78.000 ancianos viven solos en Barcelona y la ayuda llega a 6.500

La sensación de desamparo es en agosto más fuerte que nunca

Más solos que nunca. Así pasan el mes de agosto los 78.000 ancianos de Barcelona que viven sin nadie que les haga compañía. Las vacaciones y el cierre de la mayor parte de tiendas de proximidad hacen que la demanda de servicios como los que ofrece la ONG Amics de la Gent Gran se multiplique en verano. Es que de los 326.000 ancianos barceloneses, 78.000 viven solos y apenas 6.500 disponen de algún servicio público de ayuda domiciliaria.

Lejos de la Barcelona turística, el tramo final de la calle de Rosselló es un páramo en la tarde del pasado miércoles. Tiendas cerradas, bares con las pe...

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Más solos que nunca. Así pasan el mes de agosto los 78.000 ancianos de Barcelona que viven sin nadie que les haga compañía. Las vacaciones y el cierre de la mayor parte de tiendas de proximidad hacen que la demanda de servicios como los que ofrece la ONG Amics de la Gent Gran se multiplique en verano. Es que de los 326.000 ancianos barceloneses, 78.000 viven solos y apenas 6.500 disponen de algún servicio público de ayuda domiciliaria.

Lejos de la Barcelona turística, el tramo final de la calle de Rosselló es un páramo en la tarde del pasado miércoles. Tiendas cerradas, bares con las persianas bajadas y aceras sin un alma. Ni la panadería de la esquina parece haber horneado pan en las últimas semanas. Es agosto, el barrio está cerrado por vacaciones y, con ellas, desaparecidos sus vecinos.

Quien permanece allí es Teresa Andrés, de 86 años, viuda y sin hijos que, un verano más, hace frente como puede a su soledad: "Me acostumbro a ser vieja y a no encontrarme bien, pero no a la soledad (...) la soledad, esto es lo que me mata". Efectivamente, Teresa se encuentra sola, pero, sola, lo que se dice sola, no está: 78.000 ancianos residen en hogares unipersonales en la capital catalana, según la asociación Amics de la Gent Gran. Como Teresa, estos ancianos viven sin compañía en una ciudad que no alcanza a darles los servicios que muchos de ellos necesitarían.

El pasado verano la situación de estas personas llenó portadas en toda Europa por los estragos de una ola de calor que sólo en España propició entre 6.100 y 12.900 muertes, dependiendo de cuál sea la fuente consultada. Pero este año, sin ola de calor, Teresa tampoco está bien. Hablando con un pequeño ventilador situado estratégicamente entre el televisor y el sofá, no deja de lamentarse de su situación: "Me encuentro mal, no sé si es una epidemia, pero me duele el vientre y en el CAP me dicen que no es nada. Tampoco salgo a la calle, bueno, casi nunca, sólo el día que vienen mis sobrinas o María". María, que para ella es "una bendición de Dios", es la voluntaria que le asignó a Teresa la asociación Amics de la Gent Gran, que atiende a unos 180 ancianos en el conjunto de Barcelona.

Encerrados en casa

El miércoles es día de fiesta en la casa de Teresa. A falta de otras alegrías, es el día que María visita a Teresa desde hace un año y medio. Pasan la tarde juntas. Hablan, salen a pasear y toman algo en la terraza de la esquina. Nada del otro mundo, pero todo muy saludable para una Teresa que, sin estar incapacitada, acusa el paso de los años. "Ando y hasta cocino, pero hay días que no sé ni qué he comido; me falla la memoria, me temo que algún día haré algún disparate en la cocina", dice esta mujer, quien considera que "debería estar en una residencia y no aquí sola".

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En verano las cosas empeoran. Eva Calero, psicóloga de Amics de la Gent Gran, cree que el de Teresa es un caso típico y muy frecuente en las grandes ciudades. Explica que los mayores que viven solos ven el verano como un problema añadido: "Tenemos muchos casos de personas que se sienten absolutamente perdidas en agosto, pues el pequeño mundo por el que se mueven habitualmente se les viene abajo cuando les cierran la tienda de toda la vida, la farmacia y en el CAP les ponen un médico de cabecera sustituto". "Muchos están acostumbrados a comprar en la pequeña tienda de la esquina, en la que alguien les sube la compra hasta su casa; ¿quién les hará esto en agosto?", se pregunta Calero.

La voluntaria María de Castro intenta paliar esta situación, aunque conoce sus limitaciones. "De hecho, lo único que hago con Teresa es venir a visitarla; no soy su asistenta". María se puso en contacto con Amics de la Gent Gran porque tenía algunas tardes libres y quería aprovechar este tiempo con "algo útil". "Antes tenía miedo a la vejez, y conocer a Teresa y su forma de vivir me ha enseñado mucho", asegura esta voluntaria que lamenta no tener más tiempo para dedicar a esta labor. Amics de la Gent Gran trabaja coordinadamente con los servicios sociales municipales, cuyos técnicos ponen en contacto a las personas mayores más necesitadas de compañía con la asociación.

Amics de la Gent Gran necesitaría más personas como María. "Siempre nos faltan voluntarios", dice Calero, quien explica que, además de acompañantes, les faltan personas que lleven a los ancianos a las colonias que organizan cada septiembre y que puedan conducir las furgonetas de la asociación que transportan a los ancianos al médico o a otras gestiones.

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