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Columna
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Lo que no se puede

Los nacionalistas son muy propensos a fijarse en modelos foráneos para nuestros problemas. No es preciso recordar la ascendencia que tuvo no hace mucho el acuerdo irlandés de Stormont, uno más de una serie cuyas virtudes derivarían de su carácter negociado fruto de un diálogo sin restricciones. Diluido en gran medida el fogonazo mediático ejemplarizante del acuerdo irlandés, hoy los ojos nacionalistas miran hacia Cataluña, en concreto hacia el tripartito gobernante, en donde pretenden vislumbrar el bálsamo para nuestros desvelos. Si el PSE fuera como el PSC, dicen los nacionalistas, otro gallo cantaría. Y tienen razón, porque en ese caso cantaría el gallo de que ellos se quedarían fuera del Gobierno autonómico, perspectiva que no creo que les resulte alentadora, de igual forma que el gallo de Stormont, aplicado a nuestras latitudes, nos habría dejado sin Autonomía hace tiempo. ¡Ah!, pero lo importante, nos dirán entonces, no son las soluciones concretas, sino la actitud, esa abierta disposición al diálogo que aquí brilla por su ausencia. Mezquina memoria, que olvida los años de gobiernos de coalición, la generosidad que ha mostrado el Estado democrático hacia esta comunidad convulsa, y el acto de deslealtad y de frentismo excluyente que supuso Lizarra. Ignora también el trágala que está suponiendo el intento de imposición del plan Ibarretxe como si ya de entrada respondiera a la voluntad de los vascos, y que conlleva un empeño de división entre buenos y malos vascos.

En realidad, el recurso al modelo foráneo no es otra cosa que el recurso al espejismo para ocultar la voluntad nacionalista de mantenerse en sus trece. Veamos, por ejemplo, lo que ocurre con el modelo catalán. Este no es más que un gobierno de coalición transversal entre tres partidos de izquierda que han podido conformar una mayoría alternativa al anterior gobierno de centro derecha nacionalista. El modelo es, hoy por hoy, inviable en Euskadi, y si el nacionalismo vasco gobernante apela a él es precisamente porque es inviable y, esto es importante, porque hace inviable además cualquier otra opción alternativa. Un PSE convertido en PSC significa para los nacionalistas vascos un PSE aislado y vicario, justo lo contrario de lo que ha sido el PSC para los nacionalistas moderados catalanes. Significa, sobre todo, un PSE que no pactaría con el PP bajo ninguna circunstancia, sola forma de conjurar el único peligro real que hoy amenaza su hegemonía política.

Mientras perdure el fenómeno distorsionador del terrorismo de ETA, Euskadi nunca podrá mirarse en Cataluña, y tendrá que buscar soluciones propias. Hasta que aquí no desaparezca el terror, el mapa político de la izquierda seguirá sin definirse, e incluso cuando ETA desaparezca, tendrá que pasar tiempo para que sea posible una coalición de izquierdas a la catalana en la que participen los herederos de la banda criminal. ¿Podrían ir juntos los socialistas con quienes han jaleado su extinción? ¿Cuántos votantes socialistas se abstendrían o se inclinarían por otra opción ante esa eventualidad? La izquierda posible la conforman hoy en Euskadi el PSE e IU, si dejamos de lado las veleidades de EA -siempre con un ojo puesto en Batasuna- o a Aralar, cuya situación es precaria y depende también de lo que vaya a ocurrir entre los acólitos de ETA. El PSE tiene en el entorno vasco de izquierda lo que tiene, y no puede caer en ciertas debilidades. Por otra parte, la misma situación actual de IU es indicativa de la atipicidad vasca, ya que no me puedo imaginar a ICV -su homólogo catalán- formando parte de un gobierno de coalición con CIU. A diferencia de lo que ocurre en Cataluña, el futuro inmediato de la política vasca no pasa por una solución neta de izquierda.

Las últimas elecciones dibujan un mapa político vasco dividido al 50% entre el centro derecha -PNV, PP- y la izquierda -PSE, IU,EA, Aralar y voto nulo de Batasuna-, con la salvedad de que el centro derecha sí podría conformar hoy un gobierno sólido y estable, mientras que la izquierda no. Por razones bastante nítidas, la opción de centro derecha no parece factible, de modo que el juego político de nuestro inmediato futuro no va a apartarse de coordenadas ya conocidas. Quizá la alternativa no haya de consistir tanto en la alternancia -aunque no haya que excluirla- como en un giro en la orientación política. Y es al PSE a quien le cabe fijar las directrices de esa nueva orientación y establecer los pactos adecuados, para así consolidar su futuro y el de este país que es patrimonio de todos los vascos.

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