Reportaje:

Un espacio para todas las mujeres

El centro Bonnemaison resurge en Barcelona como nuevo eje social y cultural

A principios del siglo XX, una pía burguesa llamada Francesca Bonnemaison revolucionó Barcelona al poner en marcha la primera biblioteca europea femenina (1909), y el primer centro de formación y bolsa de trabajo para mujeres de todas las clases sociales (Instituto de Cultura, 1910). Casi 100 años después, la Diputación ha recuperado el espíritu de aquella mujer libre y emprendedora y abre las puertas del centro Francesca Bonnemaison, ubicado en el mismo espacio -una casona del siglo XVII en la calle de Sant Pere més Baix, número 7, antigua sede del Institut del Teatre- que los proyectos prede...

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A principios del siglo XX, una pía burguesa llamada Francesca Bonnemaison revolucionó Barcelona al poner en marcha la primera biblioteca europea femenina (1909), y el primer centro de formación y bolsa de trabajo para mujeres de todas las clases sociales (Instituto de Cultura, 1910). Casi 100 años después, la Diputación ha recuperado el espíritu de aquella mujer libre y emprendedora y abre las puertas del centro Francesca Bonnemaison, ubicado en el mismo espacio -una casona del siglo XVII en la calle de Sant Pere més Baix, número 7, antigua sede del Institut del Teatre- que los proyectos predecesores.

El nuevo centro, de cinco plantas y 6.800 metros cuadrados, irrumpe con la ambición de convertirse en un nuevo foco social y cultural de Barcelona. Y virtudes no le faltan. En un espacio que quiere ser transversal y multidisciplinar, el edificio ofrece cinco campos de actuación en cada uno de sus pisos: la biblioteca, un centro de investigación y documentación, un servicio de promoción de políticas de igualdad de sexo, la Escuela de la Mujer y un centro de cultura de Mujeres.

"Queremos que sea un espacio abierto de relación, donde se aprenda, se trabaje y se cree desde el punto de vista femenino", explica Imma Moraleda, diputada delegada de políticas de igualdad de la Diputación de Barcelona. Moraleda dice: "Aún vivimos en una sociedad pensada por los hombres, como si las mujeres todavía fueran amas de casa y ellos trabajaran fuera, y eso ya no es así". En este sentido, uno de los motores del centro es el servicio de políticas de igualdad, "que asesora y ofrece formación a los gobiernos locales para que adecuen sus servicios a la nueva realidad", subraya Moraleda.

El centro Bonnemaison, no obstante, está abierto a todos. La nueva Escuela de la Mujer ha acabado por fin su periplo por diferentes ubicaciones en la ciudad y encuentra su espacio definitivo en la quinta planta de Sant Pere més Baix. Y una docena de hombres ya estudian en sus aulas, en las que se ofrecen curso de informática, inglés, pintura, contabilidad y gestión, escultura, cocina o humanidades, entre otros. "Yo he estado en todas las escuelas anteriores, y esta es, con diferencia, la mejor", explica Núria Pérez, de 60 años, mientras aprende los secretos del programa Photoshop frente al ordenador. Pérez afirma: "Lo bueno del centro es que acoge a mujeres de todas las edades y anima a no dejar nunca de aprender y estudiar".

Desde uno de sus espaciosos ventanales, Teresa Morras, de 83 años, rememora el tiempo en que ella era una adolescente y la señora Bonnemaison advertía a ella y sus compañeras: "Os haré ir más tiesas que un cañón de escopeta". "Era lliguera [de la Lliga Regionalista, el partido catalanista conservador dirigido por Cambó, cuyo periódico era La Veu de Catalunya, fundado por el marido de Bonnemaison, Narcís Verdaguer] hasta la médula, pero a la vez iba por libre y era inteligentísima". Morras recuerda "lo rompedor que resultaba entonces la idea de que las mujeres debían formarse y, además, trabajar, cuando la mayoría eran analfabetas". Bonnemaison tenía asesoras de la categoría de la pedagoga Rosa Sensat, y desde su círculo social -"los Verdaguer eran riquísimos", apunta Morras-, logró que las senyorones de la época, como las llama, se convirtieran en copromotoras del centro al dar dinero para instalar calefacción en las aulas o que "se pudiera comprar la única estufa de desinfección para los libros que había en Barcelona, porque entonces había mucha tuberculosis", explica Morras.

La Guerra Civil también truncó la labor del Instituto de Cultura, por el que habían pasado decenas de miles de mujeres, y la Bonnemaison, desde el exilio, cedió el espacio a la Diputación. Pero puso una condición: que mantuviera el objetivo de promocionar la formación y cultura entre las mujeres. Ahora es ya una realidad "y la Francesca ha vuelto a casa", concluye Morras.

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