Columna

Ruptura

La presentación al público del llamado plan Ibarretxe significa que el Gobierno de Euskadi ha decidido formalmente romper las reglas institucionales de juego. Lo cual implica violar en su espíritu y en su letra el principio de legalidad, como provocadora celebración sui generis del 25º aniversario de la Constitución. Y esto supone objetivamente un acto de prevaricación, o sea, de insumisión institucional. Pues ahora ya no se trata de una insumisión partidaria, como sucedió con el Pacto de Lizarra que firmó el PNV en tanto que partido civil, pero evitando implicar a las institucio...

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La presentación al público del llamado plan Ibarretxe significa que el Gobierno de Euskadi ha decidido formalmente romper las reglas institucionales de juego. Lo cual implica violar en su espíritu y en su letra el principio de legalidad, como provocadora celebración sui generis del 25º aniversario de la Constitución. Y esto supone objetivamente un acto de prevaricación, o sea, de insumisión institucional. Pues ahora ya no se trata de una insumisión partidaria, como sucedió con el Pacto de Lizarra que firmó el PNV en tanto que partido civil, pero evitando implicar a las instituciones. Ni tampoco es ya una insumisión del poder legislativo, como está ocurriendo con la reincidente desobediencia del Parlamento vasco al Tribunal Supremo. Sino que ahora es ya una insumisión gubernamental y administrativa en toda regla, pues no otra cosa significa el ultimátum del Ejecutivo vasco de forzar un ilegal plebiscito de autodeterminación si no se aceptan las nuevas reglas confederales que pretende imponer de forma unilateral.

Así demuestra el PNV haber cruzado definitivamente el Rubicón de su ruptura jurídica del consenso estatutario que primero pactó y después juró acatar. Esta Segunda Transición que nos propone ya no pretende la "Reforma" del vigente ordenamiento jurídico, acordado durante la Primera Transición, sino que ahora intenta forzar su "Rup-tura" para imponer ex nihilo unas nuevas reglas de juego en sustitución de las vigentes. Pues el flamante reglamento neoconstituyente que promete estrenar no se plantea como un pacto por consenso con los demás jugadores -lo que implica reconocerles derecho a veto, como exigiría el alegado principio confederal de libre asociación-, sino como un trágala impuesto bajo el chantaje de la secesión de facto.

¿Por qué amenaza Ibarretxe con romper las reglas si no se acepta el tramposo por contradictorio "consenso coactivo" que ofrece? Sin duda, por pragmatismo electoral -el fin justifica los medios-, ya que así espera retener sine die el control mayoritario del poder en Euskadi. La truculenta amenaza de romper con España le promete a la vez atraer todo el voto de Batasuna y evitar que los votantes moderados del PNV emigren hacia el PSE o el PP, lo que, puestas así las cosas, equivaldría a una traición de lesa patria. Todo ello gracias a la firmeza antiterrorista de Aznar, cuyo éxito hace creíble la nueva frontera bipolar abierta en Euskadi entre nacionalistas y españolistas.

Cuando ETA estaba fuerte, la divisoria vasca se trazaba entre demócratas y violentos. Pero desde que ETA está débil -tras la caída de Bidart y el espíritu de Ermua-, la nueva divisoria es ya la que separa a todos los nacionalistas reagrupados tras Ibarretxe de los demás vascos. Ésta es la divisoria política que al lehendakari le interesa profundizar -y para eso amenaza con romper las reglas-, abrazando así el mismo interés común que paradójicamente comparte con el presidente Aznar.

Para justificar su aventura rupturista, el PNV usa como coartada la cruzada antinacionalista del PP, contra la que dice reaccionar en legítima defensa. Por eso explica sus actuales prevaricaciones como respuesta simétrica a las previas prevaricaciones de Madrid: si no en la letra de la ley -pues Aznar se ha cuidado de hacerlo a través de poderes interpuestos, como el mediático, el legislativo o el judicial-, sí en su espíritu, al que habría violado reiteradamente con medidas como la excluyente Ley de Partidos. Y como los extremos se tocan, lo mismo alega Aznar en justa reciprocidad, justificando sus ataques al PNV como respuesta merecida a sus ilegítimas prevaricaciones.

Pero este clima de extrema bipolarización entre PP y PNV no es sólo producto del efecto contagio, de acuerdo a la simétrica escalada de acción y reacción en espiral, sino que hay algo más. Y es su común interés en laminar electoralmente al PSOE, lo que explica que se produzca una objetiva pinza contra natura entre el PNV -que ha de evitar que sus votantes moderados emigren al PSE- y el PP -que atiza el temor al separatismo para seguir revalidando su mayoría absoluta-.

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Ibarretxe, el pasado agosto, en el Parlamento vasco.L. RICO

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