Editorial:

Un desafío supremo

En un lapso de tres semanas, Madrid y su entorno han sido epicentro de una masacre en trenes de cercanías, la voladura fallida de un AVE y la batalla ocurrida el sábado en Leganés, acontecimientos cuya gravedad y características superan probablemente muchos de los escenarios catastrofistas juzgados verosímiles por los ciudadanos. La consecuencia de esta sucesión de violencia inaudita ha sido un despliegue de fuerzas de seguridad, incluyendo al Ejército, nunca visto en tiempos de paz. Y todo este inmenso daño humano ha sido causado por unas opacas tramas de iluminados sanguinarios con medios mu...

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En un lapso de tres semanas, Madrid y su entorno han sido epicentro de una masacre en trenes de cercanías, la voladura fallida de un AVE y la batalla ocurrida el sábado en Leganés, acontecimientos cuya gravedad y características superan probablemente muchos de los escenarios catastrofistas juzgados verosímiles por los ciudadanos. La consecuencia de esta sucesión de violencia inaudita ha sido un despliegue de fuerzas de seguridad, incluyendo al Ejército, nunca visto en tiempos de paz. Y todo este inmenso daño humano ha sido causado por unas opacas tramas de iluminados sanguinarios con medios muy reducidos, unos pocos kilos de explosivos robados en una mina.

El terrorismo de ETA es relativamente predecible y se halla en claro retroceso. Sus claves y movimientos pueden ser interpretados por las fuerzas de seguridad, y de ahí los golpes cada vez más contundentes que sufren los pistoleros etarras, como el que ha permitido este fin de semana descabezar parcialmente a la banda e incautarse de un gran arsenal. Frente a este fanatismo doméstico y unidimensional, la insania yihadista se mueve en coordenadas mucho más difusas, facilitadas en el caso español por nuestra condición de frontera sur de Europa.

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El terrorismo islamista no tiene causas en el sentido tradicional, sino pretextos, y su guerra tiene alcance y pretensiones globales. La complejidad de la madeja y el hecho de que sus servidores esgriman códigos de valores ajenos a la cultura occidental le hace menos visible y previsible que otros fundamentalismos sangrientos. El nihilismo asesino que ejemplifica Al Qaeda busca instalar en las sociedades occidentales, complejas y vulnerables, un sentimiento de angustia permanente.

Los fanáticos islamistas carecen de objetivos realistas, pero juegan con la ventaja de su perfil amorfo, su dispersión y la oscuridad de sus redes financieras. El hecho decisivo de que la inmolación forme parte de sus procedimientos, como se ha confirmado en Leganés, les otorga un plus de peligrosidad insuperable.

Entre las previsiones del Gobierno saliente y el entrante -cuyos responsables coincidieron ayer en Alcalá de Henares para rendir homenaje al geo fallecido- nunca figuró la posibilidad de que el relevo hubiera de hacerse en medio de esta brutal incorporación de España al circuito del terrorismo islamista. Los acontecimientos recientes, si cupiese alguna duda, demuestran la necesidad inexcusable de hacer de la lucha contra el terrorismo, desarrollada estas semanas con eficacia ejemplar por las fuerzas de seguridad, prioridad absoluta del nuevo Gobierno y motivo del mayor consenso político posible.

Los argumentos sirven igualmente para una Unión Europea que el mes próximo tendrá 25 miembros y unas fronteras mucho más permeables. Lo que está en juego excede con mucho el concepto de seguridad individual. Lo amenazado es el sistema de convivencia de que Occidente se ha dotado después de muchos siglos de dolorosos tanteos. La nueva UE debe superar diferencias nacionales, reticencias culturales y desconfianzas políticas para afrontar la mayor amenaza a sus cimientos democráticos, puesto que el ciego terror yihadista pone de relieve la inanidad de los límites entre lo nacional y lo internacional. Su tenebroso milenarismo nos hace a todos pasajeros del mismo barco.

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