Crítica:POR MENOS DE 15 EUROS

Espíritu Camper y comida ecológica

Se mire por donde se mire no se parece a nada conocido. Se trata de una propuesta nutritiva a la vez que de un concepto. Una fórmula que lanza un mensaje de concienciación respecto al planeta Tierra, que se basa en servir comida sana y equilibrada a precios razonables, bocados de diseño en armonía con la naturaleza. Bajo el impulso de zapatos Camper, propietaria de este establecimiento, su ideólogo y creador, Guillem Ferrer, diseñador de la prestigiosa casa mallorquina, realiza una clara apuesta a favor de un mundo más lógico, más coherente y menos contaminado. No es un local vegetariano porqu...

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Se mire por donde se mire no se parece a nada conocido. Se trata de una propuesta nutritiva a la vez que de un concepto. Una fórmula que lanza un mensaje de concienciación respecto al planeta Tierra, que se basa en servir comida sana y equilibrada a precios razonables, bocados de diseño en armonía con la naturaleza. Bajo el impulso de zapatos Camper, propietaria de este establecimiento, su ideólogo y creador, Guillem Ferrer, diseñador de la prestigiosa casa mallorquina, realiza una clara apuesta a favor de un mundo más lógico, más coherente y menos contaminado. No es un local vegetariano porque algunos de sus bocaditos contienen carne. Se come exclusivamente a base de bolas de arroz rellenas de condimentos variopintos: setas, anchoas, judías blancas, algas, garbanzos y hasta trocitos de pollo de payés asado. Nada más; sólo bolas, de ahí su nombre, Foodball (bola de comida). Pelotas de arroz integral, cuyo sabor es bastante bueno. Algo así como un shusi en forma esférica.

FOODBALL

Elisabets, 9. Barcelona. No cierra.

Teléfono 932 70 13 63.

Sobre su barra, bolas de algas y tofu; de arroz con garbanzos; de vegetales; de anchoas y alcachofas; con pollo, y hasta de remolacha. En total, ocho especialidades a las que se suman los postres, dos bolas dulces de dátiles y de algarrobas (el falso chocolate). Bocaditos esféricos que se aderezan con salsas (miso, soja y jengibre, curry y coco), y se acompañan de sopa de verduras, frutas, galletas de Inca, leche de cereales, té, café (de escasa, calidad pero de comercio justo), así como de cerveza.

Foodball se describe mejor recurriendo a las negaciones. No hay cubiertos (se come con las manos); no hay sillas ni mesas (los clientes se acomodan en gradas escalonadas), y no hay vino. Para beber, agua biológicamente pura, libre de metales pesados. En suma, comida sencilla carente de pesticidas, de abonos de síntesis y de manipulaciones genéticas. Al menos eso es lo que afirman sus promotores. Al local, montado con criterios de bioconstrucción, se entra a pie, en bicicleta o patines. El cliente hace el pedido en la barra y la comida se entrega sobre un material biodegradable. Las bolitas llenan enseguida, así que no merece la pena comer con la vista. Lo mejor es elegir alguno de los menús con zumos y frutas. Por mucho que se ingiera nunca se sobrepasan los 15 euros. Mientras tanto, se contemplan en vídeo escenas de la madre naturaleza y una música relajante inunda el ambiente.

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