Editorial:

En un país de 'palomas'

De los europeos, los españoles somos los más palomas y pacifistas (66%). Pero no aislacionistas, sino partidarios de un papel activo para España en política exterior, según el último barómetro del Instituto Elcano. Y hemos alcanzado un grado de matiz que desafía los análisis y los mensajes simplistas: el 85% (la tasa más alta de la UE) considera que la guerra de Irak no valió la pena, pero estamos divididos respecto a la presencia de tropas españolas allí. Somos europeístas, pero no queremos una "Europa superpotencia". Y, aunque predomina claramente la crítica a la Administración de Bus...

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De los europeos, los españoles somos los más palomas y pacifistas (66%). Pero no aislacionistas, sino partidarios de un papel activo para España en política exterior, según el último barómetro del Instituto Elcano. Y hemos alcanzado un grado de matiz que desafía los análisis y los mensajes simplistas: el 85% (la tasa más alta de la UE) considera que la guerra de Irak no valió la pena, pero estamos divididos respecto a la presencia de tropas españolas allí. Somos europeístas, pero no queremos una "Europa superpotencia". Y, aunque predomina claramente la crítica a la Administración de Bush, no por ello esta sociedad se ha vuelto más antiamericana. Por el contrario, EE UU figura ahora como el país más amigo de España.

A una sociedad compleja debería hacérsele una oferta política matizada en materia de política exterior. No cabía esperar de Rajoy que se separara de la línea de Aznar, pero, aunque se queda en la ortodoxia de La Moncloa, en su conferencia del miércoles sobre política exterior intentó limar aristas. No llega, como Aznar, a reconocer errores en la posguerra iraquí, pero tampoco defiende, como hizo el presidente del Gobierno saliente ante el Ceseden, la doctrina Bush de la guerra preventiva. El discurso de Rajoy sigue algunas formulaciones de Aznar y otras que se asemejan más al intento de consenso europeo que busca el nuevo documento Solana de doctrina estratégica para la UE. En general, resulta más conciliador y razonable.

En lo que Rajoy se equivoca es en agitar el espectro de los posibles efectos del "laberinto identitario" español en la posición internacional de nuestro país, como si, de forma unidimensional, quisiera el PP contaminarlo todo con esta cuestión y ponerla bajo el paraguas general de la lucha contra "el terrorismo". Lo razonable es lo contrario: una integración europea y una política exterior bien llevadas pueden ayudar a resolver o, al menos, a conllevar las tensiones internas, lo que él llama el "rompecabezas". Su propuesta de que en una década España alcance la convergencia plena en materia de empleo y renta con la UE equivale, si se limita a los actuales Quince (pues a 25 el efecto estadístico distorsiona estas referencias), a que España logre por sí sola los objetivos de Lisboa. No es imposible; sólo muy difícil.

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A estas alturas no hay duda alguna de que, en contra de una opinión pública paloma en la que el mensaje halcón de Aznar no ha calado, el consenso sobre las líneas maestras de la política exterior ha quedado roto en lo que se refiere a EE UU -en este terreno, Zapatero va lanzando guiños más conciliadores a Washington-, Unión Europea, América Latina o Marruecos. En aras de los intereses de España y de la política interna, sería deseable recomponer este consenso. Y sea Rajoy o Zapatero, el próximo presidente del Gobierno tendrá, como mínimo, un mejor talante y disposición para lograrlo.

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