Entrevista:Helmut Kohl | Ex canciller federal de Alemania

"La UE de dos velocidades sería perjudicial"

Pregunta. ¿Necesitamos la Constitución Europea antes de que termine este año?

Respuesta. Sería de desear que la UE tuviera cuanto antes una Constitución. Pero ahora no se deberían fijar nuevos plazos. El proyecto que ha presentado la Convención Europea es un compromiso aceptable. Pero, después de la última cumbre de la UE, las desavenencias y las tensiones son mayores de lo que algunos quieren creer. El jefe del Gobierno irlandés, como actual presidente del Consejo, ha tomado el asunto en sus manos y sigue negociando. Después de Irlanda, presidirán los Países Bajos y Luxem...

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Pregunta. ¿Necesitamos la Constitución Europea antes de que termine este año?

Respuesta. Sería de desear que la UE tuviera cuanto antes una Constitución. Pero ahora no se deberían fijar nuevos plazos. El proyecto que ha presentado la Convención Europea es un compromiso aceptable. Pero, después de la última cumbre de la UE, las desavenencias y las tensiones son mayores de lo que algunos quieren creer. El jefe del Gobierno irlandés, como actual presidente del Consejo, ha tomado el asunto en sus manos y sigue negociando. Después de Irlanda, presidirán los Países Bajos y Luxemburgo. Al frente de estos países hay políticos comprometidos con Europa que harán denodados esfuerzos por lograr el acuerdo. A mí me parece posible que la Constitución entre en vigor en un tiempo previsible, aunque la conmoción sea profunda.

"El euro sólo tendrá éxito si se añade una unión política que consume la unidad"
"Es una vergüenza que Alemania no cumpla con los criterios de estabilidad"
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P. ¿Cómo explica el fracaso?

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R. La controversia sobre Irak ha dañado la política europea y el proyecto de Constitución más que ninguna otra cosa. Sin el conflicto por la intervención en Irak, la cumbre de la UE en Bruselas no habría fracasado. Faltó la predisposición a tener en cuenta los comprensibles intereses de los países vecinos. Durante la conferencia, dominaron los intereses nacionales. Es importante que no surja un directorio de unos cuantos países grandes que decida por los pequeños. Precisamente hoy en día, con la ampliación a 25 Estados miembros, habría que tomarse a pecho la frase de Winston Churchill en su discurso de Zúrich en 1946. Dijo que las pequeñas naciones valdrían tanto como las grandes y que se labrarían la gloria con su contribución al interés común. En cambio, ahora se empieza a mirar qué país es grande y cuál es pequeño. Esto perjudica a la Unión de 25 Estados, de los cuales menos de un tercio cuenta con más de las tres cuartas partes de la población. Si las palabras de Churchill dejaran de ser parte de los fundamentos de la UE, sería un mal presagio para la futura UE. El descontento que ya percibimos en Niza es dañino. La advertencia de Jacques Chirac a Polonia de que aún no era miembro de la familia UE, por lo que no deberían ser tan resabiados en la cuestión de Irak ni seguir a EE UU tan por las buenas, ha provocado incredulidad en muchos sitios. Los polacos se dicen: "Durante 50 años hemos recibido órdenes del Kremlin y ahora no tenemos la menor intención de dejar que el Elíseo nos dé instrucciones".

P. Francia y Alemania han dicho que sobre eso no va a haber ningún compromiso.

R. No les va a quedar más remedio que llegar a compromisos. Tenemos que librarnos de la idea de que el tamaño de un país tendría que reflejarse con exactitud en el número de votos. Desde el principio, desde los Tratados de Roma de 1957, ni los votos en el Consejo de Ministros ni el número de diputados en el Parlamento Europeo reflejaron el número de habitantes del respectivo país. El influjo de un país depende de su economía, de su cultura y de su prestigio en general, no sólo de su demografía. En la UE ampliada habrá que cuidar mucho más la cultura del compromiso. Esto refuerza la confianza.

P. ¿Es suficiente el euro como vínculo? ¿Qué ocurre con el Pacto de Estabilidad?

R. Cuando, en 1983-1984, el presidente [francés François] Mitterrand y yo hablamos por primera vez de una moneda común, la unidad alemana aún no estaba a la vista. Entonces creíamos que podíamos hacer realidad al mismo tiempo la moneda común y la unión política. Pero pronto comprobamos que esto era imposible a un tiempo. Por eso nos decidimos a sacar adelante primero el euro, sin la unión política. Era necesario que el euro se convirtiera en una moneda fuerte y estable. El modelo era para muchos el marco alemán. Para los franceses, pero también para los italianos y para otros países, éste no fue un paso fácil de dar. Por eso es una verdadera vergüenza que precisamente Alemania no cumpla con los criterios de estabilidad y trate de andar con triquiñuelas. Yo no puedo callar ante esta infamia de la política alemana. Porque despilfarramos la confianza que nuestros vecinos y el mundo habían depositado en nosotros. Nuestros ciudadanos tienen derecho a que el euro siga siendo una moneda estable. Lo que está ocurriendo ahí es una traición de la estrecha colaboración germanofrancesa.

