Editorial:

Bush promete la Luna

Coincidiendo hábilmente con las fascinantes imágenes de la superficie de Marte que está mandando una sonda estadounidense, Bush ha propuesto que su país vuelva a pisar la Luna y termine enviando vuelos tripulados al planeta rojo. Aunque ha sido demasiado general en la presentación de su plan y ha manejado cifras económicas claramente insuficientes, el titular de la Casa Blanca plantea un reto que hace soñar a un país que los adora y trata de dar una dirección ambiciosa a su programa espacial.

Que EE UU, con su déficit público al galope, tenga dinero para hacerlo y que sea lo que tecnoló...

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Coincidiendo hábilmente con las fascinantes imágenes de la superficie de Marte que está mandando una sonda estadounidense, Bush ha propuesto que su país vuelva a pisar la Luna y termine enviando vuelos tripulados al planeta rojo. Aunque ha sido demasiado general en la presentación de su plan y ha manejado cifras económicas claramente insuficientes, el titular de la Casa Blanca plantea un reto que hace soñar a un país que los adora y trata de dar una dirección ambiciosa a su programa espacial.

Que EE UU, con su déficit público al galope, tenga dinero para hacerlo y que sea lo que tecnológicamente más necesita, es una cuestión a debatir. Pero resulta preocupante que, como en la Tierra, Bush se proponga hacer política unilateral en el espacio. Ha hablado de "colaboración", pero en ningún momento de internacionalización. Superada la guerra fría, no deberían proyectarse al espacio los pulsos por el dominio de nuestro planeta. A nadie se le esconde que quien domine el espacio dominará la Tierra.

Del siglo XVI al XIX, la competencia entre Estados fue por el control de mares y océanos; el siglo XX fue el de la lucha por el aire, y el XXI puede ser la del espacio. El Informe Rumsfeld al Congreso de EE UU, publicado justo cuando Bush llegaba a la Casa Blanca, ya describió el espacio como la "nueva frontera" en la que EE UU debía tomar posiciones estratégicas para evitar un Pearl Harbour apocalíptico.

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Militarizar el espacio, convertirlo en terreno de lucha entre imperios terrestres, es un peligro que la humanidad aún puede evitar; aunque más difícil será que no se convierta en un nuevo terreno de competencia industrial y tecnológica, y en EE UU, en otra forma encubierta de subvencionar con fondos públicos a empresas privadas. Así que desde Europa se ha mirado con una mezcla de fascinación y preocupación al dedo de Bush apuntando a la Luna y a Marte. En el planeta rojo, el programa europeo acaba de empezar y Europa no puede dormirse.

Bush ha lanzado un reto que supera ampliamente su posible segundo y último mandato de cuatro años y puede haber puesto en marcha una dinámica de enormes consecuencias, aunque no puede olvidarse que su padre, el primer presidente de ese apellido, también anunció un plan parecido que jamás llegó a despegar.

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