Cartas al director

Bush, contra Greenpeace

Dice bien en su editorial Libertades en peligro (30 de octubre de 2003) que las cosas se están poniendo cada día más difíciles en EE UU -y no sólo allí- para aquellos que cuestionan las políticas de su Gobierno. Defender la selva amazónica, tratando de impedir la entrada de caoba ilegal, también es motivo de persecución. Los hechos a los que me refiero comienzan en abril de 2002, cuando varios activistas de Greenpeace abordaron en las costas de Florida un buque sospechoso de importar ilegalmente madera tropical. Los activistas fueron juzgados y condenados. Pero esto no parece ser castig...

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Dice bien en su editorial Libertades en peligro (30 de octubre de 2003) que las cosas se están poniendo cada día más difíciles en EE UU -y no sólo allí- para aquellos que cuestionan las políticas de su Gobierno. Defender la selva amazónica, tratando de impedir la entrada de caoba ilegal, también es motivo de persecución. Los hechos a los que me refiero comienzan en abril de 2002, cuando varios activistas de Greenpeace abordaron en las costas de Florida un buque sospechoso de importar ilegalmente madera tropical. Los activistas fueron juzgados y condenados. Pero esto no parece ser castigo suficiente para Bush.

Así que el pasado 18 de julio el Departamento de Justica instruyó en Miami un procedimiento criminal contra toda la organización Greenpeace Inc., la rama estadounidense de Greenpeace, aplicando una ley de 1872. Ahora Bush -a través de John Ashcroft, del Departamento de Justicia- sentará en el banquillo a toda la organización Greenpeace, por defender la selva amazónica. Llama la atención que en un país con una larga tradición de protesta civil, que ha marcado toda su historia, se trate ahora de acallar cualquier voz crítica. Nunca antes en la historia de Estados Unidos se ha llevado a toda una organización a juicio por una protesta pacífica de algunos de sus miembros.

Las consecuencias de esta persecución trascienden lógicamente la cuantía de la sanción que se pudiera imponer a Greenpeace. Lo grave es que, una vez más, se trata de matar al mensajero en vez de hacer frente al problema que se denuncia. Pero lo peor es que espacios de libertad antes incuestionables están menguando día tras día. Todos los que estamos preocupados por ello tenemos el deber social de denunciarlo.

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