P. Después de esta cumbre de diciembre en Bruselas, la comunidad europea discrepa en el objetivo que quiere alcanzar. Por eso todos quieren bloquear, por si acaso va en la dirección que no quieren.

R. Esto no me impresiona demasiado. Aznar es europeo, pero es un europeo español. Los españoles han recorrido su camino desde Franco hasta la UE. España ha recibido mucho apoyo de EE UU. Esto crea cercanía. Pero, por supuesto, se puede hablar con los españoles y llegar a un compromiso. Es un trabajo minucioso que tiene sus compensaciones, pero que con frecuencia no se hace. En eso, los alemanes y los franceses desempeñan un papel decisivo. Y los polacos son gente orgullosa. En Bruselas tuvieron la sensación de que se les engañaba. Pero no tienen ninguna alternativa. Tienen que buscar un compromiso, y ya han empezado a hacerlo.

P. ¿No estamos hoy mucho más lejos de una política exterior común de lo que estábamos hace cuatro o cinco años?

R. ¡De lo que estábamos antes de la guerra de Irak!

P. No sólo a causa de Irak, sino porque los nuevos países miembros sienten un fuerte impulso de no permitir que esta UE se convierta en una unidad política dominada por alemanes y franceses.

R. Tampoco yo me imagino una UE dominada por alemanes y franceses.

P. Pero así es de momento.

R. Puede ser. Pero no estoy dispuesto a aceptar que lo que sucede hoy en la política alemana es lo que va a suceder en el futuro. El actual canciller y su ministro de Exteriores son gente que actúa al margen de la historia. Por eso parten de supuestos falsos. La situación de Alemania en el centro de Europa obliga a desempeñar un papel de centro.

P. ¿Qué quiere decir eso?

R. Sería perjudicial permitir una Europa de dos velocidades. Una parte de los que quieren esto quieren una Europa-núcleo y que los demás países sigan unidos como zona de libre cambio. Una Europa de zonas de libre cambio con el euro como único lazo no va a funcionar. A la larga, el euro sólo tendrá éxito si se añade una unión política que consume la unidad europea. Paso a paso, eso se logrará. Quien pida una Europa de dos velocidades tendrá que recabar la aprobación de los 25 miembros. Pero ninguno de los nuevos países miembros está interesado en una Europa de dos velocidades que lo rebaje a la condición de segundón.

P. Ya en su época de gobierno se discutió muchas veces sobre la defensa de Europa. Desde entonces no se ha avanzado.

R. Sí, es verdad. Y yo estoy de acuerdo en que desarrollemos nuevas iniciativas en el marco de la UE. Pero no para desvincularnos de los americanos, sino para hacer a la seguridad una aportación propia europea. Si en Europa nos desacoplamos de los americanos -como ocurrió con Irak-, la política alemana exterior y de seguridad se verá perjudicada. La amistad germano-americana está desarrollada y bien cimentada. Sin esta amistad, la unidad alemana no existiría. Y tampoco puede romperse por culpa del diletantismo del actual Gobierno. Yo sigo apostando por la asociación estrecha con los americanos. Pero esto, para mí, incluye que de vez en cuando uno también le diga al amigo cuál es su opinión.

P. ¿Hubiera sido oportuno mandar soldados a Irak?

R. Eso no lo hubiera hecho nunca. En mi partido tenemos que reprocharnos no haber adoptado una posición más clara. Por eso hemos perdido también las elecciones. De lo que se trata aquí es de una mentira política gigantesca. Antes de las elecciones, el presidente del SPD, Schröder, estaba acabado. Sabía que iba a perder las elecciones. Con un gran instinto oportunista, se dio cuenta de que el miedo a la guerra revuelve a la gente. El señor Schröder también sabía que en los nuevos Estados federados había resentimientos antiamericanos desde los tiempos de la RDA. Schröder y Fischer actuaron como si lo que se discutiera fuera el envío de tropas alemanas a la guerra de Irak. En realidad, de lo que se trataba era de si en el Consejo de Seguridad votábamos a favor de la intervención en Irak. El señor Schröder hubiera tenido que admitir que nadie nos había pedido que mandáramos soldados a Irak. Lo único que querían los americanos era apoyo en el Consejo de Seguridad a la lucha contra el terrorismo internacional y contra el régimen criminal de Irak. Que allí los dejáramos en la estacada fue el fallo decisivo por parte alemana. Por lo demás, estoy seguro de que, sin el precoz posicionamiento de Schröder, Francia hubiera actuado de otra manera. Con el comportamiento de Schröder, los alemanes perdimos gran parte de la confianza internacional que, durante más de cincuenta años, habían labrado todos los cancilleres anteriores. Habrá que esperar años hasta que esa confianza vuelva a renacer.

El ex canciller cristianodemócrata Helmut Kohl, de 73 años, uno de los arquitectos de la moneda única y el principal artífice de la reunificación alemana, fue derrotado en 1998 después de 16 años en el poder. Tras dos años completamente retirado de la vida política, Kohl ha roto su silencio en una larga entrevista en la que arremete contra su sucesor, Gerhard Schröder, a la vez que se reafirma en la necesidad de consolidar una Unión Europea más allá de lo económico.

El ex canciller alemán Helmut Kohl, durante una visita a Barcelona en junio de 2002.REUTERS

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