Un poder fáctico

Sólo transcurrieron 18 días entre las últimas elecciones autonómicas catalanas, en las que la marea de Esquerra Republicana subió hasta darle la llave de la gobernabilidad en Cataluña, y el primer café de dos destacados dirigentes independentistas (Joan Puigcercós y Josep Maria Huguet) en la planta noble de La Caixa.

La caja, que ha cultivado celosamente la autonomía de los políticos y a la que durante el pujolismo incluso se la ha considerado un contrapeso a la Generalitat, cumple 100 años habiéndose convertido en un poder fáctico en Cataluña por el que pasan, con ...

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Sólo transcurrieron 18 días entre las últimas elecciones autonómicas catalanas, en las que la marea de Esquerra Republicana subió hasta darle la llave de la gobernabilidad en Cataluña, y el primer café de dos destacados dirigentes independentistas (Joan Puigcercós y Josep Maria Huguet) en la planta noble de La Caixa.

La caja, que ha cultivado celosamente la autonomía de los políticos y a la que durante el pujolismo incluso se la ha considerado un contrapeso a la Generalitat, cumple 100 años habiéndose convertido en un poder fáctico en Cataluña por el que pasan, con el que cuentan, contra el que topan, al que se acercan, todos.

En una economía catalana en la que el escaso tamaño de las empresas ha llegado a ser objeto de debate e inquietud política, por delante del puntal industrial de Seat sólo destaca La Caixa, primera caja y tercera entidad financiera española, con un activo de 116.107 millones de euros, unos recursos totales de clientes de 126.281 millones, un beneficio neto de 840 millones (que en su plan estratégico aspira a alcanzar los 1.300 millones en 2006) y una red de 6.880 cajeros. Es dueña del primer grupo industrial del país, valorado en cerca de 13.000 millones.

Aunque fue en la década de 1980 cuando la caja empezó a buscar rentabilizar sus recursos invirtiendo en grandes grupos de servicios como Telefónica, Gas Natural, Repsol, Agbar o la antigua Acesa, el engorde de su cartera de participadas se aceleró al fusionarse con la Caixa de Ahorros y Monte de Piedad de Barcelona, aprobada en 1989.

Poco a poco, la sombra del poder fáctico del grupo industrial, en paralelo a una capilarizada red de oficinas -la mayor del sistema financiero español, con 4.660 sucursales y 21.276 empleados a finales de 2003, más del doble de las oficinas que tenía en 1990 y 2.639 de las cuales están fuera de Cataluña y Baleares-, se proyectó en toda España.

En el centenario, bajo batuta de Ricard Fornesa y en un recrudecido clima de rivalidad entre bancos y cajas, La Caixa ha anunciado un giro social. Más allá de su Fundación, con un presupuesto de 183,5 millones, 62,6 de ellos para planes sociales, también con un nuevo holding de participaciones sociales. La entidad estrella que cuelga de ella promueve pisos en régimen de alquiler para jóvenes y mayores.

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