Cartas al director

Carta desde la prisión de Salé

Tras la publicación de una tribuna en Le Monde y la visita a Marruecos del presidente de la República Francesa, Jacques Chirac -en la que declaró en una conferencia de prensa que mi caso es un "asunto puramente marroquí"-, la prisión se ha convertido en un infierno para mí. Llueven las represalias. Mis desplazamientos por la pequeña ala en la que estoy encarcelado son estrechamente vigilados. Asimismo, los prisioneros que me hablan son amenazados con represalias por parte de los guardias. No pasa un solo día en que yo mismo no sea agredido verbalmente por algún guardia. Incluso recibí, ...

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Tras la publicación de una tribuna en Le Monde y la visita a Marruecos del presidente de la República Francesa, Jacques Chirac -en la que declaró en una conferencia de prensa que mi caso es un "asunto puramente marroquí"-, la prisión se ha convertido en un infierno para mí. Llueven las represalias. Mis desplazamientos por la pequeña ala en la que estoy encarcelado son estrechamente vigilados. Asimismo, los prisioneros que me hablan son amenazados con represalias por parte de los guardias. No pasa un solo día en que yo mismo no sea agredido verbalmente por algún guardia. Incluso recibí, una noche, la visita de dos guardias que me prometieron "deshacerse de un kilo de hachís en mi celda para hacerme acusar de tráfico de drogas". El director de la prisión, el señor Belghazi, está al corriente de todas estas amenazas y enredos, pero da la impresión de apoyarlas. Así funciona la venganza del Estado. No sólo no se me considera como preso político, sino que no me beneficio de los derechos de un preso común. Cuando no consiguen quebrar la voluntad de un hombre libre, de un periodista independiente que quiere hacer honestamente su trabajo de información sin caer en el servilismo, se ensañan con él. Intentan ensuciar su reputación, le acusan de todos los males y además se le condena a la dura prisión. El Quai d'Orsay [sede del Ministerio de Asuntos Exteriores francés] ha sido informado de todo esto. Día tras día, semana tras semana, mes tras mes. La verdad es que no espero que aumente el apoyo de las autoridades francesas, pero no creía que la presidencia francesa cerraría los ojos ante todos los ataques a los derechos humanos de los que soy víctima. Es como si Jacques Chirac fingiera ignorar mis desgracias. En vez de volcarse en mi expediente y estudiarlo para ver si he sido injustamente condenado, la Francia de Chirac me ofrece transferirme a una prisión francesa, desdeñando mi condición de preso de opinión y toda mi trayectoria de defensor de los derechos humanos en Marruecos.

Jacques Chirac, el paladín de la legalidad internacional cuando se trata de Irak y de Palestina, prefiere mirar a otro lado cuando se trata de los derechos humanos y de la libertad de expresión en Marruecos. A Chirac le gusta dar lecciones de moral al presidente de EE UU, George Bush. Pero cuando el defensor de los derechos humanos americano-egipcio Saâd-Eddine Ibrahim ha sido injustamente condenado por la justicia egipcia, Bush ha puesto en movimiento la maquinaria americana para defender a su compatriota. No ha declarado públicamente que el caso de Saâd-Eddine Ibrahim era un "asunto puramente egipcio". No le ha propuesto transferirle a una cárcel americana.

No sé si esta carta conseguirá salir de esta prisión. Pero tengo derecho al mismo tipo de supervivencia, extrema, utilizada contra los islamistas. Además, quieren impedirme escribir, expresarme libremente y sin trabas. Pero si esta carta llega a salir de este infierno, quiero que sea enviada a los elegidos por el pueblo, los diputados de la Asamblea Nacional y los miembros del Senado. Pido a los honorables diputados y senadores -olvidándose de mi nacionalidad francesa- que estudien mi expediente, que lean el acta de acusación, los artículos de prensa y las caricaturas que me han valido tres años de dura prisión y que juzguen soberanamente. Si, como espero, los honorables diputados y senadores estiman que mi proceso y mi condena son un escándalo, que lo hagan saber públicamente, para que vibre de nuevo la voz de un hombre secuestrado legalmente por el Estado marroquí.

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