Tribuna:RELEVO EN EL BANCO CENTRAL EUROPEO

Relevo tardío

Llegó Trichet. Más tarde y con más complicaciones que las previstas aquel 2 de mayo de 1998 cuando, de forma poco ejemplar, se pactó simultáneamente la designación y la renuncia antes de la expiración del mandato de Wim Duisenberg como presidente del Banco Central Europeo (BCE). El holandés ha esperado a que el gobernador del Banco de Francia quedara libre de los cargos imputados en el juicio por los fraudes contables del Crédit Lyonnais, de capital mayoritariamente público cuando Jean-Claude Trichet era director del Tesoro.

Además de esa digna espera, a Duisenberg hay que reconocerle e...

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Llegó Trichet. Más tarde y con más complicaciones que las previstas aquel 2 de mayo de 1998 cuando, de forma poco ejemplar, se pactó simultáneamente la designación y la renuncia antes de la expiración del mandato de Wim Duisenberg como presidente del Banco Central Europeo (BCE). El holandés ha esperado a que el gobernador del Banco de Francia quedara libre de los cargos imputados en el juicio por los fraudes contables del Crédit Lyonnais, de capital mayoritariamente público cuando Jean-Claude Trichet era director del Tesoro.

Además de esa digna espera, a Duisenberg hay que reconocerle el haber sorteado las dificultades del rodaje de la institución. No era un empeño fácil reproducir la credibilidad y solvencia del Bundesbank en un banco central de nueva creación, cuya responsabilidad es garantizar la estabilidad de precios en un área monetaria muy distante de las consideradas óptimas por los paradigmas entonces al uso. Las limitaciones observadas en estos casi cinco años han de contemplarse a la luz de ese singular experimento que supuso la introducción de una moneda común para Estados que continúan siendo soberanos y cuyas economías mantienen rasgos estructurales, finanzas públicas y posiciones cíclicas bien distintas. La orientación contradictoria que, en ocasiones, adoptó la política monetaria ha sido en gran medida la consecuencia de una rígida estructura y un no menos flexible sistema de análisis; una interpretación de la realidad basada en dos pilares de muy desigual significación, propiciatoria de esa aparente falta de sensibilidad que, junto al decidido propósito de pecar antes por exceso de celo antiinflacionista que por complacencia con el crecimiento, ha contribuido al práctico estancamiento en el que ha estado inmersa la eurozona durante demasiado tiempo. La insuficiente transparencia, el contraste con otros bancos centrales que divulgan con prontitud sus deliberaciones, tampoco cabe atribuirla tanto a Duisenberg como a una reglamentación excesivamente estricta y desconfiada. Donde la personalidad del presidente ha podido manifestarse de forma más explícita ha sido en una estrategia de comunicación susceptible de mejora.

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Dada la inequívoca definición del objetivo del BCE, las estrictas guías que orientan sus decisiones y la relativamente reducida discrecionalidad que se atribuye a su presidente, no cabe esperar grandes giros en la actuación de Trichet. La capacidad de maniobra del máximo responsable del BCE es significativamente inferior a la que dispone, por ejemplo, el presidente de la Reserva Federal. Las credenciales de Trichet, en todo caso, no son precisamente las de alguien dispuesto a sacrificar la estabilidad por un poco más de crecimiento. Además, en el Consejo de Gobierno, como economista jefe (el que prepara las reuniones y formula las opciones de política monetaria), está Otmar Issing, quien, hasta su relevo en 2006, seguirá actuando como el guardián de la ortodoxia germana. Y el alemán ya se ha encargado, pocos días antes de que tomara posesión Trichet, de descartar cualquier descenso en los tipos de interés. Mucho más debería apreciarse el euro en términos efectivos para que, a tenor de las condiciones monetarias relativamente rigurosas que soporta la eurozona, alguien en ese Consejo se atreviera a sugerir un movimiento relajador.

Donde el contraste de Trichet con su antecesor puede ser más acusado es en la habilidad para mantener una política de comunicación más eficaz y, muy probablemente, para conseguir una proyección internacional con mayor peso específico que el que hoy tiene el BCE. Su experiencia como director del Tesoro y sus conocimientos de banca ya le han granjeado un merecido respeto en los foros multilaterales, complemento esencial de esa indiscutible ejecutoria en la lucha contra la inflación en su país que amparó la política de franco fuerte.

Razones todas para considerar que el nuevo presidente podrá aprovechar la experiencia de esa primera etapa y, sin menoscabar el objetivo asignado a la institución, hacerlo compatible en los próximos ocho años con el crecimiento económico, reforzando la legitimación de la institución ante los ciudadanos europeos.

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