Columna

Los disgregadores

De los muchos 11 de septiembre que nuestra retina sentimental empieza a acumular, abrumada de tanta carga histórica, el nuestro, el más lejano en lo temporal y más cercano en lo simbólico, es el que consigue las dosis más altas de retórica inútil. Retórica a ambos lados del puente aéreo, que si en casa tenemos vocacionales de la palabra gruesa, en el otro lado los hay profesionales. En estos días previos a la Diada, mientras el mundo hervía por los costados y la Torres Gemelas se convertían en un presente de escuelas rotas y niños asesinados, aquí intentábamos poner orden a nuestro caos mental...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

De los muchos 11 de septiembre que nuestra retina sentimental empieza a acumular, abrumada de tanta carga histórica, el nuestro, el más lejano en lo temporal y más cercano en lo simbólico, es el que consigue las dosis más altas de retórica inútil. Retórica a ambos lados del puente aéreo, que si en casa tenemos vocacionales de la palabra gruesa, en el otro lado los hay profesionales. En estos días previos a la Diada, mientras el mundo hervía por los costados y la Torres Gemelas se convertían en un presente de escuelas rotas y niños asesinados, aquí intentábamos poner orden a nuestro caos mental colectivo. ¿Haremos ofrenda a Rafael o no la haremos? ¿Seremos o no seremos? Y las noticias nos traían alguna sonrisa en forma de posible juicio a Pinochet, y otro 11 de septiembre, chileno y doliente, querida Amanda, nos retornaba con alguna esperanza. Pero el mundo mundial queda lejos de la plaza de Sant Jaume, especialmente cuando el horizonte lejano que dibujamos está bajo de calorías. Así hemos asistido al lindo espectáculo de gozar de un espléndido Gobierno nuevo nuevito, con discurso viejo viejito. Tengo que decir, con dolor de ingle, que desde que tenemos una nueva etapa en Cataluña y nuestras esperanzas de cambio se han alzado con la copa del triunfo, el discurso nacional no se ha enterado, y palpita con la misma vejez jurásica con la que se había arrastrado desde hace tiempo. Primero fue el debate sobe la Feria de Abril. Es decir, en plena sociedad multicultural, multiétnica y pluriempleada, aquí nos preocupa el sexo de los ángeles andaluces. Después fueron varios debates menores, que si el himno, que las banderas, y culminamos, cual carrera hacia el agujero, en el gran debate sobre la Diada. Es decir, culminamos en la nada. ¿Puede alguien decirme de qué sirven estos debates inútiles, antiguos y nutridos de una estética espesa?

Algunas reflexiones a vuelo de pájaro. Todos los países tienen sus días simbólicos. Los países a medio resolver sobrecargan esos símbolos y, a veces, abusan de ellos. Todo el mundo, en Cataluña, hace victimismo con los símbolos, hasta el punto de que el PP es el que más milita en la ofrenda patria, por la vía de hacerse el ofendido. Y eso que es el partido heredero de los que nos fastidiaron el invento... El debate sobre la nueva Cataluña no puede basarse en lo simbólico ni en lo histórico, aunque respete y mime esos aspectos. Generalmente detrás de un debate retórico lo que hay es, lisa y llanamente, una falta grave de ideas. Ergo, ¿podremos conseguir algún día, en un futuro cercano, que nuestro día simbólico por excelencia sea la puerta de entrada de una reflexión sobre la Cataluña real, y no el cementerio donde yacen plácidamente las Cataluñas míticas del pasado? Porque, con dolor del alma, me veo en la necesidad de decir que el debate nacional de los actuales líderes políticos es una mímesis de que durante 20 años convergió en la Cataluña políticamente correcta. De momento, mi querido Pasqual, no hemos subido el listón del pensamiento.

Pero, como éramos pocos y le pasó lo que le pasó a la burra, ahí está nuestro daliniano Rodríguez Ibarra alegrándonos las fiestas con su bárbaro verbo. Aviso que saco el paraguas, porque siempre que reflexiono sobre Ibarra, me cae algún sopapo en forma de ataque ad hominem (debe ser ad mulierem), pero asumiendo el riesgo, repetiré lo dicho mucho y por muchos: Rodríguez Ibarra es un disgregador, uno de esos personajes que no tienen ningún empacho en jugar con la convivencia, en pasarse la tolerancia por el forro y en convertirse en paladín de una España antipática, agresiva y excluyente. Es lo más parecido que tiene el PSOE a Álvarez Cascos, como Alberto Ruiz Gallardón debe de ser lo más parecido que tiene el PP a López Garrido. Desde mi punto de vista, lo peor es la apropiación que hacen estos ultranacionalistas españoles del concepto de España, como si la suya fuera la única posible y tolerable. No deja de ser bastante cómico que un disgregador le arrebate a Maragall el concepto de España, él que siempre ha sido un reformador federalista. Rodríguez Ibarra no es sólo un hombre de convicciones y pasiones, como ha asegurado Zapatero con su mejor sonrisa Profiden. Es un hombre que juega con material sensible y lo destroza en beneficio de cuatro votos y un poco de protagonismo. Su discurso puede que raye lo cómico (en expresión feliz de Montilla), pero raya lo cómico desde la dramaturgia de la intolerancia, lo cual ya no es tan cómico.

Por un lado, pocas ideas, muchos lugares comunes y un país, Cataluña, que no consigue saber adónde va, atrapado aún en saber quién es. Puede que en la gestión este Gobierno nos dé grandes alegrías (¡Montserrat Tura al poder!), pero en ideología aún estamos dormitando en el limbo del pasado. Por otro, los disgregadores alzando la voz, copando micrófonos, recordándonos que, si en Cataluña tenemos déficit de pensamiento moderno, en las Españas los hay situados en el Cantar de Mío Cid. En fin. Vayamos a la ofrenda, que las liturgias son para cuidarlas. Paseemos el cuerpo moreno por el Parlament, besemos a los niños, icemos la senyera y, cuando el ritual esté completo, recordemos que todo esto no es sustancial, que la Cataluña real no nos la jugamos el día Onze de Setembre. Nos la jugamos, a la ruleta, el día 12.

Pilar Rahola, es escritora y periodista.

www.pilarrahola.com

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En