Columna

La muerte

La estupenda película de Amenábar ha reavivado el interés por la eutanasia. Cuando todavía vivía Sampedro ya escribí en apoyo de sus reivindicaciones, que me parecían y me parecen de una sensatez y una pureza moral fuera de toda duda. Sin duda hay que legalizar la eutanasia con garantías y rigor para evitar que se convierta en un matadero, pero el debate sobre esas garantías, que es el verdaderamente necesario, aún no ha comenzado, porque el tema despierta todo tipo de terrores y tabúes. En una sociedad en la que ni siquiera somos capaces de hablar claramente de la muerte, ¿cómo vamos a afront...

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La estupenda película de Amenábar ha reavivado el interés por la eutanasia. Cuando todavía vivía Sampedro ya escribí en apoyo de sus reivindicaciones, que me parecían y me parecen de una sensatez y una pureza moral fuera de toda duda. Sin duda hay que legalizar la eutanasia con garantías y rigor para evitar que se convierta en un matadero, pero el debate sobre esas garantías, que es el verdaderamente necesario, aún no ha comenzado, porque el tema despierta todo tipo de terrores y tabúes. En una sociedad en la que ni siquiera somos capaces de hablar claramente de la muerte, ¿cómo vamos a afrontar con serenidad la idea del fin voluntario?

El Comité de Médicos Europeos acaba de publicar un documento oponiéndose a la eutanasia incluso en el caso de que "sea legal o esté despenalizada". Para justificarse, los del Comité se llenan la boca hablando de ética. A mí, en cambio, me parece no sólo poco ético, sino verdaderamente despiadado e inconcebible que un enfermo terminal, en pleno uso de razón, tenga que soportar contra su voluntad una horrenda, deteriorante y angustiosa agonía, porque su médico no quiera buscarse complicaciones morales o más bien mentales: sin duda les es mucho más cómodo negarse.

La Organización Mundial de la Salud ha sacado un informe en el que denuncia que, en Europa, los enfermos terminales sufren de forma innecesaria porque no se les proporcionan los cuidados más elementales. Cuando se hizo el estudio, más del 25% de los enfermos terminales de cáncer de los hospitales llevaban 24 horas sin tomar un calmante. Y, cuanto más viejo es el paciente, menos se le ayuda. Una persona de 85 años recibe un 20% menos de atenciones que una de sesenta. Visualicen por un momento este tremendo y silencioso horror: todos esos ancianos agonizando en el sufrimiento y el abandono, en un dolor inútil que podría evitarse con un analgésico. Pero esta pesadilla y este abuso no parece herir el extraño sentido ético del Comité de Médicos. Y es que hay muchos doctores que no quieren saber nada del difícil umbral de la agonía y que se desentienden de sus pacientes terminales. Supongo que la evidencia del triunfo de la muerte les impide seguir sintiéndose grandes brujos sanadores y prepotentes dioses.

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