Tribuna:EL FUTURO DE ORIENTE PRÓXIMO

¿Es posible la democracia en el mundo árabe?

Irak está cayendo con rapidez en un caos sangriento, lo que hace que las perspectivas de celebrar con éxito elecciones democráticas en enero, tal y como han prometido EE UU y el Gobierno provisional iraquí, sean bastante lúgubres. Algunos escépticos van más allá y sostienen que el desastre de Irak demuestra que las perspectivas de la democracia en todo el mundo árabe son sombrías. ¿Tienen razón? La mitad de los países del mundo son democracias, pero ninguno de los 22 países árabes se encuentra entre ellas. El Informe sobre el Desarrollo Humano Árabe de Naciones Unidas hace una crítica manifies...

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Irak está cayendo con rapidez en un caos sangriento, lo que hace que las perspectivas de celebrar con éxito elecciones democráticas en enero, tal y como han prometido EE UU y el Gobierno provisional iraquí, sean bastante lúgubres. Algunos escépticos van más allá y sostienen que el desastre de Irak demuestra que las perspectivas de la democracia en todo el mundo árabe son sombrías. ¿Tienen razón? La mitad de los países del mundo son democracias, pero ninguno de los 22 países árabes se encuentra entre ellas. El Informe sobre el Desarrollo Humano Árabe de Naciones Unidas hace una crítica manifiesta al progreso social y económico de la región. El crecimiento económico ha sido lento, aproximadamente la mitad de las mujeres son analfabetas y la región no está bien integrada en la economía mundial. De hecho, con una población de más de 300 millones, los países árabes exportan menos al mundo -excepción hecha del petróleo y el gas natural- que Finlandia.

En las tablas demográficas del mundo árabe se avecina un enorme "incremento en la curva de jóvenes", dado que el 45% de la población tiene actualmente menos de 14 años y la población en conjunto se duplicará en el próximo cuarto de siglo. Pero la región no ofrece suficientes oportunidades a los jóvenes de encontrar un trabajo significativo. El desempleo ronda el 20%. Al mismo tiempo, Oriente Próximo rebosa de medios de comunicación modernos, muchos de ellos con un sesgo contrario a Occidente. Durante la guerra fría, el enfoque que utilizó Estados Unidos con Oriente Próximo fue el de propiciar la estabilidad para impedir la propagación de la influencia soviética, garantizar el suministro de petróleo y proporcionar seguridad a Israel. La estrategia estadounidense fue la de gestionar a través de dirigentes autocráticos y la de "mejor no meneallo".

Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, la Administración de Bush lanzó una nueva y ambiciosa política para fomentar una transformación democrática en Oriente Próximo. El derrocamiento de Sadam Husein se contemplaba sólo como un primer paso. En agosto de 2003, la asesora de Seguridad Nacional, Condoleeza Rice, sostenía que "al igual que la Alemania demócrata se convirtió en eje de una nueva Europa que hoy está unida, libre y en paz, un Irak transformado puede convertirse en un elemento clave de un Oriente Próximo muy distinto en el que no florezcan las ideologías del odio". Alemania y Japón fueron, ciertamente, historias triunfantes de posguerra. Pero las dos eran sociedades relativamente homogéneas, con clases medias significativas y sin una resistencia organizada contra la ocupación estadounidense. Aun así, ambas transiciones necesitaron casi una década. Además, el hecho de que Irak tenga petróleo es un arma de doble filo, porque pocas economías basadas en el petróleo han demostrado ser hospitalarias con la democracia liberal.

Por otra parte, las diferencias culturales entre Estados Unidos y Alemania no eran tan grandes como las existentes entre Estados Unidos y Oriente Próximo. Naturalmente, las barreras culturales no son insuperables: la democracia ha arraigado en Japón, Corea del Sur y en otros países musulmanes, como Turquía, Indonesia y Bangladesh. Pero los horizontes temporales requeridos para una trasformación intrínseca se miden en décadas, no en años. Al fin y al cabo, la democracia es algo más que el simple hecho de votar. Dado que los regímenes autocráticos de Oriente Próximo destruyeron sus oposiciones liberales, los islamistas radicales representan en muchos países la única fuerza disidente, que se alimenta del resentimiento generalizado contra los regímenes corruptos, de la oposición a la política estadounidense y del temor popular a la modernización y la globalización.

Al mismo tiempo, la economía global y la modernización pueden prometer también una mejora de la educación, un aumento del empleo y las oportunidades y una optimización de la atención sanitaria, y las encuestas de opinión indican que la mayoría de la población de esta región desea estas ventajas. Dada la ambivalencia de los árabes moderados, hay una posibilidad de aislar a los extremistas y construir gradualmente políticas estables con una participación más amplia. Para conseguirlo serán necesarias políticas que abran las economías, reduzcan los controles burocráticos, aceleren el crecimiento económico, mejoren los sistemas educativos y fomenten el tipo de cambio político gradual que ahora puede verse en pequeños países como Bahrain, Omán, Jordania, Kuwait y Marruecos. Japón y Corea demostraron que la democracia se puede combinar con los valores autóctonos de Asia. También el mundo árabe puede producir intelectuales, grupos sociales y finalmente países con economías y sociedades liberales que sean coherentes con las culturas locales. Pero para esto hará falta tiempo y paciencia, y tendrá que ir acompañado de cambios políticos en Irak, Palestina-Israel y la economía de la región.

Igualmente importante será que los países occidentales cooperen para crear una estrategia a largo plazo de intercambios culturales y educativos que puedan contribuir a desarrollar una sociedad civil más rica y más abierta en los países de Oriente Próximo. Los defensores más eficaces del cambio democrático no son los altos cargos estadounidenses o europeos, sino los ciudadanos de la región que entienden las virtudes de Occidente, así como sus defectos, y pueden adaptarlos a las condiciones autóctonas para presionar a favor del cambio social. Las corporaciones, fundaciones, universidades y otras organizaciones sin afán de lucro pueden promocionar buena parte de este trabajo. Las empresas y fundaciones pueden ofrecer tecnología para contribuir a modernizar los sistemas educativos árabes y hacerlos avanzar más allá del aprendizaje de memoria. Las universidades occidentales pueden albergar un mayor número de estudiantes y de profesorado. Otras organizaciones pueden apoyar a instituciones concretas en países árabes o programas que realcen la profesionalidad de los periodistas. Pero también los gobiernos tienen que desempeñar un importante papel. Al apoyar la enseñanza de lenguas extranjeras y financiar los intercambios de estudiantes pueden ayudar a la gente de la región a alcanzar sus objetivos tal y como se detalla en el Informe sobre el Desarrollo Humano Árabe. Son muchas las vías que pueden conducir a una estrategia a largo plazo que favorezca las condiciones de estabilidad y una participación política más amplia en el mundo árabe. Éste es el objetivo declarado de Estados Unidos. Pero para conseguirlo hace falta una política estadounidense que guarde coherencia con el planteamiento más amplio que la transformación democrática exige.

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