Crítica:

Weyler: hoja de servicios

El general Weyler fue una figura excepcional en la historia política y militar española. Hombre de firmes convicciones liberales, defendió siempre, en las ideas y en la práctica, la idea de que el instrumento militar debía obedecer al gobierno legítimamente establecido. Por eso en 1897-1898 desoyó, aunque por poco, las sirenas que le llamaban a la insubordinación, cuando regresa de Cuba convertido en héroe del chovinismo hispano, asume luego en 1920, ya octogenario, el mando militar en Cataluña, sustituyendo a un Miláns del Bosch casi golpista, y por fin participa cinco años después en una con...

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El general Weyler fue una figura excepcional en la historia política y militar española. Hombre de firmes convicciones liberales, defendió siempre, en las ideas y en la práctica, la idea de que el instrumento militar debía obedecer al gobierno legítimamente establecido. Por eso en 1897-1898 desoyó, aunque por poco, las sirenas que le llamaban a la insubordinación, cuando regresa de Cuba convertido en héroe del chovinismo hispano, asume luego en 1920, ya octogenario, el mando militar en Cataluña, sustituyendo a un Miláns del Bosch casi golpista, y por fin participa cinco años después en una conspiración para acabar con la dictadura de Primo de Rivera. En la política mallorquina, su grupo de liberales fue el único que escapó a la contaminación general inducida por Juan March. Tan noble personaje en España se convierte en un monstruo de la represión para los cubanos, por la extrema dureza de las medidas adoptadas durante su mando en 1896-1897, y en especial por la reconcentración de campesinos que causó decenas de miles de muertos. Es la paradoja forzada por la infamia de las guerras coloniales, que luego habían de experimentar, de forma aún más aguda, muchos militares franceses, con ocasión de la guerra de Argelia.

MEMORIAS DE UN GENERAL

Valeriano Weyler

Prólogo de Carlos Seco Serrano

Destino. Barcelona, 2004

353 páginas. 20 euros

Estas memorias fueron dictadas por el viejo general a su hijo Fernando, poco antes de morir en 1930, y cubren por desgracia sólo el periodo anterior a 1898. Resulta claro que Weyler está sobre todo interesado en iluminar este último periodo de su vida, al que ya dedicó a principios del pasado siglo cinco voluminosos tomos bajo el título de Mi mando en Cuba. La explicación sistemática de este último periodo crucial se encuentra precedida por relatos acerca de su anterior participación en las sucesivas contiendas coloniales de España (Santo Domingo, Cuba en la guerra de los diez años, Filipinas) y en la guerra carlista. Es como si Weyler pretendiese ilustrar con sus recuerdos una brillante hoja de servicios. Hay datos interesantes, prueba de su entrega y de su valor en el campo de batalla, pero también la muestra de que Weyler carecía en el plano colonial de otra perspectiva estratégica que la de la lucha a ultranza, sin gota alguna de acción política. De ahí que este liberal se enfrente con el partido liberal, y con los corresponsales de la prensa amarilla estadounidense, y también con los partidarios de buscar una solución política a la guerra de independencia cubana. Y que en Filipinas alabe la frailocracia que domina el archipiélago. Pasa en consecuencia sobre ascuas al llegar a episodios escabrosos, tales como su mando de los voluntarios de Valmaseda en la primera guerra cubana, o su política represiva en la segunda. Aquí sobre su intervención política, vacío total. Toda una indicación acerca de los límites de una mentalidad.

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