Tribuna:COYUNTURA AGRARIA

¿Qué está pasando con la agricultura en Europa?

En los últimos meses la UE parece avanzar inexorablemente, y con una decisión hasta ahora inusitada, en un camino que probablemente tenga que volver a deshacer en un futuro no muy lejano. Ya hemos visto algo similar en los EE UU. Al tiempo que avanza la denominada "construcción europea", y que los máximos dirigentes políticos discuten el reparto del poder en la futura Constitución Europea, vemos cómo se está desarrollando meticulosamente un plan para desmontar lo que fue una de las bases de la Comunidad Europea: la Política Agrícola Común. Esta PAC se constituyó con el objetivo de desarrollar ...

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En los últimos meses la UE parece avanzar inexorablemente, y con una decisión hasta ahora inusitada, en un camino que probablemente tenga que volver a deshacer en un futuro no muy lejano. Ya hemos visto algo similar en los EE UU. Al tiempo que avanza la denominada "construcción europea", y que los máximos dirigentes políticos discuten el reparto del poder en la futura Constitución Europea, vemos cómo se está desarrollando meticulosamente un plan para desmontar lo que fue una de las bases de la Comunidad Europea: la Política Agrícola Común. Esta PAC se constituyó con el objetivo de desarrollar una política de incremento de productividad y de asegurar un nivel de vida equitativo a la población agrícola teniendo en cuenta el carácter particular de esta actividad con una estructura social concreta y reconociendo las disparidades estructurales entre las diversas regiones agrícolas (artículo 39 del Tratado).

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Con el transcurso del tiempo, esta percepción parece haber cambiado radicalmente. Lo importante ahora es el "hecho político" y sobre esta base, repartir la tarta de los fondos del presupuesto comunitario. Al parecer, ya no importa si la UE es capaz de mantener o no un tejido agrícola productivo y de contar con el sector primario para contribuir al desarrollo económico de los Estados miembros.

La UE ha decidido, a fin de no perjudicar sus intereses políticos y comerciales, poner en la bandeja de ofrendas a la agricultura europea, pero los sacrificios no son iguales para todos los sectores (aquí también juegan los intereses políticos). El fin es lo que importa, demostrar ante el resto del mundo, y principalmente a la OMC, que está dispuesta a sacrificar lo que fue uno de los orígenes de su unidad, a cambio de otras concesiones comerciales que no afectan lógicamente a los agricultores y las pequeñas industrias que viven con la agricultura.

Tenemos ahora un ejemplo muy claro: el algodón. Este producto se cultiva sólo en dos países de la UE, Grecia y España, y sólo se produce una cuarta parte de lo que consume la UE. Se cultiva en zonas con notable retraso de desarrollo económico. En el caso de España, en zonas donde el empleo está cuatro veces por encima de la media europea. Es un cultivo que requiere tres veces más empleo que el que más exige dentro de los cultivos alternativos (el maíz). Por sus peculiaridades, desarrolla a su alrededor un tejido económico y social muy extenso: técnicos de campo, tratamientos específicos, maquinaria de uso exclusivo para este cultivo, una industria transformadora con fuertes inversiones, cosechadoras también específicas, etcétera.

A nivel mundial, la producción de la UE sólo representa el 2%, y no existen aranceles a la importación, ni se conceden ayudas para exportación como ocurre con otros cultivos como el azúcar, por ejemplo. Cuando Grecia, primero, y España unos años más tarde, entraron en la UE, se reconoció esta peculiaridad que se plasmó en un protocolo específico anexo a los tratados de adhesión en los que se establecía como objetivo sostener la producción de algodón en las zonas para las que es importante para su economía.

Pero ahora, con el nuevo rumbo marcado por la UE, se ha decidido desmantelar este sector, y entregarlo como muestra de buena voluntad ante las negociaciones comerciales en la OMC. Y esto ocurre sólo con este producto, para el resto, se han encontrado fórmulas mucho menos radicales. Incluso, curiosamente, otros sectores que producen elevados gastos, con grandes excedentes, que tienen fuertes ayudas para la exportación, no se han tocado. Claro está que estos sectores son muy importantes para países como Francia y Alemania, ¿curioso verdad?

Las líneas generales marcadas por la nueva PAC, a la larga llevarán a la deslegitimación de los agricultores, y por tanto a la eliminación de los apoyos a la agricultura. La pretensión de lograr el desarrollo rural, a través de conceder ayudas independientemente de realizar una labor productiva, pone en cuestión la dignidad del agricultor y le pone en una difícil situación respecto al resto de trabajadores de su entorno que sí deben trabajar para cobrar.

En el caso del algodón se ha ido más allá. Utilizando argumentos que nada tienen que ver con la realidad y sin siquiera molestarse en estudiar los efectos que pueda tener lo que proponen (al fin y al cabo saben perfectamente lo que ocurrirá, pero sería muy impactante verlo escrito), proponen unas medidas que llevan al abandono del cultivo inexorablemente. Con ello, España, pierde no sólo un cultivo ancestral en nuestras tierras, pierde más de un millón de jornales anuales, 2.000 empleos en la industria desmotadora, más de 200 millones de euros en instalaciones industriales, la fuente de vida de 139 municipios... ¿Es esto una medida acorde con el tan parafraseado desarrollo rural?

Y mientras esto se está planteando dentro de la UE, el presidente de nuestro país vecino, Francia, además de apoyar activamente este desmantelamiento del sector algodonero europeo, presenta un proyecto a sus socios comunitarios para trasladar los fondos que se entregaban a los productores algodoneros europeos, a los productores de cuatro países africanos. Es un alarde extraordinario de filantropía hacia estos países. Alega que las producciones europeas de algodón impiden el desarrollo económico de estos cuatro países (repito: Europa produce el 2% mundial y consume el 80% de lo que exportan esos cuatro países africanos). Lo que resulta más curioso y llamativo de esta cuestión, es que precisamente Francia controla la casi totalidad del sector algodonero de estos cuatro países: desde las semillas hasta las industrias desmotadoras, a través de capital público. Por tanto, ¿a quién quiere ayudar Francia con estos fondos que niega a los productores europeos? ¿Es un apoyo tan desinteresado como trata de aparentar?

Y lo peor de esta cuestión, es que el eje franco-alemán se impone por encima de todo y claro está por encima de los intereses de un sector insignificante dentro de la agricultura europea.

Como una profesional de a pie, que ha vivido toda su vida muy próxima a este sector y al que le he dedicado los 18 años de mi vida profesional, y viendo que las razones no pueden modificar las pretensiones de los políticos, sólo me queda confiar en que sean nuestros propios políticos, nuestro Gobierno, los que hagan prevalecer nuestro derecho a producir y a vivir con nuestro trabajo, manteniendo un cultivo que tantos esfuerzos ha costado sacar adelante a costa de embargar el futuro de miles de agricultores y pequeños empresarios. Estamos convencidos de que la ruina de miles de familias y de una industria al completo no sacara del subdesarrollo a esos cuatro países africanos. Nos parece una excusa demasiado burda, pero al parecer, y desgraciadamente para España, tendrá resultados.

Elena Sáenz García-Baquero es portavoz de la Mesa del Algodón y presidenta de la Agrupación Española de Empresas Desmotadoras de Algodón.

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