FONDO DE OJO

El botánico

El siglo XIX impulsó el conocimiento de la naturaleza, pero a la vez que promovió exploradores y aventureros decidió acercar para los menos arriesgados o con menores posibilidades económicas un muestrario de la misma a sus pies, potenciando los parques zoológicos que existían desde la antigüedad.

Ahora, la sociedad bienpensante ha sido obligada por todos los ecologismos y las etologías a tomar conciencia de los derechos de los animales, lo cual ha dado como resultado la crítica a los parques zoológicos, por lo que significan de condena para sus habitantes al desvincularlos de su entorno...

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El siglo XIX impulsó el conocimiento de la naturaleza, pero a la vez que promovió exploradores y aventureros decidió acercar para los menos arriesgados o con menores posibilidades económicas un muestrario de la misma a sus pies, potenciando los parques zoológicos que existían desde la antigüedad.

Ahora, la sociedad bienpensante ha sido obligada por todos los ecologismos y las etologías a tomar conciencia de los derechos de los animales, lo cual ha dado como resultado la crítica a los parques zoológicos, por lo que significan de condena para sus habitantes al desvincularlos de su entorno y compañía, condenándolos a vivir en un foso lejano a la naturaleza que los vio nacer.

A la vez que al zoológico habilitó a su amigo natural, que es el parque botánico, en el se reúnen todas las virtudes que para el estudioso tuvieron los zoos, unido a que su geografía destila un silencio que enmudece a las fieras, y con el impagable añadido de que las plantas se encuentran cómodamente instaladas -entre las de su familia, si los directores del parque tienen frescos los conocimientos que al respecto debieron adquirir en sus lugares de formación- y alimentadas, por lo que no hay ecologista capaz de amargarnos el paseo que entre ellas desarrollamos con malévolos apuntes sobre la desgracia de haber nacido Phoenix dactylifera y residir en l'Hort de Tramoieres en vez de en un exótico oasis tunecino.

De entre estos parques mantiene una singular virtud -pese a algunos intentos de desestabilización ocurridos en los últimos años- el de Valencia, que nacido como jardín de plantas medicinales en 1567, se ha mantenido, agrandado y cualificado en estos siglos, convirtiéndose en modélico en algunas secciones. Los árboles, bicentenarios muchos de ellos, y las palmeras, con una de las mejores colecciones de Europa, nos esperan arropadas por la arquitectura modernista de su estufa tropical o del umbráculo de Arturo Mélida.

Asombra a la vista de las maravillas allí contenidas, de la paz que se respira y de lo cómodo de su ubicación en la ciudad, la ínfima cantidad de visitantes que lo recorren todos los días.

Sin duda se debe a que ante la imposibilidad de mantener a las fieras dentro de los parques zoológicos -por el que dirán de la protectora de animales- los responsables culturales han pensado que era mejor potenciar otro tipo de parque, donde protagonistas y visitantes tuviesen acomodo y satisfacción, y decidieron financiar los llamados temáticos. Ya que está demostrado que es mas coherente imitar los giros que hacía el tigre en su cubil con una noria mecánica que no paseando alrededor del invernadero del botánico.

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