Editorial:

Diplomacia preventiva

El anuncio iraní de que suspenderá su programa de enriquecimiento de uranio, necesario para fabricar armas atómicas, y aceptará inspecciones por sorpresa de la ONU en sus instalaciones representa un respiro para Europa, pero algo menos para EE UU, convencido por las pruebas obtenidas de que el régimen de los ayatolás se encaminaba hacia su conversión en potencia nuclear. Teherán, que niega este extremo, afrontaba el 31 de octubre un ultimátum de la Agencia de la Energía Atómica para explicar en detalle hallazgos comprometedores en sus instalaciones, con la amenaza de sanciones internacionales....

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El anuncio iraní de que suspenderá su programa de enriquecimiento de uranio, necesario para fabricar armas atómicas, y aceptará inspecciones por sorpresa de la ONU en sus instalaciones representa un respiro para Europa, pero algo menos para EE UU, convencido por las pruebas obtenidas de que el régimen de los ayatolás se encaminaba hacia su conversión en potencia nuclear. Teherán, que niega este extremo, afrontaba el 31 de octubre un ultimátum de la Agencia de la Energía Atómica para explicar en detalle hallazgos comprometedores en sus instalaciones, con la amenaza de sanciones internacionales.

La decisión revela en el frente interno iraní un triunfo del ala moderada del régimen, proclive a aceptar las exigencias internacionales frente al criterio de ignorarlas de los más poderosos fundamentalistas. En el plano diplomático, el hecho de que Irán haya anunciado el cambio en una entrevista del presidente Jatamí con los ministros de Exteriores de Gran Bretaña, Francia y Alemania revela inequívocamente una opción. Los tres pesos pesados europeos, que plantearon la visita en la reciente cumbre de Bruselas, han viajado a Teherán cuando el Gobierno iraní había allanado definitivamente el camino. El mensaje es obvio: la tradicional política de persuasión europea en este tema es más útil que la demonización de la república islámica y el aislamiento preconizados reiteradamente por Bush.

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El compromiso de Teherán, sin embargo, no cierra el contencioso, y pronto se sabrá si es definitivo o está dictado por la urgencia de ganar tiempo ante la aplastante presión internacional.

La decisión iraní refuerza las salvaguardias, pero es una medida parcial desde el momento en que Teherán ofrece la suspensión, pero no el desmantelamiento de su programa de enriquecimiento de uranio, al que se considera en libertad de volver en cualquier momento.

Irán ha decidido que va en su interés nacional tener capacidad militar nuclear, y si para los europeos el protocolo anunciado ayer puede resultar suficiente, no lo será presumiblemente para la Casa Blanca, que lo ha recibido con cautela. El objetivo final, compartido por EE UU y la UE, es que Teherán abandone definitivamente su programa atómico.

En cualquier caso, y ante la eventualidad de que los ayatolás tuvieran un designio secreto en la primera dirección, las inspecciones súbitas previstas en el protocolo adicional al Tratado de No Proliferación, que los iraníes se dicen dispuestos a firmar, permitirán a la ONU fiscalizar en detalle sus progresos. Desde esta perspectiva, es un gran paso adelante.

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