el gasto de Bush siguen como están, es muy probable que el Gobierno federal sea incapaz de pagar el sistema de pensiones del país, la atención sanitaria a los ancianos, los préstamos para las matrículas de los estudiantes, etcétera. Bush y los neocons ha propuesto sustituir esos programas con las citadas cuentas de ahorro privadas, libres de impuestos o con tasas impositivas muy bajas. El resultado sería expulsar al Gobierno federal del ámbito de reducción de la desigualdad, trasladar de forma clara la carga impositiva de la riqueza al factor trabajo, e incrementar en gran medida la incertidumbre y el miedo que los ciudadanos corrientes experimentarían en relación a su vida cotidiana.

El corolario de Purdy es el siguiente: "El cambio alejaría de forma clara a Estados Unidos de la civilización del Estado de Bienestar del siglo XX noratlántico y llevaría al país hacia una sociedad ultraliberal que, cabe temer, sería como Brasil: dividida, desigual y asustada".

Éste es el tamaño del envite de lo que se juega.

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