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El cine es republicano

Estaba Almodóvar presentando en Ocho y medio, y en olor de multitud, el guión de La mala educación, película con la que iba a inaugurar días después el Festival de Cannes, cuando un espectador impertinente le dejó perplejo ante la pregunta de si había sido invitado a la boda del siglo. No, no había sido invitado a los santos oficios de la Almudena. Ni él, ni a lo que parece ningún otro representante del cine. La Monarquía pasó de cineastas, a excepción, quizá falte alguno, de Cine de barrio y su flamante Carmen Sevilla, quien por cierto está preparando un programa sobre la actriz...

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Estaba Almodóvar presentando en Ocho y medio, y en olor de multitud, el guión de La mala educación, película con la que iba a inaugurar días después el Festival de Cannes, cuando un espectador impertinente le dejó perplejo ante la pregunta de si había sido invitado a la boda del siglo. No, no había sido invitado a los santos oficios de la Almudena. Ni él, ni a lo que parece ningún otro representante del cine. La Monarquía pasó de cineastas, a excepción, quizá falte alguno, de Cine de barrio y su flamante Carmen Sevilla, quien por cierto está preparando un programa sobre la actriz Mercedes Vecino, otrora vamp del cine español, pero especialmente conocida por su interpretación de una ordinaria Isabel II en ¿Dónde vas, Alfonso XII? Habrá que verlo.

Ni Almodóvar, ni la heroicamente repetidora presidenta de la Academia, Mercedes Sampietro, ni el megapremiado europeo Carlos Saura, ni Emma Penella, a la que un nuevo festival madrileño ha rendido esta semana un merecido homenaje, ni Verónica Forqué, a la que va a premiar otro festival de cine independiente, ni Antonio Isasi o Jesús Franco, quienes acaban de publicar sus entretenidos libros de memorias... Es decir, el cine español tuvo tratamiento de republicano. Será que a las monarquías no les acaban de gustar las películas españolas, en lo que coincidirían con el gusto de la mayoría de los espectadores. Dígase lo que se diga en la promoción de las películas, el común de las gentes no parece tener prisa por ver el cine español; suele esperar tranquilamente a verlo en sus teles o en los deuvedés de los periódicos.

Almodóvar triunfó en Cannes, y ahora está compitiendo en las taquillas parisienses con Troya y otras películas de similar tronío. Pero ya se sabe, Almodóvar no es norma. En el Festival de Cannes nos dijeron que no había habido otras películas españolas además de la suya porque tienden a ser muy clásicas, eufemismo de antiguas. Lo cierto es que en lo que se refiere a Cannes este año, el comentario no parece justo. Allí figuraron con todos los honores películas viejas como el tiempo -la de los Coen, por ejemplo, o la de clausura, De lovely, sobre la vida de Cole Porter-. En cualquier caso, algo le pasa desde hace tiempo a Cannes respecto al cine español. Como a la boda.

El Gobierno, mira por donde, parece apostar en sentido opuesto. La ministra del ramo ha anunciado esta semana un mejor marco fiscal para la producción cinematográfica y un aumento en el fondo de ayudas, con lo que ya se han desatado las iras de algunos columnistas ("el Gobierno regala al cine nuevas ayudas", titulaba uno). Ahora que por fin nos hemos casado, que ya somos felices, que hay nombramientos de nuevos cargos para todos los gustos, que vamos a poner en posición de firme a las multinacionales, a los piratas de medio mundo, y hasta a la vieja Europa con sus impuestos obsoletos, habría que preguntarse qué pasa entre el público español y sus películas, Cine de barrio aparte. ¿Serán tan antiguas como dicen los del comité de Cannes? Que, por cierto, tampoco han aceptado este año los nuevos títulos de Mike Leigh y de Wim Wenders. No se sabe si por malas, si por clásicas, antiguas o quizá republicanas.

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