Columna

Serenidad

Era de prever; hasta lo habían anunciado expresamente. La última vez, el 25 de octubre de 2002, en un acto institucional conjunto de las Juntas Generales y la Diputación. Álava se desvincularía de Euskadi en el caso de que prosperara el llamado plan Ibarretxe. El lehendakari, tras renunciar a representarnos a todos, a buscar el consenso (mientras utiliza la palabra "diálogo" en vano), a hacer política práctica (infraestructuras, servicios, etc.), y al proponernos un plan propio de cabezas jibarizadas y pueriles, ha logrado su primer objetivo: desestabilizar institucionalmente Eus...

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Era de prever; hasta lo habían anunciado expresamente. La última vez, el 25 de octubre de 2002, en un acto institucional conjunto de las Juntas Generales y la Diputación. Álava se desvincularía de Euskadi en el caso de que prosperara el llamado plan Ibarretxe. El lehendakari, tras renunciar a representarnos a todos, a buscar el consenso (mientras utiliza la palabra "diálogo" en vano), a hacer política práctica (infraestructuras, servicios, etc.), y al proponernos un plan propio de cabezas jibarizadas y pueriles, ha logrado su primer objetivo: desestabilizar institucionalmente Euskadi y espantar a las comunidades vecinas (Navarra, muy notablemente). Tal vez no lo pretendía, pero ésa es una prueba más de lo disparatada que resulta su propuesta. Y este no es sino el primer episodio de un desastre anunciado. Vamos por partes.

Sobre la puerilidad e irreflexión con que se ha fraguado el plan les contaré un par de detalles. Hacia el año 2000, una asesora externa de Joseba Egibar me aseguraba que éste fiaba en el 2004 sus esperanzas para una posible ruta hacia la independencia. ¿Motivo?: Aznar abandonaría la presidencia española ese año para no repetir y querría pasar a la historia como gran estadista"solucionando el problema vasco". Poco le importaría lo que ocurriera después. Así lo percibía Egibar tras algunas "conversaciones". Todo un estratega el señor Egibar. (Por cierto, lo que se juega en las próximas elecciones a la presidencia del PNV es el control absoluto del partido por parte de Ibarretxe a través de Josu Jon Imaz, un paso más hacia un liderazgo caudillista). El segundo detalle: tras ser lanzado el plan a la arena pública, me consta que un miembro del EBB no había ni tan siquiera sopesado la posibilidad de que el PSE lo apoyara o no. Interpelado sobre ello, quedó desconcertado y pensativo: habría que meditar sobre ello.

Por lo demás, el plan no pasa de ser un inmenso globo sonda, nada más, que ha puesto en marcha una maquinaria que no controla. Porque no controla ni a su propia militancia y votantes. Los más magnánimos le conceden la virtud del maquiavelismo: estaría pensado para perpetuar al PNV en el poder haciendo la pinza (con ayuda del PP) sobre la moderación instalada en el PSE e impidiendo el trasvase de votantes; nunca para ejecutarlo seriamente. Pudiera. Pero no se toma en consideración que ello genera expectativas inusitadas entre los partidarios (no hay sino recorrer lo batzokis y elkartetxes), y, simultáneamente un rechazo frontal entre la otra mitad del país. Nunca antes la militancia nacionalista, que conozco bien, había sentido la necesidad de desbordar el Estatuto. Sí de completarlo o ampliarlo, pero no más. Fue ELA la que, por hacer caja, lo planteó por primera vez -con gran escándalo, por cierto, del Gobierno Ardanza-Ibarretxe-; fue retomada por el EBB, y, finalmente, por el propio Ibarretxe. Ocurra lo que ocurra, ya se han impulsado unas fuerzas sociales u unas expectativas que, inevitablemente, serán frustradas en un caso o agraviadas en el otro (con lo que ello conlleva de desánimo y pérdida de pulso social para afrontar los verdaderos retos de la economía o Europa). Definitivamente, el plan ha hecho que la moderación sea, al mismo tiempo, algo esencial e improbable.

En este contexto, que las instituciones de Álava, aparte de amagar, den, no es en absoluto extraño. En primer lugar porque, en una comunidad tan historicista como esta, la legitimidad original está en la provincia y en el principio foral (al que apela Ibarretxe, por lo demás). Así lo reconocía el Estatuto de Estella (1931). Sólo en los estatutos de 1936 y 1979 (Gernika) se articula Euskadi verdaderamente. Pero siempre sobre el acuerdo de las provincias (Estatuto y Ley de Territorios Históricos). No apreciarlo es una gran irresponsabilidad. Y, definitivamente, porque, por mucho que el Gobierno vasco insinúe otra cosa, es más probable que el plan sea derrotado en un referéndum en Álava que aprobado en el conjunto de Euskadi. Con las fuertes identidades provinciales que hay, y en un territorio en el que se ha venido llamando hasta anteayer "vascos" a los originarios de Guipúzcoa o Vizcaya, Ibarretxe no contaría con respaldo social si las cosas se plantearan crudamente.

Cuando la serenidad es más importante que nunca, la vacuidad e irreflexión del plan, la hace imposible. Sin embargo, hay que seguir apostando por ella; concertando desde la moderación y el sosiego.

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